PRIMERA CARTA A LOS
CORINTIOS:
Dentro
del Corpus Paulino, las dos cartas a los Corintios vienen a continuación de las
dirigidas a los Romanos, señal de la importancia que se les dio desde el
principio, seguramente por su extensión, variedad y la densidad de los temas
tratados. Desde muy pronto estas cartas gozaron de gran prestigio entre los
cristianos, por estar escritas para una de las comunidades fundadas por Pablo,
y por ser Corinto una ciudad famosa que unía el mar Egeo con el Adriático,
siendo la capital de la provincia romana de Acaya que despuntó como ciudad
comercial en el Mediterráneo.
Seguramente era una de las más pobladas
-unos cien mil habitantes- pero
también una de las más célebres por su degradación moral.
La gran cantidad de
problemas de la Iglesia de Corinto, tratados con detalle en la carta, y el
marcado carácter pastoral del escrito dificultan su división en secciones; pero
con todo, cabe distinguir una introducción, un epílogo y tres amplias partes
que forman el cuerpo de la carta:
·
Introducción: (1,1-9) Consta de un saludo habitual y
un himno de acción de gracias.
·
Primera parte: (1,10-4,21) Trata del problema de la
división entre los fieles y recoge la severa recriminación de las fracciones y
grupos.
·
Segunda parte: (5,1-11,34) Contiene la respuesta del
Apóstol a las grandes cuestiones de las que ha tenido noticia por terceras
personas o por los mismos corintios: el doloroso caso del incestuoso (5,1-13);
la costumbre de llevar a los tribunales paganos las cuestiones internas
(6,1-11) y los pecados de la carne (6,12-20). En los temas que los propios
corintios han planteado, el Apóstol se detiene en la doctrina sobre el
matrimonio y el celibato (7,1-40); la cuestión de la carne sacrificada a los ídolos (8,1-10,33) y el comportamiento
de los fieles en las celebraciones litúrgicas (11,1-34).
·
Tercera parte: (12,1-15,58) Desarrolla dos temas de
profundo calado teológico: la diversidad de dones y su ordenación a la caridad,
por una parte; y por la otra, la resurrección de Cristo y la de los muertos en
general.
·
Epílogo: (16,1-24) Recuerda la colecta a favor de los
cristianos de Jerusalén y anuncia los próximos viajes del Apóstol.
La Iglesia de Corinto fue fundada por san Pablo, con la
colaboración de Silas y Timoteo, en el año 50-51, durante su segundo viaje
apostólico (años 50-53 ; Hch.18,1-18). San Pablo había llegado a Corinto con
mucho temor, tras la experiencia en Atenas que, a pesar de su brillante
discurso en el Areópago, dio pocos frutos; viviendo y trabajando, al principio,
en casa de Aquila y Priscila, un matrimonio cristiano expulsado de Roma por el
edicto de Claudio. Como era su costumbre, primero predicó los Sábados en la
sinagoga a los judíos y a los griegos que creían en el Dios de Israel; pero más
tarde, ante la oposición que encontró entre los judíos, decidió dirigir su
predicación fundamentalmente a los gentiles. Junto a numerosas
conversiones -el jefe de la sinagoga,
Crispo con toda su familia, así como otros muchos corintios- el Apóstol tuvo abundantes dificultades y
contradicciones durante el año y medio que enseñó allí; pero el Señor, en una
visión nocturna, le confortó dándole ánimos de nuevo. La creciente oposición de
algunos judíos desembocó finalmente en una acusación ante el procónsul romano
Galión, ante el que san Pablo tuvo que comparecer a finales del año 51 o
comienzos del 52; poco tiempo después de este suceso, abandonó Corinto,
embarcándose hacia Siria acompañado por Aquila y Priscila. Según todos los
indicios, escribió esta carta a finales de su estancia en Éfeso, probablemente
en la primavera del año 57, alrededor de la Pascua, como lo sugiere la mención
de los ácimos.
Dadas las relaciones
comerciales entre Éfeso y Corinto no es extraño que san Pablo, residiendo en
Éfeso, estuviera siempre al tanto de la situación de la comunidad de Corinto;
ya que, como señala la carta, había sido informado por los “de Cloe” de una
serie de abusos que se habían introducido en aquella comunidad: se advertía una
gran laxitud con respecto a la castidad, llegando incluso hasta un caso de
incesto; había pleitos; algunas mujeres eran indecorosas en las reuniones
litúrgicas y se habían introducido desórdenes en la celebración Eucarística.
Por todo ello, la comunidad había enviado una delegación -formada por Estéfanas, Fortunato y
Acaico- con un escrito para consultar al
Apóstol una serie de dudas: sobre el matrimonio y la virginidad, sobre el uso
de carismas, la resurrección de los muertos o las carnes inmoladas a los
ídolos.
