Evangelio según san Lucas
10, 1-9
En
aquel tiempo, designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos
delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir. Y les
dijo: La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies
que envíe obreros a su mies. Id; mirad que os envío como corderos en medio de
lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias. Y no saludéis a nadie en el
camino. En la casa en que entréis, decid primero: "Paz a esta casa." Y
si hubiere allí un hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él; si no, se
volverá a vosotros. Permaneced en la misma casa, comiendo y bebiendo lo que
tengan, porque el obrero merece su salario. No vayáis de casa en casa. En la
ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos
que haya en ella, y decidles: "El Reino de Dios está cerca de
vosotros."
COMENTARIO:
Vemos en este
Evangelio de Lucas, como el Señor envía a sus discípulos a “todas las ciudades
y sitios”; no sólo a aquellos que pertenecen a la casa de Israel, sino a todos
los hombres; porque todos los hombres son receptores del mensaje cristiano de
la salvación. El número 72, al que alude el párrafo, bien podría ser una imagen
de aquellos descendientes de Noé que encontramos en el Libro del Génesis, y que
formaron las naciones antes de la dispersión de la Torre de Babel. Señalando de
esta manera, la universalidad de la misión de Cristo que tan clara quedará
posteriormente, cuando los Apóstoles comiencen a bautizar en el Espíritu Santo,
a los gentiles que han sido llamados como miembros del Nuevo Pueblo de Dios.
Todos tenemos cabida, sin distinción de color, raza, sexo o posición, en la
llamada que nos hace el Señor como miembros de su Cuerpo Santo: la Iglesia.
Jesús nos manda
delante de Él, como esta avanzadilla del “ejército” de la fe, que hace la
“guerra” del amor, para conquistar, para Dios, el corazón de los hombres. El
Señor nos pide que trabajemos estas tierras áridas para que, a su llegada, la
semilla germine bien y dé grandes frutos de santidad. Pero no nos manda solos,
lo hace de dos en dos para que nos quede claro que la fe y el apostolado se
viven en comunidad. Sólo así, cuando nos sintamos desfallecer porque el
esfuerzo no es proporcional a los resultados, o porque somos conscientes de
nuestra debilidad, nuestros hermanos que nos acompañan nos sujetarán con fuerza
y no permitirán que perdamos pié en el camino de la evangelización, al que nos
hemos comprometido como discípulos de Cristo. Es ese “hoy por ti, mañana por mí”,
que se hace realidad constantemente entre los seres humanos que han comprendido
que la felicidad personal está íntimamente ligada a la felicidad de los demás.
Apunta el Señor
que esa petición que nos hace a nosotros, cómo la hizo a aquellos primeros, de
ir a transmitir el Evangelio, no sea una opción, sino un deber urgente ante el
trabajo incansable del diablo en todos los lugares y en todos los ambientes. Nos
urge a ser Iglesia en cualquier lugar o posición que nos encontramos. Nos pide
que influyamos como cristianos coherentes, en este mundo que intenta erradicar
a Dios de sus vidas. Y para ello nos insta a pedir vocaciones; pero
difícilmente surgirán actos de amor y entrega a la voluntad divina en nuestros
jóvenes, si tienen un total desconocimiento del Creador. Si nadie les ha
hablado de Jesús, y lo que oyen es una opinión manipulada que nada tiene que
ver con la realidad histórica y divina.
Es un deber irrenunciable para nosotros, transmitir la
Verdad a nuestro prójimo; pero no hay prójimo más próximo, que aquellos que
comparten con nosotros la vida y el ser. Hemos de transmitir el mensaje de
Cristo, desde la cuna; ayudándoles a vivir –a su modo y a su edad- las verdades
de la fe. Bien está que los enviamos a colegios desde edades tempranas, para
que estimulen su capacidad cognitiva y se socialicen, entendiendo que son
bienes que les ayudarán a mejorar como seres humanos. Pero para nosotros no hay
mayor tesoro que conocer a Cristo, comprender la fe y vivir con nuestros
hermanos la entrega al Evangelio. Ya que, aunque nos quieran hacer creer lo
contrario, la Historia Sagrada no es una milonga, sino la realidad salvífica y
temporal del Hijo de Dios; y toda la Revelación divina está estructurada de
forma pedagógica, para iluminar al ser humano y permitirle conocer las raíces
más profundas de su verdadero sentido y su esperanza. Por eso, privar a
nuestros hijos del conocimiento de sí mismos que converge en la intimidad de
Dios, es un error tan grave que da como resultado la violencia, la injusticia y
el dolor que percibimos en nuestro alrededor. De ahí que debamos rogad al Señor
para que envíe su Gracia al corazón de los hombres y así podamos estar unidos y
dispuestos a partir con Él, por los caminos de la tierra, en la propagación de
la fe.
Jesús nos vuelve
a avisar, para que no haya sorpresas desagradables, de que nuestra tarea divina
no será fácil; ya que nos envía “como corderos en medio de lobos”. Que
intentarán, por defender su Nombre, dañar nuestra imagen, nuestra persona y
hasta nuestra dignidad. Pero también nos recuerda que, ante esto, no podemos
descansar en nuestras fuerzas, sino en las Suyas; recurriendo y confiando en la
Providencia que sabe y permite, para que todo sea para nuestro bien. Que envía
la Gracia y nos ilumina, para poder ver en la oscuridad, fortaleciendo nuestra
voluntad para que seamos capaces de ser sus testigos, en cualquier momento,
circunstancia y lugar, del amor incondicional de Dios por sus criaturas.