Evangelio según San Marcos 8,34-38.9,1.
Jesús,
llamando a la multitud, junto con sus discípulos, les dijo: "El que quiera
venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?
¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles".
Y les decía: "Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder".
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?
¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
Porque si alguien se avergüenza de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con sus santos ángeles".
Y les decía: "Les aseguro que algunos de los que están aquí presentes no morirán antes de haber visto que el Reino de Dios ha llegado con poder".
COMENTARIO:
En este
Evangelio de Marcos, el Señor explica, a la práctica, la teoría del texto que
vimos ayer. Y, seguramente, por sus palabras, debieron parecerles estremecedoras
a sus oyentes; ya que coger la cruz de Cristo y asirnos a ella, si no es por la
ayuda de la Gracia, nos asusta. Pero es la medida que el Maestro nos exige,
para seguirle. No nos habla Jesús de esos momentos entusiasmados que vivimos,
cuando compartimos la fe; ni de esa satisfacción que nos inunda cuando nos
llenamos de gozo ante sus promesas. Nos habla de la renuncia que requiere ser
discípulo de Nuestro Señor. Es valorar la vida no como un fin en sí mismo, sino
como medio para conseguir la Vida definitiva; porque aquí, en este mundo todo
está determinado por su carácter transitorio. Todo tiene un final que, para el
cristiano, es principio.
No es malo amar
el mundo y disfrutar de los bienes que, con nuestro trabajo y de forma justa,
hemos alcanzado; ya que todo ha salido de las manos del Creador y nos lo ha
concedido. Pero en cada paso, en cada circunstancia, en cada momento y en cada
lugar, hemos de saber trascender los hechos para descubrir la mano de Dios que
nos lo ha dado todo como camino de salvación. Y si en algún momento las cosas
terrenas nos sirven para que perdamos de vista nuestro verdadero objetivo, el
Señor nos insta a que seamos capaces de desprendernos de ellas. Porque Dios ama
a aquellos que, por encima de cualquier cosa, saben valorara su bien más
preciado: ganar la Vida eterna.
Pero el Maestro
va más allá, mucho más allá y nos habla de corredimir a su lado,
identificándonos con Él y clavándonos voluntariamente en la cruz. Nos habla de
fortaleza en la tribulación, y de esa alegría cristiana que, cuando sufre, sabe
encontrar el sentido y ofrecérselo con Cristo al Padre, para bien nuestro y de
todas las almas. Quiere que entreguemos
nuestra vida a Dios, con lo que Dios disponga para nuestra vida, porque esta
vida no tiene más valor que ser el camino de nuestra santificación; y, con
nosotros, de la de nuestros hermanos.
Nos habla Jesús
de vivir pequeñas renuncias, en la intimidad de nuestra persona; ofreciéndoselo
al Señor para su Gloria: retrasar un vaso de agua, cuando tenemos sed; pasar un
rato de nuestro tiempo con aquella persona que nos cansa y aburre; comer más de
lo que no nos gusta y menos de lo que nos apetece… simples mortificaciones que
compartimos con Jesús, en el camino del Calvario. Pero es que todas ellas
servirán, aparte, para fortalecer nuestra voluntad y generar virtudes;
preparándonos para soportar con más facilidad los duros momentos que, sin duda,
la vida nos traerá y el diablo aprovechará para tentarnos en nuestra debilidad.
Eso que en la fe cuesta tanto de entender, me llama la atención que se
comprenda perfectamente en la preparación que muchos cuerpos de Seguridad del
Estado, en todos los países del mundo, utilizan para su formación; ejercitándose con una dureza excesiva, para
poder ser capaces de soportar, si llegan, situaciones extremas. Nos hacemos
otros Cristos, a través de los Sacramentos, a la espera de que, si es la
voluntad divina, el Maestro cargue el madero a nuestra espalda, para compartir
con nosotros el peso de su Cruz.
También
aprovecha Jesús, en este texto, para recordarnos que no ser testimonio
cristiano en medio del mundo, tiene un alto precio. No sólo seremos como la sal
que por no salar es desechada; sino que si no somos capaces de defender a Dios
ante aquellos que le ofenden, con nuestras palabras y obras, Él, que es nuestro
juez y abogado, se olvidará de nosotros en el Juicio Final. Estar bautizados
significa no sólo ser discípulos de Cristo, sino vivir en Él y con Él,
transmitir al mundo su mensaje salvífico. Somos hijos de Dios en Cristo, cuya
finalidad es unir nuestra voluntad a la voluntad divina y, con nuestro ser y
con nuestro actuar, dar testimonio de la realidad cristiana. Y no os
equivoquéis, porque el diablo sabe muy bien lo que hace, pensando que Dios no
nos pedirá cuentas de los dones y las gracias que nos ha otorgado para cumplir
su ministerio. Bien claro nos lo ha dejado con sus palabras y sus advertencias;
ya que Aquel que es inmensamente bueno, por serlo, es inmensamente justo.
Esta última
frase del Evangelio parece, a primera vista, enigmática y complicada de
entender; ya que da la impresión de que el Señor nos habla de la Parusía, como
si algunos de los allí presentes pudieran contemplarla antes de morir. Pero con
anterioridad, el Señor nos ha explicado que el Reino es como una semilla que se
va desarrollando y que llegará a su plenitud en la manifestación final. Por eso
la expansión admirable del cristianismo en época apostólica, es la referencia
que Cristo hace llegar a aquellos presentes que van a tener el privilegio de
contemplarla. Y así, el Señor ata todo el sentido de sus palabras ante el fruto
de la sangre de los primeros cristianos que, por asumir valientemente su cruz,
regarán la tierra de misión y será el anticipo de la gloria en Cristo, que
culminará con el Fin de los Tiempos.