La primera carta a
los Corintios es particular por su contenido doctrinal: la sabiduría divina y
la sabiduría humana; los criterios que han de guiar el comportamiento de los
fieles; los múltiples aspectos de la moral cristiana; la doctrina sobre la otra
vida, etc. Éstos y otros muchos temas, reflejan la personalidad del Apóstol que
aúna la profundidad del teólogo y la magnanimidad del pastor, destacando tres
temas que merecen especial atención:
1.
La Iglesia: La
idea fundamental que subyace en la carta, es el carácter sobrenatural de la
Iglesia: Cristo la ha fundado, Él es su cabeza y quién la gobierna a través de
sus ministros; los cristianos no son propiedad de nadie, sino únicamente de
Cristo, donde no caben facciones ni partidos puesto que la vida cristiana no
proviene ni de Pablo, ni de Apolo, ni de Cefas. El misterio de la Iglesia y su
unidad básica resplandecen admirablemente en las imágenes profundas y sencillas
que utiliza Pablo, siendo de decisiva importancia, para entender la Iglesia, la
designación del Cuerpo de Cristo, donde se establece una identidad -no sólo de fines y de actos aislados, sino
de unión vital- entre Jesucristo y la
Iglesia, de tal manera que ambos son inseparables. Y en esta constitución del
Cuerpo de Cristo está vigente la diversidad de miembros y oficios, aunque uno
solo es el Espíritu que distribuye los variados dones para el bien de la
Iglesia, según su riqueza y la diversidad de ministerios (1 Co 12,1-11); por
eso, si un miembro sufre algo, con él sufren todos los demás; o si un miembro
es honrado, gozan conjuntamente los demás miembros (1 Co 12,26).
2.
La Eucaristía:
Los textos que nos hablan sobre la participación en los banquetes paganos y
luego la corrección de los abusos en las celebraciones eucarísticas, contienen
las verdades fundamentales sobre la Eucaristía: su institución por el mismo
Cristo, su carácter sacrificial, la presencia real de Cristo bajo las especies
del pan y del vino y las relaciones entre el Cuerpo Sacramental del Señor y su
Cuerpo Místico, que es la Iglesia. San Pablo narra la institución de la
Eucaristía (Co11,23-25) en un relato afín al de san Lucas; donde la víctima
eucarística estaba prefigurada en el Antiguo Testamento, confirmando, además,
la presencia real de Cristo bajo las especies sacramentales: “Quien coma el pan
o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y la sangre del
Señor”; así como las relaciones entre la Eucaristía -Cuerpo Sacramental de Cristo- y la Iglesia
-Cuerpo Místico de Cristo- que
están claramente establecidas: “Puesto que el pan es uno, muchos somos un solo
cuerpo, porque todos participamos de un solo pan” (1Co 10,17)
3.
La resurrección de los muertos: A los cristianos de Corinto les resultaba muy difícil
aceptar la resurrección de los muertos, ya que esa verdad de fe chocaba con el
pensamiento griego de la época. Esto lo experimentó san Pablo en el Areópago de
Atenas cuando, al hablar de la resurrección, se rieron de él. En esta carta,
aborda tan espinoso tema, tratando primero la resurrección de Cristo que había
tenido lugar hacía treinta años y tenía un fuerte argumento histórico al estar
aceptado por la tradición apostólica; ofreciendo el Apóstol una larga lista de
testigos del Resucitado: Pedro, Santiago el Menor, todos los apóstoles y
quinientos hermanos de los cuales, al escribirse esta carta, la mayor parte todavía
estaban vivos y podían dar testimonio de fe de lo que habían visto; añadiendo,
al final, su propio testimonio. Pero la resurrección de Cristo no es sólo un
hecho histórico, sino que además es un misterio que estriba en la condición
gloriosa del Resucitado que se mostró sólo a aquellos que Él quiso, ya que no
fue un retorno a la vida terrena como fueron el caso de las resurrecciones que
el Señor realizó antes de la Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naín,
Lázaro… No, la suya es esencialmente diferente, porque su cuerpo resucitado
pasó del estado de muerte a la otra vida, más allá del tiempo y del espacio;
participando de la vida divina en el estado de su gloria. Y esa resurrección de
Cristo es la que constituye el fundamento firme de nuestra fe, porque es la
confirmación de todo lo que Jesús hizo y enseñó, ya que al resucitar dio la
prueba definitiva de su autoridad divina. Sólo si Cristo vive, nuestra fe en Él
tiene sentido, porque por medio del Bautismo
-en el que participamos de su muerte y su resurrección- morimos al pecado con Él y resucitamos a la
vida en Dios con Él. Así también, la resurrección del Señor es el fundamento de
la esperanza de nuestra propia resurrección; esa resurrección gloriosa que ocurrirá
en el último día, en la segunda venida de Cristo con una transformación del
cuerpo, porque dominará el espíritu, y será glorioso, incorruptible, fuerte e
inmortal.