1 de marzo de 2014

¡Segunda carta a los Corintios!



SEGUNDA CARTA A LOS CORINTIOS:

 Escrita al terminar el Otoño del año 57, unos meses después de la primera, tiene un gran interés porque nos permite conocer el ministerio de san Pablo y la riqueza de su personalidad: un apasionado de Jesucristo y celoso de sus fieles. Su autenticidad apenas ha planteado dudas, a pesar de que los primeros documentos que la mencionan fueron de mediados del siglo II (Canon de Marción y Canon de Muratori). La carta se divide en tres partes, perfectamente delimitadas:



·        Primera: (caps.1-7) Desarrolla con bastante homogeneidad las características del evangelizador cristiano. Con la apología de su persona y de su ministerio queda dibujada la figura de los Apóstoles, columnas de la Iglesia.

·        Segunda: (caps. 8-9) Está dedicada a la colecta de Jerusalén. Como había hecho en 1Co. San Pablo estimula a estos cristianos más pudientes para que ayuden a los de Jerusalén, que se encontraban en serias dificultades de persecución y penuria.

·        Tercera: (caps. 10-13) Es una apología del Apóstol frente a las calumnias de los adversarios. San Pablo va deshaciendo, una por una, las falsedades que inventaban y ofrece a los fieles argumentos, más que suficientes, para contestar a sus calumniadores. Al final da instrucciones de cara a su próxima visita a Corinto, que será la tercera y que, efectivamente, realizó a principios del año 58.



   El mayor problema de esta carta es el que tiene que ver con su composición y su unidad. Desde finales del siglo XVIII se viene pensando que se han reunido en un solo escrito diversos fragmentos de la correspondencia del Apóstol con los cristianos de Corinto, que debió ser abundante, y de esta manera se explica que en la carta se aborden temas tan dispares como los que se encuentran y que han sido redactados en tonos totalmente diferentes.



   Modernamente, la opinión más generalizada es que se encuentran incorporadas, de alguna manera, dos cartas: la conocida como “la carta de las lágrimas” (caps 10-13) en la que el Apóstol se enfrenta con dolor, pero con firmeza, a los embaucadores que pretendían deshacer la comunidad que con tanto esfuerzo había formado.  La segunda, llamada con frecuencia “la carta de la reconciliación”, estaría contenida, en gran parte, por los siete primeros capítulos: habría sido escrita después de la anterior, cuando ya habían desaparecido los enemigos de la comunidad. La sección dedicada a la colecta de Jerusalén, también se ha partido en dos: el capítulo 8 se ha considerado como conclusión de la “carta de reconciliación”, mientras que el capítulo 9, que parece ignorar lo dicho en el anterior, correspondería a una carta que hoy está desaparecida.



   El conflicto que subyace en la carta, tampoco ha llegado ha esclarecerse del todo; ya que es probable que el Apóstol o uno de sus colaboradores, en una visita rápida a Corinto, fuera gravemente ofendido por alguna persona concreta que llegó a ridiculizar su presencia: Pero lo que de verdad llenó de dolor el corazón de Pablo fueron “los falsos maestros”, seguramente un grupo de cristianos judaizantes que llegaron de fuera enseñando doctrinas contrarias al evangelio verdadero. Tal vez se juntaron ambas circunstancias, las ofensas de una persona individual y la actitud de los “pseudoapóstoles” que ocasionaron la pena del Apóstol y provocaron la apología contenida en la carta.



   Como veremos, el tema central de la misiva es el ministerio apostólico, presentado en la primera parte de forma positiva y en la tercera con tonos apologéticos y, en ocasiones, irónicos, frente a las falsedades que algunos propagaban contra san Pablo. En la parte central dedicada a la colecta, se subraya el valor religioso y social de la solidaridad con los más necesitados. Ahora vamos a desgranar un poco esos dos conceptos que nos presenta san Pablo en la carta:



·        El ministerio apostólico: Pablo expresa la profunda convicción de ser “Apóstol” de Cristo Jesús, por voluntad de Dios, y más adelante afirma haber recibido su ministerio por la misericordia de Dios, que le ha llamado  -a pesar de su propia flaqueza-  porque le ha capacitado para llevar a cabo su misión. El apostolado cristiano se presenta como una participación en la obra redentora de Cristo: el apóstol es colaborador de Dios, ministro de la reconciliación que Dios llevó a cabo en Cristo; y por ello su misión es predicar fielmente a Jesucristo, en quien se cumplieron las promesas de Dios, difundiéndolo por todas partes. No cabe duda, que como toda la obra redentora de Jesús se llevó a cabo a través de su pasión y muerte, también el apóstol cristiano participará de manera especial en el dolor y la ingratitud. Y esa fue la convicción profunda de san Pablo y la fuerza motriz de su vida; encontrándonos en su carta manifestaciones de que Dios permite la tribulación de sus apóstoles “para que se reconozca que la superabundancia del poder es de Dios y que no proviene de nosotros”. Finalmente, enumera una lista larga y detallada de sus trabajos, sufrimientos y desprendimientos al predicar el Evangelio, como testimonio de que el apóstol no busca ningún provecho propio, sino la gloria de Dios y la salvación de las almas encomendadas; a las que le une un amor como el que existe entre padres e hijos y que serán, algún día,  -está convencido-  su orgullo delante del Señor. Y es por eso, por lo que no permite que nadie les pervierta. Al tener que defender su apostolado frente a los falsos maestros que se habían infiltrado en Corinto, san Pablo resalta la grandeza de la Nueva Alianza, de la que él es ministro, en comparación con la Antigua, mediante una antítesis expresiva: La “Antigua” es letra que mata, la “Nueva” espíritu que vivifica; aquella produce la muerte y la condenación, ésta da vida y justicia; aquella es pasajera, ésta permanece para siempre.

·        La comunión de bienes: La colecta a favor de los fieles de Jerusalén era una necesidad apremiante y san Pablo la ordenó entre los cristianos de Corinto, como venía haciendo entre las otras iglesias fundadas por el. Le encargó a Tito que se ocupara de ello, animando a todos a ser generosos y prestos con los donativos; ya que la colecta entre los cristianos tiene un hondo valor religioso, al ser la práctica de la comunión cristiana de los bienes, dando lo que se tiene y aprendiendo a darse a sí mismos. También se imita a Cristo, que “siendo rico se hizo pobre por vosotros, para que vosotros seáis ricos por su pobreza” 2Co8,9. A través de un audaz argumento cristológico, san Pablo muestra el desprendimiento del Señor, en su misma Encarnación y por ello eleva el valor humano de la solidaridad a virtud sobrenatural de identificación con Jesucristo. Finalmente, nos muestra que la generosidad en la limosna pone al cristiano en relación con Dios “que ama al que da con alegría” 2Co9,7.