3 de marzo de 2014

¡Serenos, hasta en la dificultad!



Evangelio según San Mateo 6,24-34.



Dijo Jesús a sus discípulos:
Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero.
Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?
Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?
¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?
¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer.
Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos.
Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe!
No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?'.
Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan.
Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura.
No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.


COMENTARIO:

  Las enseñanzas de Jesús, que observamos en este Evangelio de Mateo, son una ampliación de aquellas que nos proporcionó, al entregarnos la oración del Padrenuestro. Nos pide el Señor esa actitud del corazón, que nos mueve a descansar en Él cuando estamos angustiados; porque sabemos que no hay nadie más que pueda socorrernos, sostenernos y ayudarnos, en el acontecer diario de nuestra existencia. Nos recuerda que Dios no es alguien ajeno a nuestros problemas; y de ello dio buen testimonio, como ha demostrado la historia, al entregar su vida por nosotros para poder resolverlos. Que ha creado un mundo ordenado y perfecto para que pudiéramos vivir felices y en armonía; pero hemos sido los hombres, con nuestra desobediencia, los que hemos roto el equilibrio y nos hemos hecho sujetos de nuestras dificultades y, lo que es peor, de las de los demás.

  Pero Jesús, a pesar de ello, sigue repitiéndonos en cada pasaje evangélico, que el Señor es, ante todo, un Padre amoroso que comprende y disculpa, si estamos dispuestos a cambiar nuestra actitud. Que su amor sin límites cuida de cada uno de nosotros, para que alcancemos el camino de la santidad que nos conduce a su lado. Que nos sigue, nos sujeta y nos anima, cuando nos sentimos desfallecer. Que nos susurra al oído los milagros que realizó cuando se encontraba entre nosotros: al hijo de la viuda, al ciego de nacimiento, al paralítico, a la enferma de hemorrosía, a su amigo Lázaro… Nadie de los que acudió a su socorro, se fue de vacío. Ninguno de los que confiaron en Él, se sintió defraudado; porque la fe movió a Jesús a obrar el prodigio.

  Y este texto habla explícitamente de eso: de esa confianza que es señal inequívoca de coherencia cristiana. No es de Dios, sino una clara tentación diabólica, preocuparse e inquietarse por los bienes materiales, considerándolos imprescindibles para alcanzar la felicidad; porque es Nuestro Padre el que conoce de verdad lo que más nos conviene y, en su Providencia, nos lo hará llegar. Nosotros, que hemos visto encarnarse a Dios por amor a los hombres, no podemos dudar en ningún momento, que el Señor evitará que algo malo nos suceda; otra cosa distinta es que permita que nuestra fe y nuestra fortaleza, sean templadas en el fuego de la tribulación. Por eso nos exhorta a vivir con serenidad cada jornada, eliminando las preocupaciones inútiles que no nos sirven para solventar nada. La paz es de Dios, y Satanás luchará para que la perdamos, intentando que busquemos la solución a nuestros problemas lejos de la esperanza divina. Es la tranquilidad de elevar nuestros ojos al Cielo, poniendo todos los medios en esta tierra, lo que hará que las obras trasciendan y tengan valor sobrenatural.

  Jesús no nos quiere pusilánimes, sino confiados y, por ello, alegres; luchando por alcanzar los méritos que no se come la polilla ni se abandonan con la muerte. Desea que todos nuestros actos, proyectos y trabajos, tengan un componente espiritual; ya que no podemos olvidar que somos una unidad inseparable de cuerpo y espíritu. Sólo así, cada una de nuestras acciones tendrá miras de eternidad: nuestro matrimonio se convertirá en la intervención de los cónyuges en el plan divino, participando de su poder creador. Trabajar, ya no será sólo el medio para subsistir, sino el camino donde cada uno de nosotros, por amor a Dios, mejorará este mundo y ofrecerá al Señor el fruto bien hecho de su tarea. Y convivir será intentar alcanzar la justicia social, para que cada uno de nuestros hermanos pueda recibir aquello que se merece; luchando para que todos tengan una oportunidad, y el derecho a vivir dignamente.

  Cristo nos pide que nuestro existir sea una manifestación de nuestro creer. Que el cristiano de ejemplo de serenidad, porque conoce los favores de Dios y en ellos descansa. Porque su hacer, ha trascendido lo meramente material y ha adquirido el valor de lo sobrenatural. Por eso creo que la frase final de este pasaje, bien puede ser un lema de vida: “A cada día le basta su aflicción”. No nos preocupemos, aunque si nos ocupemos –que son dos cosas muy distintas- por el mañana; porque el mañana no nos pertenece, ya que es de Dios. Vivamos el momento, que en un instante es pasado, con esa actitud de los que se saben en manos del Señor: con la alegría cristiana, propia de los hijos de Dios.