8 de marzo de 2014

¡Carta a los Gálatas!



CARTA A LOS GÁLATAS: 

 Esta carta es cronológicamente, la primera de las cuatro grandes cartas de san Pablo (Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas), pero viene insertada en cuarto lugar en el canon debido a que es, notablemente, la más breve de las cuatro. Por su contenido es obvia su estrecha relación con la Carta a los Romanos, que fue escrita poco después; adelantándose en Gálatas el tema fundamental  -la justificación por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley mosaica-  que en Romanos tendrá un desarrollo más reposado y extenso, junto con algunos otros que no se abordan en Gálatas. También presenta semejanzas con una parte de la Segunda Carta a los Corintios por lo que atañe a la argumentación, en tono polémico, contra los “judaizantes”.

   El género del escrito parece ser una “carta familiar” dictada a un secretario y, por ello, su estructura literaria no es tan clara, aunque se podría deducir el siguiente esquema:

·        Presentación: Que incluye el saludo y unas amonestaciones (1,1-10)
·        El Evangelio predicado por Pablo (1,11-4,31) En esta parte predomina el contenido teológico-dogmático y constituye el mensaje fundamental del escrito. Incluye una apología de san Pablo, con abundantes rasgos biográficos y una exposición doctrinal, en la que se concentra la argumentación teológica y escriturística de la doctrina del Apóstol y del Evangelio que él predicaba (la justificación por la fe; la Ley y la Promesa; la filiación divina)
·        La libertad y caridad cristianas (5,1-6,18) En esta parte  -de tono moral y panerético-  saca el apóstol las consecuencias prácticas para la vida cristiana. Primero se encuentran unas exhortaciones morales sobre la libertad del cristiano, los frutos del Espíritu, las obras de la carne y la caridad fraterna. Concluye san Pablo poniendo al descubierto las intenciones interesadas de los perturbadores de Galacia y recapitula la sinceridad y verdad de su propia actitud en la proclamación del mensaje.

   El esquema anterior muestra la complejidad del estilo y carácter de la carta, que mezcla diversos géneros epistolares, aunque de ella emerge el tema principal: sólo Cristo tiene el poder para justificar y salvar y, por tanto, quien predique otro evangelio, alterando el de Cristo, está absolutamente en el error  -para los “judaizantes” la identidad cristiana, la pertenencia al verdadero Israel requería la circuncisión y cumplir la ley mosaica para alcanzar la salvación -. Ante esto el Apóstol reacciona con fuerza, casi con vehemencia: el hombre  -dice-  es justo para Dios sólo por la fe en Jesucristo.

   Galacia era una región de Asia Menor que se corresponde con la planicie de la actual Turquía. En su primer viaje apostólico (años 45-49) Pablo había entrado en contacto con sus habitantes, al evangelizar el sur de la provincia; pero debió ser sobre todo en su segundo viaje (años 50-52) cuando les predicó detenidamente, recibiendo una acogida sumamente cordial y entrañable, tanto, que el mismo Apóstol estuvo allí de nuevo en el año 53-54. Entretanto, también llegaron a Galacia algunos cristianos aferrados a sus tradiciones religiosas, que pensaban que era necesario para la salvación el cumplimiento de las obras de la Ley de Moisés, especialmente la circuncisión. Es probable que alguno de esos “falsos hermanos” pretendiera corregir la doctrina de san Pablo en las comunidades cristianas fundadas por él, en su segundo viaje apostólico,como ya habían hecho antes de la Asamblea de Jerusalén. No sabemos quienes eran, pero sí que constituían una amenaza y que presionaban a los mismos apóstoles, pues en Antioquía habían inducido a la simulación al mismo Pedro (Ga 2,11-14).

