13 de marzo de 2014

¡No exijamos nada a Dios!



Evangelio según San Lucas 11,29-32.


Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: "Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás.
Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.

COMENTARIO:

  Esta enseñanza del Señor, que vemos en este evangelio de Lucas, es una respuesta a la provocación de algunos hombres que le pedían unas señales sobrenaturales para creer; como si todos los milagros que Cristo había realizado hasta entonces, no fueran signos más que evidentes de su mesianidad. Lo que ocurría entonces, como sigue sucediendo ahora, es que no hay más ciego que el que no quiere ver. Porque no importa lo que se haga, ni lo que se demuestre, ni lo que suceda, si la persona está predispuesta a cerrar sus ojos a la luz de la fe. Si se admite la casualidad y en cambio se reniega de la causalidad divina; si no se admite como probable, aquello que no aceptamos como empíricamente razonable; si negamos al Señor la oportunidad de  trascender nuestras vidas y demostrarnos que su poder abarca todo lo creado, es imposible que demos la oportunidad a Dios de revelarnos que es Dios.

  Cristo se entristece ante la dureza de unos corazones que no quieren comprender; no porque no puedan llegar a “comprender” aquello que es asequible a la razón humana, justamente porque es divino, sino porque han querido no querer “querer”. Es el cerrajón del espíritu a la Verdad de Dios, que ha decidido con antelación a los hechos, y que no importa lo que suceda, porque su opinión sobre Jesús de Nazaret, ya es inamovible. Es esa actitud de los doctores de la Ley que, ante la resurrección de Lázaro –que ya apestaba, como nos indica el Evangelio por los días transcurridos desde su muerte- se atreven a opinar que estaba cataléptico. Que el sordo de nacimiento –que todos conocían- al que Jesús sanó, oía perfectamente con anterioridad. Que el paralítico, que se fue andando, tenía una lesión pasajera; y que la Resurrección de Cristo, fue en realidad un robo de su Cuerpo por parte de los apóstoles, que sobornaron -¡pobres pescadores!- a la guardia romana que se había emplazado para evitar, justamente, que esto sucediera.

  No importaba, como no ha importado nunca, la realidad que manifestaba el Hijo de Dios; sino el sentimiento de odio que embargaba el corazón de aquellos que se sentían incapaces de aceptar a Cristo como su Señor. El Maestro les revelaba un Dios que les rompía los esquemas, porque no les cuadraba dentro de sus parámetros. Un Dios que les complicaba la vida y les obligaba a replantearse sus prioridades. Un Dios que les hablaba de amor, de humildad, de entrega, de sufrimiento redentor… un Dios desconocido para ellos.

  Por eso Jesús les repite que los signos que observan son más que suficientes para el que quiere aceptar las señales divinas, y ver en ellos la mano de Dios. Que los ninivitas en tiempos de Jonas, admitieran el mensaje del profeta llamándolos a arrepentirse de sus pecados en nombre del Señor, advirtiéndoles del castigo divino que sobrevendría si continuaban con semejante comportamiento amoral y pecaminoso, fue el resultado de reconocerlo con la autoridad de Aquel que había sido enviado. Y que la reina de Saba, que no había oído hablar del Dios de Israel, reconociera en Salomón la sabiduría que el Señor le había infundido, como signo de su elección, era un claro distintivo de que Dios se manifestaba y lo percibían aquellos que no tenían perjuicios iniciales contra Él.

  En cambio, en estos momentos en los que, como nos ha dicho el libro de Proverbios, la Sabiduría se ha hecho carne para iluminar el conocimiento de los hombres; los hombres deciden no reconocer en la Humanidad Santísima de Cristo, la encarnación del Verbo de Dios. Por eso Jesús nos advierte desde estas páginas, que no caigamos en el mismo error de aquellos hombres. Que busquemos la Verdad y cambiemos nuestra existencia; que nos convirtamos y, pidiendo perdón, caminemos al lado del Señor. Sin pedir nada; sin exigir milagros; sólo obrando como cristianos que han aceptado y hecho suya la Palabra divina. Solamente como cristianos coherentes, que aman profundamente a su Dios.