9 de febrero de 2014

¡Los escritos de Pablo!



LOS ESCRITOS DE SAN PABLO.

   Tras los Evangelios y Hechos de los Apóstoles, que son libros de carácter histórico- narrativo, el Nuevo Testamento presenta los escritos sagrados que desarrollan teológicamente el núcleo original de la predicación apostólica sobre Jesús; exponiendo la saludable fuerza de la obra divina de Cristo y aplicando su doctrina a las circunstancias de los cristianos en la sociedad donde vivían. Entre estos escritos destacan las cartas, catorce en total, cuyo remitente lleva el nombre de Pablo o, como en el caso de la Carta a los Hebreos, muestran el influjo y la autoridad del Apóstol.

   En la antigüedad clásica había dos géneros epistolares: “las cartas” familiares, comerciales, etc. y las “epístolas” que eran una especie de tratados o ensayos sobre un tema, dedicados a alguna personalidad, amigo o familiar. Pues bien, los escritos de san Pablo participan de ambos géneros: son cartas por su tono familiar, con saludos, recomendaciones y despedidas; y son epístolas en cuanto presentan enseñanzas doctrinales y morales.

   El orden en que las cartas paulinas suelen venir en códices antiguos y ediciones impresas de la Biblia, es convencional y no cronológico: primero se agruparon las dirigidas a comunidades, después las enviadas a personas. Dentro de esta agrupación, se pusieron por orden de extensión y de  relevancia en la vida de la Iglesia, a excepción de Hebreos, que suele ser la última. Pero antes de comenzar a exponer el contenido de las cartas, he creído conveniente que conociéramos un poco al autor de las mismas: san Pablo.

   San Pablo fue el hombre al que Dios llamó y envió para emprender la difusión universal del cristianismo, ya que su personalidad y su actividad fueron decisivas para extender la Buena Noticia del Evangelio por el mundo conocido hasta entonces; poniendo en práctica la esencia del mensaje que había recibido: la salvación de los judíos y de los gentiles hasta formar un solo cuerpo, que es la Iglesia; y eso lo realizó actuando siempre de acuerdo con el Colegio Apostólico. Por eso consultó, a los Apóstoles y Presbíteros de Jerusalén, sobre el modo en que estaba realizando su labor evangelizadora y ellos le ratificaron el encargo de predicar a los gentiles, mientras que san Pedro se dedicó más directamente a los judíos. Aunque, en realidad, también los Doce anunciaron el Evangelio a otros pueblos y países sin relación con el judaísmo, quedando testimonio de ello a través de los primeros escritores cristianos y de las cartas del Nuevo Testamento, que se dirigieron también a fieles de la gentilidad.

   San Pablo fue un instrumento cuidadosamente escogido y formado para la misión divina que le fue encomendada, ya que era un judío nacido y educado en la diáspora, en un ambiente griego; donde él mismo se refería a su judaísmo con orgullo, ya que era de la tribu de Benjamín, de una familia observante, fariseo en la interpretación de la Ley y muy celoso en mantener las tradiciones paternas. Así, su pensamiento tuvo siempre como centro la Sagrada Escritura y su preocupación fue la salvación

prometida a Israel, estando su visión teológica penetrada profundamente por el sentido de la historia, según las tradiciones de su pueblo. Adquirió en Jerusalén, a los pies de Gamaliel  -maestro judío-  una buena formación rabínica, habiendo recibido también en Tarso, su ciudad natal, una esmerada educación helenística. Junto a su origen judío y su citada formación helenística, hay que tener en cuenta un tercer factor que constituyó un privilegio muy valorado: que por su nacimiento, san Pablo era ciudadano romano. Todo esto le dio al Apóstol, una apertura mental en el ámbito civil y, a su vez, una honda convicción religiosa.

