LOS ESCRITOS DE SAN
PABLO.
Tras los Evangelios
y Hechos de los Apóstoles, que son libros de carácter histórico- narrativo, el
Nuevo Testamento presenta los escritos sagrados que desarrollan teológicamente
el núcleo original de la predicación apostólica sobre Jesús; exponiendo la
saludable fuerza de la obra divina de Cristo y aplicando su doctrina a las
circunstancias de los cristianos en la sociedad donde vivían. Entre estos
escritos destacan las cartas, catorce en total, cuyo remitente lleva el nombre
de Pablo o, como en el caso de la Carta a los Hebreos, muestran el influjo y la
autoridad del Apóstol.
En la antigüedad
clásica había dos géneros epistolares: “las cartas” familiares, comerciales,
etc. y las “epístolas” que eran una especie de tratados o ensayos sobre un
tema, dedicados a alguna personalidad, amigo o familiar. Pues bien, los
escritos de san Pablo participan de ambos géneros: son cartas por su tono
familiar, con saludos, recomendaciones y despedidas; y son epístolas en cuanto
presentan enseñanzas doctrinales y morales.
El orden en que las
cartas paulinas suelen venir en códices antiguos y ediciones impresas de la
Biblia, es convencional y no cronológico: primero se agruparon las dirigidas a
comunidades, después las enviadas a personas. Dentro de esta agrupación, se
pusieron por orden de extensión y de
relevancia en la vida de la Iglesia, a excepción de Hebreos, que suele
ser la última. Pero antes de comenzar a exponer el contenido de las cartas, he
creído conveniente que conociéramos un poco al autor de las mismas: san Pablo.
San Pablo fue el
hombre al que Dios llamó y envió para emprender la difusión universal del
cristianismo, ya que su personalidad y su actividad fueron decisivas para
extender la Buena Noticia del Evangelio por el mundo conocido hasta entonces;
poniendo en práctica la esencia del mensaje que había recibido: la salvación de
los judíos y de los gentiles hasta formar un solo cuerpo, que es la Iglesia; y
eso lo realizó actuando siempre de acuerdo con el Colegio Apostólico. Por eso
consultó, a los Apóstoles y Presbíteros de Jerusalén, sobre el modo en que
estaba realizando su labor evangelizadora y ellos le ratificaron el encargo de
predicar a los gentiles, mientras que san Pedro se dedicó más directamente a
los judíos. Aunque, en realidad, también los Doce anunciaron el Evangelio a
otros pueblos y países sin relación con el judaísmo, quedando testimonio de
ello a través de los primeros escritores cristianos y de las cartas del Nuevo
Testamento, que se dirigieron también a fieles de la gentilidad.
San Pablo fue un
instrumento cuidadosamente escogido y formado para la misión divina que le fue
encomendada, ya que era un judío nacido y educado en la diáspora, en un
ambiente griego; donde él mismo se refería a su judaísmo con orgullo, ya que
era de la tribu de Benjamín, de una familia observante, fariseo en la
interpretación de la Ley y muy celoso en mantener las tradiciones paternas.
Así, su pensamiento tuvo siempre como centro la Sagrada Escritura y su
preocupación fue la salvación
prometida a Israel, estando su visión teológica penetrada
profundamente por el sentido de la historia, según las tradiciones de su
pueblo. Adquirió en Jerusalén, a los pies de Gamaliel -maestro judío- una buena formación rabínica, habiendo
recibido también en Tarso, su ciudad natal, una esmerada educación helenística.
Junto a su origen judío y su citada formación helenística, hay que tener en
cuenta un tercer factor que constituyó un privilegio muy valorado: que por su
nacimiento, san Pablo era ciudadano romano. Todo esto le dio al Apóstol, una
apertura mental en el ámbito civil y, a su vez, una honda convicción religiosa.
El libro de los
Hechos nos ha transmitido tres relatos de la vocación de san Pablo en el camino
de Damasco:
1.
