Evangelio según San Mateo 9,14-15.
Se
acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: "¿Por qué tus
discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?".
Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
COMENTARIO:
Este Evangelio
de san Mateo pone luz, con las palabras del Maestro, a esa recomendación que
tantas veces les hará el Señor sobre la actitud que se había de adoptar ante
los preceptos de la Antigua Ley. Cristo trae una relación con Dios que nada
tiene que ver con el corsé legalista y formalista en que habían convertido, los
doctores de la Ley, las prescripciones divinas entregadas a Moisés.
Les pide que
regeneren su alma, para dar cabida al espíritu que es demasiado nuevo para ser
amoldado a las viejas formas, cuya vigencia estaba ya caduca. Toda aquella
Palabra escrita, como pedagogía divina, que preparaba para la llegada del Mesías,
dejaba de tener sentido propio al verse cumplida en Jesucristo. Todo aquel
anuncio, daba paso a la Encarnación de lo Anunciado: el Hijo de Dios; y, por
ello, son ahora las palabras de Jesús, el verdadero contenido de nuestra fe y
de nuestro obrar.
Ya no son los
hombres, que hablan por voz de Dios –los Profetas- sino que es el propio Dios
el que ha tomado la voz de Hombre, al encarnarse de María Santísima y compartir
nuestra naturaleza y nuestro existir. No habrá más interpretaciones oscuras y
difíciles; porque el Verbo expresa con claridad, la única y definitiva Verdad
sobre el Padre. No más dudas, no más tinieblas, sólo el resplandor del Sol, que
todo lo ilumina.
Por eso Jesús
quiere dejar muy claro que Él no suprime el ayuno; sino que frente a la
complicada, complicadísima casuística de la época, que ahogaba la verdadera
piedad y olvidaba el verdadero sentido de ese acto de abstenerse
voluntariamente de alimento, quiere darle su auténtico valor y conocimiento.
Desea que los hombres no sólo cumplan un precepto, sino que vivan en la
intimidad de sus conciencias el desprendimiento de sí mismos, para compartir el
dolor que supone la ausencia del Señor. El Maestro reconoce que sus discípulos
“ya ayunarán”, dejando a la Iglesia naciente, por los poderes que le ha dado,
la concreción en cada época del ayuno, convenientes a los ciclos litúrgicos en
los que se conmemorará la Pasión de Cristo.
Porque esa es
la verdadera causa del ayuno: el dolor íntimo que presiona el alma, al
compartir el sufrimiento y la muerte de Jesús en Jerusalén. El desconsuelo de
vivir su ausencia, que dará paso a la alegría de su Gloria. El humillar
nuestros sentidos, con la mortificación corporal, ante la tristeza y la
aflicción por nuestros pecados; que han sido la causa que ha llevado al Señor
al tormento del Calvario. No podemos olvidar que el ayuno es la privación libre
que damos al cuerpo de una satisfacción, porque acompaña al dolor profundo que
siente el corazón; donde es la totalidad de nuestro ser el que vive la pena y
llora la ausencia del Amado.
Por eso el Maestro les indica que, para sus discípulos,
no era ése el momento adecuado de ayunar. Y aunque es una acción voluntaria que
podemos realizar por amor a Dios cuando queramos, no procede de un corazón
contento que comparte día a día la alegría de la presencia real de Nuestro
Señor. Dios está aquí, se ha querido quedar para que tú y yo disfrutemos de su
presencia, de su Palabra… Y sólo el recuerdo de su Pasión, moverá al hombre a
participar de las prácticas penitenciales, donde sufre la persona entera como
tal: en cuerpo y espíritu.