10 de febrero de 2014

¡Demos a conocer a Cristo!



Evangelio según San Marcos 6,53-56.


Después de atravesar el lago, llegaron a Genesaret y atracaron allí.
Apenas desembarcaron, la gente reconoció en seguida a Jesús,
y comenzaron a recorrer toda la región para llevar en camilla a los enfermos, hasta el lugar donde sabían que él estaba.
En todas partes donde entraba, pueblos, ciudades y poblados, ponían a los enfermos en las plazas y le rogaban que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y los que lo tocaban quedaban curados.

COMENTARIO:

  Este corto Evangelio de san Marcos es como un resumen final de todos los acontecimientos que se han relatado en capítulos anteriores; y que se han situado en los distintos viajes del Señor por el Mar de Galilea. Recopilándolos todos, se pueden observar dos puntos que han sido comunes en todos los lugares que ha visitado, como ha sido la atracción que despierta entre la multitud que le reconoce; y la cantidad de milagros realizados, sanando enfermos y perdonando pecados.

  No hemos de olvidar, sin embargo, que el Nuevo Testamento no ha recopilado todos los milagros que el Señor realizó; cosa comprobable si nos fijamos en el texto de Mateo y de Lucas (Mt 11,20-24 y Lc 13-15), donde Jesús increpa a Corazín y Betsaida por el comportamiento pecaminoso de sus habitantes:
“¡Ay de ti Corazín, ay de ti Betsaida! Porque si en Tiro o en Sidón se hubieran realizado los milagros que se han obrado en vosotras, hace tiempo que habrían hecho penitencia en saco y en cenizas”.

  En cambio, los Evangelios no mencionan ningún milagro referido a estas ciudades, deduciéndose que Jesús obró muchos más hechos sobrenaturales de los que nos cuentan los evangelistas. Eso tiene una fácil explicación, ya que los escritores sagrados no quisieron hacernos llegar una biografía exacta de todo lo que hacía o hablaba el Señor, sino que únicamente reunieron aquello que consideraron más importante para podernos transmitir, con toda la veracidad posible, la Divinidad de Cristo que se escondía en su Humanidad Santísima. Todos los hechos y las palabras que tenían un valor incalculable para nuestra salvación. Y por dar este testimonio, no hay que olvidar que perdieron la honra, la familia, la posición y la vida.

  Pero junto a estos escritos, la Iglesia guarda en su Tradición el inconmensurable tesoro de los relatos de aquellos primeros Padres que, siendo testigos directos o discípulos de los Apóstoles, consiguieron ampliar con su información, la Persona de Cristo y su mensaje; así como la vida de los cristianos primitivos que encendieron, con su ejemplo, y transmitieron a las próximas generaciones, la antorcha de la fe.

  Este episodio también nos recuerda que la gente reconocía a Jesús en Genesaret; pero para reconocerlo era preciso que lo hubieran visto antes, o que alguien les hubiera hablado de Él. Y es ahí donde entramos todos los discípulos que navegamos en la Barca de Pedro junto al Maestro. Nuestra tarea no es, ni más ni menos que ésta: dar a conocer a Cristo a nuestros hermanos; y después, en libertad, que cada uno decida lo que quiere hacer y en qué momento. Porque todas las personas, como ocurre con casi todo lo de este mundo, tienen su momento para todo. Más adelante, es Jesús el que se acercará a su corazón y, cuando le vean, reconocerán en Él a ese amigo del que les hemos hablado; abriendo las puertas de su espíritu para que los inunde la Gracia divina.

  Los acercaremos con nuestro apostolado alegre, que no se rinde ni desfallece por las dificultades, al lado del Señor que nos infunde la esperanza y nos llama a todos a pedirle sus favores. Porque todos los que se aproximaban a Jesús, se contentaban con tocar su manto para ser sanados; enseñándonos a fortalecer nuestra fe y acercarnos a la presencia Eucarística, donde nos espera el mismo Maestro que amarró la barca a la orilla del lago, para que le contemos nuestras preocupaciones y descansemos en Él. El Señor no se cansó de recorrer Galilea, paso a paso; ni de navegar por las aguas bajo temporales, en busca de todos aquellos que le necesitaban; donde muchos ni siquiera eran conscientes de ello. Curó cuerpos y sanó almas, y a todos les transmitió su Palabra, que salva. Ahora ha querido necesitarnos; nos llama a su viña, a su barca, porque si somos uno con Él, por el Bautismo, debemos tener el mismo celo apostólico, fruto del amor, que le llevó a redimirnos a través de su sacrificio.