En el primer relato: Dios mismo revela a Ananías la misión de Pablo: “El
Señor dijo: Vete, porque éste es mi instrumento elegido para llevar mi nombre
ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que
deberá sufrir a causa de mi nombre”
2.
El segundo relato: cuanta como Ananías revela a Saulo su misión: “El me dijo: “El Dios de
nuestros padres te ha elegido para que conocieras su voluntad, vieras al Justo
y oyeras la voz de su boca, porque será su testigo ante todos los hombres de lo
que has visto y oído””.
3.
En el tercer relato: Finalmente, Pablo resume su toma de conciencia de la misión recibida:
“Y el Señor me dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y
ponte en pie, porque me he dejado ver por ti para hacerte ministro y testigo de
lo que has visto y de lo que todavía te mostraré. Yo te libraré de tu pueblo y
de los gentiles, a los que te envío, para que abras sus ojos y así se
conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban
el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados por la fe en Mí”.
San Pablo, al revelársele Jesús y comprender que era el
Mesías glorificado, tuvo que cambiar radicalmente su manera de pensar como
ferviente fariseo; y si antes consideraba que el camino para llegar a Dios era
la Ley, ahora se convence de que la Ley sola no sirve, puesto que Jesús -el Mesías, el Hijo de Dios- había sido condenado según la Ley; por eso
entiende que el verdadero Israel no es el que desciende de Abraham según la
carne y la Ley, sino que son los seguidores de Jesús, con los que el mismo
Jesús se identifica.
Inmediatamente
después de su encuentro con Cristo, san Pablo se dirigió a los judíos de
Damasco y, cuando fue a Jerusalén, predicó a los helenistas -judíos de origen no palestino- y sólo más tarde tuvo lugar en Antioquía su
primer contacto con los gentiles, cuando ayudó a Bernabé en su obra
evangelizadora. Después, cuando el Espíritu Santo le designó, junto con
Bernabé, para una misión especial, fue a Chipre y empezó a predicar en las
sinagogas de Salamina, en Antioquía de Pisidia; y la misma actitud mantuvo en
Iconio, Filipos, Tesalónica, Berea, Corinto, Éfeso y Roma. En Antioquía de
Pisidia, Corinto y Éfeso se enfrentó con la obstinada oposición de los judíos y
desde entonces se dedicó por entero a los gentiles, aunque nunca descuidó el
trato con los miembros de su pueblo para los cuales siempre tuvo palabras de
afecto.
San Pablo optó por
escribir directamente en griego las cartas dirigidas a las comunidades cristianas;
decisión lógica, ya que era la lengua de uso común para los cristianos pero de
indudable trascendencia para marcar nuevos caminos en la expresión del mensaje
de la fe. El escrito más antiguo del Nuevo Testamento es, posiblemente, una
carta suya, “La Primera a los Tesalonicenses”, redactada alrededor del 51-52
d.C., directamente en griego. San Pablo logró una síntesis entre el pensamiento
judío y la cultura griega, asimilando y convirtiendo nociones que procedían de
los más diversos contextos culturales en palabras y conceptos cristianos, como
por ejemplo: “conciencia” (synéidesis) “ciencia” (gnosis) “manifestación
gloriosa” (epifáneia) “amor a los hombres” (filantropía) o “regeneración”
(palingennesía).
No es posible
establecer con absoluta exactitud la cronología de toda la vida de san Pablo,
pues las principales fuentes de conocimiento que tenemos son sus cartas y los
Hechos de los Apóstoles, que no se preocuparon por ofrecer referencias
temporales; aunque, sin embargo, han datado con una cierta precisión los hitos
más importantes de su vida. Los estudiosos se inclinan a pensar que Pablo nació
en Tarso de Cilicia entre los años 5-10 d.C., pues Lucas lo califica de “joven”
al relatar el martirio de san Esteban, ocurrido no mucho tiempo después de la
muerte del Señor, en el año 30. Por la Carta a los Gálatas, donde Pablo refirió
que tres años después de recibir la llamada del Señor subió a Jerusalén y que
volvió a hacerlo catorce años más tarde con Bernabé y Tito -cuando tuvo lugar la asamblea con Santiago,
Cefas y Juan- y como esa asamblea
ocurrió en el año48 ó 49, se piensa que la aparición de Jesús al apóstol fue en
el año 32 ó 35. Lo mismo ha ocurrido con la fecha de la cautividad de Pablo,
donde los estudiosos se inclinan por el año 60, ya que los Hechos nombran la
sustitución del prefecto Antonio Félix por Porcio Festo, que se dio en aquel
año. El libro de los Hechos de los Apóstoles no nos habla de la muerte de
Pablo, pero una antigua tradición recogida en el siglo IV por Eusebio, nos dice
que murió decapitado en Roma, durante la persecución de Nerón, la misma en la
que Pedro fue crucificado (años 64-67).