   Al enterarse del peligro de los “judaizantes”, Pablo escribe a los Gálatas esta carta que ha sido definida como un grito de amor y de dolor. Escrita en Éfeso hacia el año 54-55, resulta ser el mejor comentario a las conclusiones del Concilio de Jerusalén (Hch 15, 23-29), donde se había decidido que los cristianos procedentes de la gentilidad no estaban obligados a vivir las prescripciones judaicas. Por si os parece interesante he decidido adjuntaros al finalizar los temas bíblicos, una pequeña reseña sobre el primer Concilio de la Iglesia primitiva, el de Jerusalén.

   Pablo fue consciente de que se trataba de una cuestión crucial: nada menos que la comprensión de la misión de Cristo en la historia de la salvación; de entender qué era el cristianismo; del significado del Evangelio respecto de la Ley. Al parecer, los “judaizantes” desarrollaron una campaña de descrédito contra Pablo, por no ser del grupo de los Doce y haber predicado que los gentiles convertidos al cristianismo no tenían necesidad de observar las prescripciones de la Ley. A consecuencia de la crisis Gálata, Pablo va profundizando en la vida que dimana de la fe; aunque en la carta emerge la inquietud del Apóstol y el tono polémico por las noticias que le han llegado  -circunstancias que hay que tener en cuenta a la hora de su interpretación-.

   A medida que la fe cristiana se fue propagando en medios no judíos y aumentó el número de convertidos provenientes del paganismo, las diferencias entre cristianos de origen judío o gentil se fueron poniendo de manifiesto, sobre todo a la hora de las comidas, de las celebraciones de la fracción del pan  -Eucaristía-  y del valor de los ritos sacramentales, como el Bautismo. El problema se había abordado en el Concilio de Jerusalén, hacia el año 48-49, y parecía resuelto en el sentido de que no era necesario que los cristianos procedentes de la gentilidad observaran las prestaciones de la ley judía, ya que la salvación y la justificación por parte de Dios no dependen del cumplimiento de las obras de la Ley, sino de la fe en Jesucristo, como único Salvador e Hijo de Dios: “Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo, os habéis revestido de Cristo, ya no hay diferencia entre judío y griego; ni esclavo ni libre; ni entre varón y mujer, porque todos vosotros sois uno solo en Cristo Jesús. Si vosotros sois de Cristo, sois también descendencia de Abraham, herederos según la promesa” Ga 3,27-29.

   Este es el Evangelio que proclama Pablo, con el cual estuvieron de acuerdo Pedro, Santiago, Juan y los demás Apóstoles de Jerusalén. Sólo hay un Evangelio, pero con modos diversos de presentarlo: un tipo de evangelización para los circuncisos, otro para los incircuncisos  -como habrá luego para otros pueblos y culturas-  pero teniendo claro que uno solo es su mensaje, su contenido y sus principios éticos. La identidad cristiana radica en ser hijo de Dios por la fe en Cristo Jesús; y eso es lo que le importa a Pablo, que quede firme y clara la verdad de la proclamación evangélica: la salvación operada en Cristo es para todas las criaturas humanas que acojan la fe en el Señor. La obra de la salvación ha consistido en que “envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley, a fin de que recibiéramos la adopción de hijos. Y, puesto que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama ¡Abbá Padre!” Ga 4,4-6. Ahí radica la libertad cristiana, la libertad de los hijos de Dios: la vida cristiana se desarrolla en la libertad, sobre el fundamento de la filiación divina y la fe en Jesucristo, muerto y resucitado; ya que los cristianos vivimos según el Espíritu, y actuamos también según Él, que produce en nosotros su fruto.

   La actitud enérgica de san Pablo, que se refleja en esta carta, es similar a la que manifestó en Antioquía y Corinto y que fue de especial importancia para la Iglesia naciente; ya que de no haber demostrado esta firmeza frente a la imposición de la circuncisión y las demás prescripciones de la Ley mosaica, el cristianismo hubiera sido una secta del judaísmo que creía en Jesús como Mesías, y se hubiera comprometido la verdad de la acción salvadora de Jesucristo.