21 de febrero de 2014

¡Primera carta a los Corintios!



PRIMERA CARTA A LOS CORINTIOS: 

 Dentro del Corpus Paulino, las dos cartas a los Corintios vienen a continuación de las dirigidas a los Romanos, señal de la importancia que se les dio desde el principio, seguramente por su extensión, variedad y la densidad de los temas tratados. Desde muy pronto estas cartas gozaron de gran prestigio entre los cristianos, por estar escritas para una de las comunidades fundadas por Pablo, y por ser Corinto una ciudad famosa que unía el mar Egeo con el Adriático, siendo la capital de la provincia romana de Acaya que despuntó como ciudad comercial en el Mediterráneo.  Seguramente era una de las más pobladas  -unos cien mil habitantes-  pero también una de las más célebres por su degradación moral.

   La gran cantidad de problemas de la Iglesia de Corinto, tratados con detalle en la carta, y el marcado carácter pastoral del escrito dificultan su división en secciones; pero con todo, cabe distinguir una introducción, un epílogo y tres amplias partes que forman el cuerpo de la carta:

·        Introducción: (1,1-9) Consta de un saludo habitual y un himno de acción de gracias.
·        Primera parte: (1,10-4,21) Trata del problema de la división entre los fieles y recoge la severa recriminación de las fracciones y grupos.
·        Segunda parte: (5,1-11,34) Contiene la respuesta del Apóstol a las grandes cuestiones de las que ha tenido noticia por terceras personas o por los mismos corintios: el doloroso caso del incestuoso (5,1-13); la costumbre de llevar a los tribunales paganos las cuestiones internas (6,1-11) y los pecados de la carne (6,12-20). En los temas que los propios corintios han planteado, el Apóstol se detiene en la doctrina sobre el matrimonio y el celibato (7,1-40); la cuestión de la carne sacrificada  a los ídolos (8,1-10,33) y el comportamiento de los fieles en las celebraciones litúrgicas (11,1-34).
·        Tercera parte: (12,1-15,58) Desarrolla dos temas de profundo calado teológico: la diversidad de dones y su ordenación a la caridad, por una parte; y por la otra, la resurrección de Cristo y la de los muertos en general.
·        Epílogo: (16,1-24) Recuerda la colecta a favor de los cristianos de Jerusalén y anuncia los próximos viajes del Apóstol.

   La Iglesia de Corinto fue fundada por san Pablo, con la colaboración de Silas y Timoteo, en el año 50-51, durante su segundo viaje apostólico (años 50-53 ; Hch.18,1-18). San Pablo había llegado a Corinto con mucho temor, tras la experiencia en Atenas que, a pesar de su brillante discurso en el Areópago, dio pocos frutos; viviendo y trabajando, al principio, en casa de Aquila y Priscila, un matrimonio cristiano expulsado de Roma por el edicto de Claudio. Como era su costumbre, primero predicó los Sábados en la sinagoga a los judíos y a los griegos que creían en el Dios de Israel; pero más tarde, ante la oposición que encontró entre los judíos, decidió dirigir su predicación fundamentalmente a los gentiles. Junto a numerosas conversiones  -el jefe de la sinagoga, Crispo con toda su familia, así como otros muchos corintios-  el Apóstol tuvo abundantes dificultades y contradicciones durante el año y medio que enseñó allí; pero el Señor, en una visión nocturna, le confortó dándole ánimos de nuevo. La creciente oposición de algunos judíos desembocó finalmente en una acusación ante el procónsul romano Galión, ante el que san Pablo tuvo que comparecer a finales del año 51 o comienzos del 52; poco tiempo después de este suceso, abandonó Corinto, embarcándose hacia Siria acompañado por Aquila y Priscila. Según todos los indicios, escribió esta carta a finales de su estancia en Éfeso, probablemente en la primavera del año 57, alrededor de la Pascua, como lo sugiere la mención de los ácimos.

   Dadas las relaciones comerciales entre Éfeso y Corinto no es extraño que san Pablo, residiendo en Éfeso, estuviera siempre al tanto de la situación de la comunidad de Corinto; ya que, como señala la carta, había sido informado por los “de Cloe” de una serie de abusos que se habían introducido en aquella comunidad: se advertía una gran laxitud con respecto a la castidad, llegando incluso hasta un caso de incesto; había pleitos; algunas mujeres eran indecorosas en las reuniones litúrgicas y se habían introducido desórdenes en la celebración Eucarística. Por todo ello, la comunidad había enviado una delegación  -formada por Estéfanas, Fortunato y Acaico-  con un escrito para consultar al Apóstol una serie de dudas: sobre el matrimonio y la virginidad, sobre el uso de carismas, la resurrección de los muertos o las carnes inmoladas a los ídolos.