Las Cartas de san
Pablo, escritas a comunidades cristianas concretas, responden a necesidades
específicas de éstas, pero ofrecen, a su vez, unas perspectivas doctrinales que
trascienden esos precisos momentos y les confieren un valor perenne;
proporcionando abundante información acerca de la actividad del Apóstol y de
las circunstancias históricas en las que se desenvolvió. El Evangelio se
difundió, en un primer momento, por la cuenca del Mediterráneo en el seno de
las comunidades judías de la diáspora, y allí donde habían judíos comenzaron a
haber algunos cristianos.
Eran ciudades
importantes por ser encrucijadas de caminos, centros de comercio o provincias
del Imperio. Pronto, antes del 50 d.C. hubieron cristianos en Roma, Alejandría,
Antioquía, Cesarea y Damasco. San Pablo, en su labor evangelizadora, dedicó
particular atención a las poblaciones donde confluían las vías de comunicación
y con ellas los intercambios culturales y comerciales; por lo que el
cristianismo pudo difundirse con facilidad a las regiones vecinas. El caso de
Éfeso es particularmente instructivo, porque a partir de esa ciudad, capital de
la provincia romana de Asia, el Evangelio se propagó por toda la región del
valle del Lico, donde estaban emplazadas Hierápolis, Laodicea y Colosas.
Después de
Jerusalén, la siguiente comunidad cristiana en orden de importancia residía en
Antioquía, antigua capital del reino de los Selúcidas, y por lo que se ha
podido reconstruir de los Hechos, Antioquía gozaba de una comunidad cristiana
en la que la mayor parte de sus miembros eran de origen pagano; recibiendo
allí, por primera vez, los creyentes en Cristo el nombre de “cristianos”. Los
antioquenos poseían un fuerte espíritu misionero y se sentían vinculados con
lazos de fraternidad y solidaridad a la comunidad de Jerusalén, por lo que -al gozar algunas personas de ciertos
recursos económicos- reunían considerables ayudas para sus hermanos de Judea.
Es precisamente desde Antioquía, desde donde san Pablo realiza sus viajes
apostólicos -narrados en Hechos- donde no se limitó a convertir y bautizar, sino
que estableció comunidades estructuradas con unos responsables al servicio de
la instrucción cristiana, santificación y difusión del Evangelio.
Las cartas de san
Pablo tienen una gran riqueza doctrinal, que iremos señalando cuando hablemos
de cada una de ellas; sin embargo hay algunos contenidos que reaparecen una y
otra vez con formulaciones, análogas o complementarias, que conviene tener en
cuenta desde el principio para entender bien a san Pablo. Así las líneas
maestras de su doctrina son las siguientes:
·
La resurrección de Cristo: La aparición de Cristo resucitado a Pablo cerca de
Damasco, es la vivencia clave para la fe y para la enseñanza del Apóstol; que
explicita que la resurrección de Cristo es también la prueba de nuestra
resurrección. El rito de la inmersión en el agua bautismal, significa y produce
nuestra muerte con Cristo al pecado, y la salida del agua, el nacimiento de la
nueva criatura a la vida de la gracia y a la esperanza de la futura
resurrección gloriosa.