   El libro de los Hechos nos ha transmitido tres relatos de la vocación de san Pablo en el camino de Damasco:

1.     En el primer relato: Dios mismo revela a Ananías la misión de Pablo: “El Señor dijo: Vete, porque éste es mi instrumento elegido para llevar mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré lo que deberá sufrir a causa de mi nombre”
2.     El segundo relato: cuanta como Ananías revela a Saulo su misión: “El me dijo: “El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conocieras su voluntad, vieras al Justo y oyeras la voz de su boca, porque será su testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído””.
3.     En el tercer relato: Finalmente, Pablo resume su toma de conciencia de la misión recibida: “Y el Señor me dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate y ponte en pie, porque me he dejado ver por ti para hacerte ministro y testigo de lo que has visto y de lo que todavía te mostraré. Yo te libraré de tu pueblo y de los gentiles, a los que te envío, para que abras sus ojos y así se conviertan de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás a Dios, y reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados por la fe en Mí”.

 

San Pablo, al revelársele Jesús y comprender que era el Mesías glorificado, tuvo que cambiar radicalmente su manera de pensar como ferviente fariseo; y si antes consideraba que el camino para llegar a Dios era la Ley, ahora se convence de que la Ley sola no sirve, puesto que Jesús  -el Mesías, el Hijo de Dios-  había sido condenado según la Ley; por eso entiende que el verdadero Israel no es el que desciende de Abraham según la carne y la Ley, sino que son los seguidores de Jesús, con los que el mismo Jesús se identifica.

   Inmediatamente después de su encuentro con Cristo, san Pablo se dirigió a los judíos de Damasco y, cuando fue a Jerusalén, predicó a los helenistas  -judíos de origen no palestino-  y sólo más tarde tuvo lugar en Antioquía su primer contacto con los gentiles, cuando ayudó a Bernabé en su obra evangelizadora. Después, cuando el Espíritu Santo le designó, junto con Bernabé, para una misión especial, fue a Chipre y empezó a predicar en las sinagogas de Salamina, en Antioquía de Pisidia; y la misma actitud mantuvo en Iconio, Filipos, Tesalónica, Berea, Corinto, Éfeso y Roma. En Antioquía de Pisidia, Corinto y Éfeso se enfrentó con la obstinada oposición de los judíos y desde entonces se dedicó por entero a los gentiles, aunque nunca descuidó el trato con los miembros de su pueblo para los cuales siempre tuvo palabras de afecto.
  
   San Pablo optó por escribir directamente en griego las cartas dirigidas a las comunidades cristianas; decisión lógica, ya que era la lengua de uso común para los cristianos pero de indudable trascendencia para marcar nuevos caminos en la expresión del mensaje de la fe. El escrito más antiguo del Nuevo Testamento es, posiblemente, una carta suya, “La Primera a los Tesalonicenses”, redactada alrededor del 51-52 d.C., directamente en griego. San Pablo logró una síntesis entre el pensamiento judío y la cultura griega, asimilando y convirtiendo nociones que procedían de los más diversos contextos culturales en palabras y conceptos cristianos, como por ejemplo: “conciencia” (synéidesis) “ciencia” (gnosis) “manifestación gloriosa” (epifáneia) “amor a los hombres” (filantropía) o “regeneración” (palingennesía).

   No es posible establecer con absoluta exactitud la cronología de toda la vida de san Pablo, pues las principales fuentes de conocimiento que tenemos son sus cartas y los Hechos de los Apóstoles, que no se preocuparon por ofrecer referencias temporales; aunque, sin embargo, han datado con una cierta precisión los hitos más importantes de su vida. Los estudiosos se inclinan a pensar que Pablo nació en Tarso de Cilicia entre los años 5-10 d.C., pues Lucas lo califica de “joven” al relatar el martirio de san Esteban, ocurrido no mucho tiempo después de la muerte del Señor, en el año 30. Por la Carta a los Gálatas, donde Pablo refirió que tres años después de recibir la llamada del Señor subió a Jerusalén y que volvió a hacerlo catorce años más tarde con Bernabé y Tito   -cuando tuvo lugar la asamblea con Santiago, Cefas y Juan-  y como esa asamblea ocurrió en el año48 ó 49, se piensa que la aparición de Jesús al apóstol fue en el año 32 ó 35. Lo mismo ha ocurrido con la fecha de la cautividad de Pablo, donde los estudiosos se inclinan por el año 60, ya que los Hechos nombran la sustitución del prefecto Antonio Félix por Porcio Festo, que se dio en aquel año. El libro de los Hechos de los Apóstoles no nos habla de la muerte de Pablo, pero una antigua tradición recogida en el siglo IV por Eusebio, nos dice que murió decapitado en Roma, durante la persecución de Nerón, la misma en la que Pedro fue crucificado (años 64-67).

