16 de febrero de 2014

¡Sólo a su lado!



Evangelio según San Marcos 8,1-10.


En esos días, volvió a reunirse una gran multitud, y como no tenían qué comer, Jesús llamó a sus discípulos y les dijo:
"Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer.
Si los mando en ayunas a sus casas, van a desfallecer en el camino, y algunos han venido de lejos".
Los discípulos le preguntaron: "¿Cómo se podría conseguir pan en este lugar desierto para darles de comer?".
El les dijo: "¿Cuántos panes tienen ustedes?". Ellos respondieron: "Siete".
Entonces él ordenó a la multitud que se sentara en el suelo, después tomó los siete panes, dio gracias, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que los distribuyeran. Ellos los repartieron entre la multitud.
Tenían, además, unos cuantos pescados pequeños, y después de pronunciar la bendición sobre ellos, mandó que también los repartieran.
Comieron hasta saciarse y todavía se recogieron siete canastas con lo que había sobrado.
Eran unas cuatro mil personas. Luego Jesús los despidió.
En seguida subió a la barca con sus discípulos y fue a la región de Dalmanuta.

COMENTARIO:

  Vemos en este Evangelio de Marcos, una de las características más propias de Jesús: su misericordia. Ese estar pendiente del sufrimiento de los demás, no sólo para sentirlo en el corazón y compadecernos, sino para buscar soluciones y mirar de terminar con él. Bien hubiera podido pensar el Señor, que aquellos que habían partido a un lugar lejano y árido para escucharle, debían haber sido previsores y coger provisiones por si era necesario. Que ese no era su problema, sino el de aquellos que ahora sufrían las consecuencias y pasaban hambre. Pero el Maestro no es así, porque en su Humanidad Santísima estamos representados todos los hombres; conoce nuestras debilidades, sabe nuestros defectos y nuestras luchas para vencer los efectos del pecado original; por eso, demostrará con la entrega de su vida que su amor incondicional no nos pide razones del error, cuando el error no tiene remedio, sino que nos redime si acudimos a su presencia, en busca de ayuda y cobijo.

  Jesús sufre, no sólo por lo que está pasando, sino por lo que puede suceder si los envía a casa sin haberlos alimentado. Ese es nuestro Dios que, pendiente de que podamos perder la Vida en el camino de regreso, nos ha dejado el alimento necesario para poder conseguirlo: la Eucaristía Santa. Se ha entregado a Sí mismo como Pan Sagrado para que ninguno de los que acudimos a Él, quedemos sin sustento y perezcamos en el trayecto de vuelta a nuestro verdadero hogar.

  También observamos en este texto, cómo sus discípulos todavía no han alcanzado ni trascendido el profundo sentido de la realidad de Jesucristo, como Hijo de Dios. Dudan de cómo solventar una situación que, a ojos humanos, les sobrepasa. Y cuando el Señor les pide que den de comer a esa multitud que espera pacientemente recibir la Palabra, solamente confían en lo que ellos tienen, en sus pobres medios, dudando de la efectividad de los deseos del Maestro.

  Su problema, como ocurre muchas veces con los nuestros, es que contamos sólo con nuestras propias fuerzas; en lo que la realidad nos presenta como obvio, sin llegar a comprender que Dios supera cualquier realidad, transformándola en un hecho sobrenatural que no atiende a razones humanas. Pronto esos discípulos entenderán que cuando lo ponemos todo en manos de Dios, cómo hicieron con esos siete panes y algunos peces, actúa la Providencia y, por la Gracia divina, alcanzamos aquellas metas y aquellos objetivos que a los ojos de los hombres, parecían inalcanzables.

  Pero el Señor, antes de obrar el milagro, les pregunta cuántos panes tienen. Quiere saber qué estamos dispuestos a entregar para alcanzar lo que nos hemos propuesto; y si estamos preparados para luchar con fe, esperanza y voluntad. Jesús nos pedirá “el pan y el pescado” que tenemos: nuestro trabajo, actitudes, ilusiones, familia y, hasta cansancio; para que se lo ofrezcamos en el Santísimo Sacramento del Altar, y allí, unido al Padre, multiplicarlo y hacerlo efectivo. Muchos rogamos al Señor, sin ofrecerle lo poco que poseemos, lo mucho que somos y lo que estamos dispuestos a abandonar. No queremos que su presencia nos complique la existencia; y Jesús, con tristeza, sigue requiriendo sin descanso la entrega de nuestro ser incondicional, para participar en nuestro existir personal. Él quiere formar parte de nuestra vida, si nosotros le abrimos las puertas de nuestro corazón; si ponemos en sus manos nuestros planes futuros, aceptando que el plan prioritario de nuestra vida sea alcanzar, y ayudar a que los demás alcancen, la salvación.

  Este milagro nos muestra también, como premia Jesús la perseverancia en su seguimiento, ya que todos aquellos que habían estado pendientes de su Palabra y su mensaje, se habían olvidado de todo lo demás. Y el Señor les entrega el pan que los alimenta, cómo imagen del Pan Sacramental que regalará en Sí mismo, a todos los que vivimos cerca de Él. No podemos permanecer, en nuestro día a día, sin recibir esta comida necesaria que cumple nuestro ciclo vital. Y lo mismo ocurre, aunque no seamos conscientes de ello, con nuestra vida espiritual. Necesitamos imperiosamente, para no desfallecer en el camino de la salvación, de la Palabra y la Eucaristía; es decir, de la participación en la Misa, que debe formar parte de nuestro acontecer diario. Jesús, en este texto, nos lo señala con toda claridad: sólo a su lado, recibiendo sus dones, podremos alcanzar objetivos insospechados para nuestras propias fuerzas. Sólo a su lado, seremos lo que estamos llamados a ser. Sólo a su lado, todo tomará sentido y la desazón se convertirá en paz y sosiego. ¡Sólo a su lado!