·
Jesucristo, el único Salvador: Antes de su conversión, Pablo compartía la concepción
básica del judaísmo, a saber, que Dios había elegido a Israel como pueblo
depositario de las promesas a los patriarcas, renovadas en la Alianza y en la
Ley de Moisés, y que la salvación residía en el cumplimiento de la ley;
compartiendo, antes de su experiencia en el camino de Damasco, la opinión de
muchos de sus correligionarios de que Jesús, el Nazareno, no era el Mesías,
sino más bien, un judío disidente que constituía un peligro y debía ser, por
ello, combatido por el judaísmo. Pero cuando el Resucitado se le apareció tuvo
una súbita comprensión de la verdad: ¡Jesucristo vive! ¡Es el Mesías! Las
gracias subsiguientes le hicieron profundizar en la fe: Jesús era Hijo de Dios
y Pablo debía anunciarlo; y así, de esta manera, lo que después predicó y
anunció fue la vivencia del misterio del Señor, anunciando el Evangelio de
Cristo que es “fuerza de salvación de todo el que cree”. Y ese será el núcleo
doctrinal que expondrá en sus cartas desde diversos enfoques: Jesucristo es el
único salvador de todo hombre: judío o gentil.
·
El misterio salvífico: El “evangelio de Pablo” es la proclamación del plan
de Dios para la salvación de la humanidad. Lo que se le revela a Pablo es que
el misterio escondido por los siglos y anunciado en el Antiguo Testamento por
los profetas, se ha realizado en Cristo.
·
La divinidad de Jesucristo: En las cartas muestra con claridad que Jesús es el
Hijo de Dios, y en Col 1,15-17 habla de su preexistencia eterna antes de ser
enviado al mundo. Jesucristo es coeterno con el Padre y ha sido enviado por Él,
por amor a los hombres.
·
La Encarnación del Hijo de Dios: El Hijo de Dios asumió nuestra existencia humana, y
de este modo -venciendo al pecado en su
propia carne- todos los elementos que
esclavizaban a la criatura humana: pecado, carne, muerte, ley, fueron vencidos por Cristo. Él al asumir la
condición humana se constituyó en representante y cabeza de la humanidad, en el
nuevo Adán; obteniendo, con su muerte, el perdón de los pecados e introduciéndonos
a una vida nueva, a través de la demostración de amor más grande, realizada por
Dios al hombre.
·
Justicia y justificación: El núcleo de la enseñanza de san Pablo está en su
vivencia de Jesucristo como único salvador; salvación que le alcanza al hombre
por la fe, a través de la Gracia. Todo lo demás, son consecuencias; y por ello
en el proceso de la justificación se pueden apreciar tres aspectos:
1.
La justificación
se da por iniciativa divina, no por mérito de acciones humanas precedentes.
2.
Dios quiere que
todos los hombres se salven
3.
Aunque Dios toma
la iniciativa y la parte principal en la justificación, cada hombre debe
corresponder personalmente, ya que somos libres. Desde los tiempos de la
reforma de Lutero, la cuestión de la justicia/justificación, que designa el
poder salvífico de Dios a través de la obra redentora de Cristo, que alcanza al
fiel mediante la adhesión a la fe en Jesús, se convirtió en el tema principal
de los estudios sobre san Pablo.
·
La existencia cristiana en Cristo: Al adherirnos a Cristo por la fe somos hechos hijos de
Dios y la vida en Cristo, o el vivir Cristo en el cristiano, se identifica con
la filiación divina y con el don del Espíritu Santo, por el cual se nos ha
infundido el amor de Dios; pero hay que recordar que la dignidad del cristiano
comporta serias exigencias morales.
·
La Iglesia:
Pablo, a pesar de que designa por iglesias las comunidades locales o
regionales, tiene conciencia de que la Iglesia es una y única: no hay más que
una Iglesia que es Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios, convirtiéndose en
instrumento universal de salvación. Y esa penetración en el misterio comienza en el momento de su
conversión cuando oyó a Jesús, en el camino de Damasco, identificarse con los
cristianos: “Saulo, Saulo ¿Porqué me persigues?” Hch.9,4.