30 de marzo de 2014

¡Carta a los Colosenses!



CARTA A LOS COLOSENSES:  

Después de la carta a los Efesios y a los Filipenses, sigue otra con referencias a la prisión del Apóstol, por lo que también se incluye en las de la Cautividad. Tiene muchos puntos en común con la Carta a los Efesios, tanto en estilo como en contenido y también presupone, de otro modo, la carta a Filemón: de hecho casi todas las alusiones personales de Colosenses se encuentran también en la breve carta que san Pablo escribió a ese cristiano de Colosas. Comienza por:

·        Saludo: breve
·        Primera parte: Donde figura un himno a Cristo y una acción de gracias a Dios (1,3-23). Lo más importante de esta sección es el canto a la primacía de Cristo sobre la creación entera.
·        Segunda parte: Se deja constancia de que la autoridad de san Pablo está al servicio del Evangelio (1,24-2,5)
·        Tercera parte: Se anima a quienes han acogido a Cristo y han sido resucitados con Él en el Bautismo, a permanecer firmes en la fe recibida, sin dejarse engañar por vanas creencias (2,6-23)
·        Cuarta parte: El principio que fundamenta la conducta moral del cristiano es su unión con Cristo, que comienza con el Bautismo  -verdadera resurrección espiritual-  y se perfecciona con la vida de oración y los demás sacramentos; así la vida nueva en Cristo tiene manifestaciones claras en la vida doméstica y en el comportamiento social (3,1-4,18)

   No se tiene noticias de que san Pablo se detuviera en Colosas a predicar el Evangelio en alguno de sus viajes, sino que, al parecer, fue Epafras quien recibió la misión de predicar allí y en las ciudades vecinas de Hierápolis y Laodicea; y por lo que dice esta carta, parece que el Apóstol no conocía personalmente a esos cristianos, pero la escribió saliendo al paso de las inquietudes surgidas entre los miembros de las comunidades de aquella región de Frigia, por las enseñanzas de algunos predicadores llegados de fuera.
 
   En efecto, comenzaban a surgir creencias y prácticas sincretistas, en las que, junto al Evangelio recibido por predicación apostólica, se dejaban sentir influencias de la apocalíptica judía y de corrientes histéricas helenistas ligadas a los primeros avances de la gnosis, que se presentaba a sí misma como una sabiduría más elevada, superadora de todas las demás religiones  -incluido el judaísmo-  a las que consideraban explicaciones imperfectas, útiles provisionalmente para el vulgo.

   Según aquella mentalidad, el mundo y la marcha de las historia dependían de unos poderes sobrehumanos, inferiores al verdadero Dios, a las que todas las cosas estaban sometidas; sólo los que los conocían podían tenerlos a su favor y evitar su influjo, de ahí que el “conocimiento”  -gnosis-  de este mundo sobrehumano fuese medio de salvación. En las sectas gnósticas que conocemos por testimonios posteriores (san Justino, san Ireneo, etc.) se creía que sólo los iniciados estaban salvados por el “conocimiento” de los misterios divinos, que los insertaban en su verdadera patria, el mundo de la “plenitud divina”  -pléroma-. Para la iniciación se imponía un itinerario ascético muy rigorista.

   Pues bien, aquellos primeros brotes de gnosis parecían intentar conciliar el cristianismo con sus propias ideas: para los gnósticos, Cristo era uno más de los seres divinos que constituían el pleroma, y, a su vez, la realidad se contemplaba dividida entre lo que estaba en el ámbito del Dios verdadero, desconocido, y lo que se encontraba en el ámbito del Dios inferior, el Demiurgo y sus potencias que dominan el mundo; de ahí se derivaba un ascetismo rígido que suponía renegar del mundo creado en el que se desenvuelve la vida humana ordinaria. Para hacer frente a esas concepciones, se compuso esta carta, con un contexto eminentemente polémico pero de gran hondura teológica, pues profundiza en temas capitales del misterio de ser de Cristo  -la cristología-  como son su superioridad infinita y su capitalidad sobre todos los seres.

   Colosenses también presenta aportaciones originales, que consisten fundamentalmente en un gran enriquecimiento de la doctrina acerca de la preeminencia de Cristo sobre toda la creación y que todas las criaturas participan de los frutos de la Redención. No se puede fijar con precisión el tiempo en que fue compuesta esta carta, pero dado que Colosas fue derruida  por un terremoto en el año 60 ó 64, la carta debe ser anterior a esas fechas. Para salir al paso de los errores sincretistas que hemos comentado, se hizo necesario reflexionar, desde la perspectiva del Evangelio, sobre la creación y el gobierno del mundo y el plan salvador divino a favor de los hombres, que alcanza también a las realidades terrenas, como fueron:

·        La capitalidad de Cristo sobre el Cosmos: Frente a las teorías sincretistas de poderes celestiales, se afirma categóricamente que el señor Jesús es cabeza de todos los seres, celestiales y terrestres; que su señorío es absoluto y que está infinitamente por encima de todo cuanto existe en la creación. Cristo, por tanto, no es uno de los muchos seres sobrehumanos que pueblan el universo, sino la Cabeza, el Principio por el cual nos llega a todos la salvación; salvación que ya ha sido realizada, pero su aplicación continúa efectuándose, puesto que sus frutos han de llegar a todos y cada uno de los hombres.
·        La capitalidad de Cristo sobre la Iglesia: En la carta a los Colosenses hay dos textos fundamentales acerca de Cristo, Cabeza de la Iglesia: 1,18 y 2,19. En el primero se expone una capitalidad de tipo primacial y en el segundo se habla de un influjo vital sobre la Iglesia. En 1,15-20 se hace un cántico a la primacía total de Cristo sobre la creación entera y cada uno de sus órdenes y dentro de ese himno se afirma que Él es también la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. Así, la noción de la Iglesia como Cuerpo de Cristo revela una profunda concepción del misterio salvífico, donde se explica el crecimiento y la vida espiritual de todos y cada uno de los fieles que integran la comunidad cristiana universal, a través de la caridad y apoyándose unos a los otros; llegando así la obra de la salvación a todos los miembros de la Iglesia. Por la íntima unión entre el Cuerpo y la Cabeza, aquél prolonga la acción de ésta, la cual, sin el concurso del cuerpo quedaría de alguna manera incompleta en su acción vivificante. Y es por eso que el cristiano puede, en cierto modo, “completar” la pasión redentora del mismo Cristo.
·        La capitalidad de Cristo sobre las realidades temporales: Colosenses no contempla sólo el señorío de Jesucristo sobre los cielos o lo más íntimo del ser humano, sino sobre las realidades de toda la tierra y los afanes de la vida cotidiana; por eso todas las realidades temporales son, en sí mismas, susceptibles de “cristianización”. Más, aún, deben ser cristianizadas, santificadas, ordenando toda actividad humana hacia Cristo y Cristo debe ser puesto en la cima de todas las realidades; ya que Él es la meta última hacia la que deben orientarse todas las tareas de los hombres.