   Las Cartas de san Pablo, escritas a comunidades cristianas concretas, responden a necesidades específicas de éstas, pero ofrecen, a su vez, unas perspectivas doctrinales que trascienden esos precisos momentos y les confieren un valor perenne; proporcionando abundante información acerca de la actividad del Apóstol y de las circunstancias históricas en las que se desenvolvió. El Evangelio se difundió, en un primer momento, por la cuenca del Mediterráneo en el seno de las comunidades judías de la diáspora, y allí donde habían judíos comenzaron a haber algunos cristianos.
   Eran ciudades importantes por ser encrucijadas de caminos, centros de comercio o provincias del Imperio. Pronto, antes del 50 d.C. hubieron cristianos en Roma, Alejandría, Antioquía, Cesarea y Damasco. San Pablo, en su labor evangelizadora, dedicó particular atención a las poblaciones donde confluían las vías de comunicación y con ellas los intercambios culturales y comerciales; por lo que el cristianismo pudo difundirse con facilidad a las regiones vecinas. El caso de Éfeso es particularmente instructivo, porque a partir de esa ciudad, capital de la provincia romana de Asia, el Evangelio se propagó por toda la región del valle del Lico, donde estaban emplazadas Hierápolis, Laodicea y Colosas.

   Después de Jerusalén, la siguiente comunidad cristiana en orden de importancia residía en Antioquía, antigua capital del reino de los Selúcidas, y por lo que se ha podido reconstruir de los Hechos, Antioquía gozaba de una comunidad cristiana en la que la mayor parte de sus miembros eran de origen pagano; recibiendo allí, por primera vez, los creyentes en Cristo el nombre de “cristianos”. Los antioquenos poseían un fuerte espíritu misionero y se sentían vinculados con lazos de fraternidad y solidaridad a la comunidad de Jerusalén, por lo que  -al gozar algunas personas de ciertos recursos económicos- reunían considerables ayudas para sus hermanos de Judea. Es precisamente desde Antioquía, desde donde san Pablo realiza sus viajes apostólicos  -narrados en Hechos-   donde no se limitó a convertir y bautizar, sino que estableció comunidades estructuradas con unos responsables al servicio de la instrucción cristiana, santificación y difusión del Evangelio.

   Las cartas de san Pablo tienen una gran riqueza doctrinal, que iremos señalando cuando hablemos de cada una de ellas; sin embargo hay algunos contenidos que reaparecen una y otra vez con formulaciones, análogas o complementarias, que conviene tener en cuenta desde el principio para entender bien a san Pablo. Así las líneas maestras de su doctrina son las siguientes:

