12 de marzo de 2014

¡El sentir de un Pueblo!



Evangelio según San Mateo 6,7-15.


Jesús dijo a sus discípulos:
Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados.
No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan.
Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre,
que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.
No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal.
Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes.
Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes.

COMENTARIO:

  En este texto de san Mateo, Jesús se refiere a la oración cómo el medio a través del cual nos comunicamos con Dios. Y esa relación, que para que sea buena y fructífera debe ser de una manera determinada, debe evitar los errores que cometían los paganos; ya que se dirigían a su dios, enumerándole un sinfín de cualidades, para tenerlo contento porque le temían y querían adularlo. Nos advierte el Señor que la plegaria debe surgir, de una forma sencilla y veraz, del fondo de nuestro corazón; que debe brotar de la necesidad del que busca el Agua de la Vida, porque tiene sed de recibirla; del que ama sin medida y requiere, para ser feliz, del encuentro con su Amado; del que descansa en Dios, sin pedir nada, porque sabe que lo tiene todo.

  Pero como lo que manifiestan nuestros labios, debe ser la expresión de lo que siente nuestra alma, Jesús enseña a sus discípulos y a todos los que deseamos vivir con coherencia su fe, la oración del Padrenuestro. Y lo hace como un resumen perfecto en el que las peticiones se suceden de la forma adecuada, para saciar nuestras verdaderas necesidades; y donde expresamos nuestros afectos, con el debido recogimiento.  El Señor nos enseña a orar, invocando a un Dios que quiere que nos salvemos con nuestros hermanos. Un Dios que, porque es Amor, nos ha creado familia cristiana – la Iglesia- que debe caminar hacia la casa del Padre, junto a los demás. De ahí que la primera expresión con la que comienza, sea esa expresión litúrgica que nos habla de un “Padre nuestro”, donde clamamos a Dios con un solo corazón.

  Y, tras ponernos en presencia de Nuestro Padre, surgen de nuestro interior esas necesidades –tanto teologales como materiales- que sabe Jesús que nos son imprescindibles, para alcanzar la auténtica felicidad.  Ante todo requerimos que sea reconocida la santidad de Dios; y que en el mundo, todas sus criaturas honren a su Creador. Porque esa es la única manera de que reine la paz, el orden y la justicia, que lleva a la verdadera prosperidad del ser humano.  Deseamos que en esta tierra, se realice el designio salvador de Dios; y no sólo aceptamos, sino que clamamos para que se alcance el cumplimiento amoroso de su voluntad. Porque sabemos que el Señor no nos dará nada, sea lo que sea, que no sea lo adecuado para participar en su Redención. El Padrenuestro nos advierte, que nunca debemos pedir concretando los deseos; ya que sólo Dios alcanza, en el tiempo, la impenetrable realidad de los sucesos futuros. Por eso, descansar en la Providencia y aceptar sus designios, es la única manera de conseguir esa alegría cristiana de la que, tantas veces, nos hablará el Maestro.

  Pero Jesús no olvida nuestras necesidades personales. Él las conoce bien y sabe todo lo que nos preocupa; por eso, las peticiones del pan de cada día, del perdón de las ofensas, de no abandonarnos a la tentación y librarnos de cualquier mal, son las columnas que deben sostener el edificio de nuestro existir. Clamamos a Dios por nuestro sustento diario; para que nos de lo justo y necesario. Le rogamos que nos perdone nuestra condición de pecadores y, sobre todo, que nos de su Gracia, que es la única manera de que podamos perdonar. Reconocemos nuestras debilidades, con las que no podemos luchar en soledad contra las tentaciones; y, por ello, invocamos su presencia en nuestro constante caminar. Pero, sobre todo, elevamos al Cielo ese ruego intenso, de que nos libre del mal. Del dolor de la enfermedad, de la soledad, de la incomprensión; aunque aceptamos, con su ayuda, unir nuestra voluntad a la suya. Pero le solicitamos con todas nuestras fuerzas, que nos proteja del maligno, que es el origen de nuestros pecados y, por ello, de nuestra perdición: el diablo.

  Es decir, que el Padrenuestro es la manifestación del sentir del Pueblo de Dios que se sabe incapaz, con sus solas fuerzas, de alcanzar las promesas divinas. Es el clamor de todos los corazones que forman la Iglesia; y que rezan unidos a Cristo, a Dios. Porque le reconocemos como el Sumo Hacedor y el fundamento de nuestras vidas. Es la voz de muchas gargantas que, junto al Señor, manifiestan la unidad de una sola fe.