12 de enero de 2014

¡Vivamos una nueva vida!



Evangelio según San Mateo 3,13-17.



Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él.
Juan se resistía, diciéndole: "Soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por ti, ¡y eres tú el que viene a mi encuentro!".
Pero Jesús le respondió: "Ahora déjame hacer esto, porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo". Y Juan se lo permitió.
Apenas fue bautizado, Jesús salió del agua. En ese momento se abrieron los cielos, y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y dirigirse hacia él.
Y se oyó una voz del cielo que decía: "Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección".


COMENTARIO:

  Este Evangelio de Mateo podría presentar una pregunta que se responde observando fielmente los hechos con que Jesús manifiesta el porqué de sus actuaciones. Todo lo que se esconde en esta Palabra Escrita -que es la Escritura-  transmitida para que conozcamos al Señor, tiene un significado que no debe ser tomado a la ligera, sino que debe ser leído mientras se medita y se profundiza, desde el Magisterio de la Iglesia, para que actúe directamente en nuestra mente y en nuestro corazón.

  Si Cristo era el Mesías, el Hijo de Dios hecho Hombre y, por ello, no tenía pecado alguno ¿porqué debía pasar por un bautismo cuya finalidad era mover a la persona a la conversión y a un cambio radical de vida, alejándose de la trasgresión divina? El propio Juan el Bautista, al observar que Jesús se encuentra delante de él en el Jordán, para recibir el agua bautismal, se sorprende y le expone su perplejidad ante el hecho de que tenga que ser su persona la que cumpla con esta misión; cuando sabe que, justamente, es el Señor el que ha venido a liberar al hombre de la esclavitud del pecado. Pero el Maestro, con sus palabras, le deja entrever que al acudir a recibir el bautismo, manifiesta que también Él cumple y secunda el plan de Dios de preparar a su pueblo, como habían anunciado los profetas.

  En su Humanidad Santísima, el Señor nos da una lección de lo que es de verdad la santidad: esa identificación, cueste lo que cueste, de nuestra voluntad con la del Padre. Cristo acepta libremente, al borde del río, todo lo establecido por Dios, con lo que eso conlleva de dolor y sufrimiento, inagurando la misión del Siervo doliente, anunciada por el profeta Isaías. Él es el Cordero que llevado al matadero, aceptará mansamente y con humildad, la misión que se la ha encomendado. Jesús indica, con su bautismo, que asume este bautismo de sangre posterior, con su muerte en la cruz, donde nos redimirá a todos de nuestros pecados.

  En Cristo, donde está representado –se hace presente- en su Naturaleza Humana, todo el género humano, cada uno de nosotros aceptamos por el Sacramento del Bautismo, unirnos literalmente al Hijo de Dios y en Él, hacernos hijos del Padre. Porque humildes y arrepentidos descendemos al agua con Jesús, para renacer con Él a través del Espíritu, convertidos en miembros de la familia cristiana, para “vivir una vida nueva” como nos dijo san Pablo. Esas son las palabras de Dios, cuando reconoce a Jesús como su Hijo amado; y en Él, a cada uno de nosotros.

  De ahí que todos los que hemos recibido las aguas del Bautismo sacramental, no podamos actuar, no sólo como si no conociéramos a Dios, sino no haciéndolo presente entre nuestros hermanos. Su vida, su Gracia, corre por nosotros; y hemos sido elevados en su Sangre, a una dignidad sin límites. No podemos seguir comportándonos como si nuestra razón de ser fuera abstraerse de una realidad que no nos conviene; ya que el Señor nos ha llamado a vivir y cambiar esa realidad, con su Luz y su Fuerza. Todos los bautizados en Cristo, como Iglesia, cambiaremos el mundo si descansamos en la fe y en la confianza divina, comportándonos como verdaderos discípulos del Señor que han sido enviados a recristianizar el entorno: con amor y fidelidad a su Maestro.