·        La resurrección de Cristo: La aparición de Cristo resucitado a Pablo cerca de Damasco, es la vivencia clave para la fe y para la enseñanza del Apóstol; que explicita que la resurrección de Cristo es también la prueba de nuestra resurrección. El rito de la inmersión en el agua bautismal, significa y produce nuestra muerte con Cristo al pecado, y la salida del agua, el nacimiento de la nueva criatura a la vida de la gracia y a la esperanza de la futura resurrección gloriosa.
·        Jesucristo, el único Salvador: Antes de su conversión, Pablo compartía la concepción básica del judaísmo, a saber, que Dios había elegido a Israel como pueblo depositario de las promesas a los patriarcas, renovadas en la Alianza y en la Ley de Moisés, y que la salvación residía en el cumplimiento de la ley; compartiendo, antes de su experiencia en el camino de Damasco, la opinión de muchos de sus correligionarios de que Jesús, el Nazareno, no era el Mesías, sino más bien, un judío disidente que constituía un peligro y debía ser, por ello, combatido por el judaísmo. Pero cuando el Resucitado se le apareció tuvo una súbita comprensión de la verdad: ¡Jesucristo vive! ¡Es el Mesías! Las gracias subsiguientes le hicieron profundizar en la fe: Jesús era Hijo de Dios y Pablo debía anunciarlo; y así, de esta manera, lo que después predicó y anunció fue la vivencia del misterio del Señor, anunciando el Evangelio de Cristo que es “fuerza de salvación de todo el que cree”. Y ese será el núcleo doctrinal que expondrá en sus cartas desde diversos enfoques: Jesucristo es el único salvador de todo hombre: judío o gentil.
·        El misterio salvífico: El “evangelio de Pablo” es la proclamación del plan de Dios para la salvación de la humanidad. Lo que se le revela a Pablo es que el misterio escondido por los siglos y anunciado en el Antiguo Testamento por los profetas, se ha realizado en Cristo.
·        La divinidad de Jesucristo: En las cartas muestra con claridad que Jesús es el Hijo de Dios, y en Col 1,15-17 habla de su preexistencia eterna antes de ser enviado al mundo. Jesucristo es coeterno con el Padre y ha sido enviado por Él, por amor a los hombres.
·        La Encarnación del Hijo de Dios: El Hijo de Dios asumió nuestra existencia humana, y de este modo  -venciendo al pecado en su propia carne-  todos los elementos que esclavizaban a la criatura humana: pecado, carne, muerte, ley,  fueron vencidos por Cristo. Él al asumir la condición humana se constituyó en representante y cabeza de la humanidad, en el nuevo Adán; obteniendo, con su muerte, el perdón de los pecados e introduciéndonos a una vida nueva, a través de la demostración de amor más grande, realizada por Dios al hombre.
·        Justicia y justificación: El núcleo de la enseñanza de san Pablo está en su vivencia de Jesucristo como único salvador; salvación que le alcanza al hombre por la fe, a través de la Gracia. Todo lo demás, son consecuencias; y por ello en el proceso de la justificación se pueden apreciar tres aspectos:
1.     La justificación se da por iniciativa divina, no por mérito de acciones humanas precedentes.
2.     Dios quiere que todos los hombres se salven
3.     Aunque Dios toma la iniciativa y la parte principal en la justificación, cada hombre debe corresponder personalmente, ya que somos libres. Desde los tiempos de la reforma de Lutero, la cuestión de la justicia/justificación, que designa el poder salvífico de Dios a través de la obra redentora de Cristo, que alcanza al fiel mediante la adhesión a la fe en Jesús, se convirtió en el tema principal de los estudios sobre san Pablo.
·        La existencia cristiana en Cristo: Al adherirnos a Cristo por la fe somos hechos hijos de Dios y la vida en Cristo, o el vivir Cristo en el cristiano, se identifica con la filiación divina y con el don del Espíritu Santo, por el cual se nos ha infundido el amor de Dios; pero hay que recordar que la dignidad del cristiano comporta serias exigencias morales.
·        La Iglesia: Pablo, a pesar de que designa por iglesias las comunidades locales o regionales, tiene conciencia de que la Iglesia es una y única: no hay más que una Iglesia que es Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios, convirtiéndose en instrumento universal de salvación. Y esa penetración en el  misterio comienza en el momento de su conversión cuando oyó a Jesús, en el camino de Damasco, identificarse con los cristianos: “Saulo, Saulo ¿Porqué me persigues?” Hch.9,4.