   La primera carta a los Corintios es particular por su contenido doctrinal: la sabiduría divina y la sabiduría humana; los criterios que han de guiar el comportamiento de los fieles; los múltiples aspectos de la moral cristiana; la doctrina sobre la otra vida, etc. Éstos y otros muchos temas, reflejan la personalidad del Apóstol que aúna la profundidad del teólogo y la magnanimidad del pastor, destacando tres temas que merecen especial atención:

1.     La Iglesia: La idea fundamental que subyace en la carta, es el carácter sobrenatural de la Iglesia: Cristo la ha fundado, Él es su cabeza y quién la gobierna a través de sus ministros; los cristianos no son propiedad de nadie, sino únicamente de Cristo, donde no caben facciones ni partidos puesto que la vida cristiana no proviene ni de Pablo, ni de Apolo, ni de Cefas. El misterio de la Iglesia y su unidad básica resplandecen admirablemente en las imágenes profundas y sencillas que utiliza Pablo, siendo de decisiva importancia, para entender la Iglesia, la designación del Cuerpo de Cristo, donde se establece una identidad  -no sólo de fines y de actos aislados, sino de unión vital-  entre Jesucristo y la Iglesia, de tal manera que ambos son inseparables. Y en esta constitución del Cuerpo de Cristo está vigente la diversidad de miembros y oficios, aunque uno solo es el Espíritu que distribuye los variados dones para el bien de la Iglesia, según su riqueza y la diversidad de ministerios (1 Co 12,1-11); por eso, si un miembro sufre algo, con él sufren todos los demás; o si un miembro es honrado, gozan conjuntamente los demás miembros (1 Co 12,26).
2.     La Eucaristía: Los textos que nos hablan sobre la participación en los banquetes paganos y luego la corrección de los abusos en las celebraciones eucarísticas, contienen las verdades fundamentales sobre la Eucaristía: su institución por el mismo Cristo, su carácter sacrificial, la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino y las relaciones entre el Cuerpo Sacramental del Señor y su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. San Pablo narra la institución de la Eucaristía (Co11,23-25) en un relato afín al de san Lucas; donde la víctima eucarística estaba prefigurada en el Antiguo Testamento, confirmando, además, la presencia real de Cristo bajo las especies sacramentales: “Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y la sangre del Señor”; así como las relaciones entre la Eucaristía  -Cuerpo Sacramental de Cristo-  y la Iglesia  -Cuerpo Místico de Cristo-  que están claramente establecidas: “Puesto que el pan es uno, muchos somos un solo cuerpo, porque todos participamos de un solo pan” (1Co 10,17)
3.     La resurrección de los muertos: A los cristianos de Corinto les resultaba muy difícil aceptar la resurrección de los muertos, ya que esa verdad de fe chocaba con el pensamiento griego de la época. Esto lo experimentó san Pablo en el Areópago de Atenas cuando, al hablar de la resurrección, se rieron de él. En esta carta, aborda tan espinoso tema, tratando primero la resurrección de Cristo que había tenido lugar hacía treinta años y tenía un fuerte argumento histórico al estar aceptado por la tradición apostólica; ofreciendo el Apóstol una larga lista de testigos del Resucitado: Pedro, Santiago el Menor, todos los apóstoles y quinientos hermanos de los cuales, al escribirse esta carta, la mayor parte todavía estaban vivos y podían dar testimonio de fe de lo que habían visto; añadiendo, al final, su propio testimonio. Pero la resurrección de Cristo no es sólo un hecho histórico, sino que además es un misterio que estriba en la condición gloriosa del Resucitado que se mostró sólo a aquellos que Él quiso, ya que no fue un retorno a la vida terrena como fueron el caso de las resurrecciones que el Señor realizó antes de la Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naín, Lázaro… No, la suya es esencialmente diferente, porque su cuerpo resucitado pasó del estado de muerte a la otra vida, más allá del tiempo y del espacio; participando de la vida divina en el estado de su gloria. Y esa resurrección de Cristo es la que constituye el fundamento firme de nuestra fe, porque es la confirmación de todo lo que Jesús hizo y enseñó, ya que al resucitar dio la prueba definitiva de su autoridad divina. Sólo si Cristo vive, nuestra fe en Él tiene sentido, porque por medio del Bautismo  -en el que participamos de su muerte y su resurrección-  morimos al pecado con Él y resucitamos a la vida en Dios con Él. Así también, la resurrección del Señor es el fundamento de la esperanza de nuestra propia resurrección; esa resurrección gloriosa que ocurrirá en el último día, en la segunda venida de Cristo con una transformación del cuerpo, porque dominará el espíritu, y será glorioso, incorruptible, fuerte e inmortal.