31 de enero de 2014

¡Hechos de los apóstoles!



HECHOS DE LOS APÓSTOLES:  

La obra no es propiamente un relato sobre la actividad de los Apóstoles, sino una suerte de monografía histórica que describe las primeras etapas del desarrollo del cristianismo en conexión con los trabajos misioneros de los Apóstoles más destacados, es decir, Pedro y Pablo.

   En las colecciones antiguas de los libros del Nuevo Testamento, aparece algunas veces unido a las cartas de san Pablo, y otras veces junto a las Cartas Católicas; sin  embargo, normalmente, se sitúa detrás de los cuatro evangelios ya que, de esta manera, sirve de puente entre los Evangelios y las Cartas Apostólicas, ya que muestra como los primeros discípulos imitaron a su Maestro predicando lo que más tarde escribieron y así el lector puede situar, en el espacio y el tiempo, a casi todos los autores del resto del Nuevo Testamento: Pedro, Pablo, Santiago, Judas y Juan.

   Las primeras líneas del evangelio de san Lucas y del libro de los Hechos denotan que los escritos tienen un mismo autor y forman parte de un mismo proyecto; siendo la autoridad de Hechos notoria, en la Iglesia primitiva, ya que aparece citado en los testimonios patrísticos más importantes de los primeros siglos. Siendo, quizás, el más significativo el de Ireneo que acudió a Hechos para defender la apostolicidad de Pablo frente a los ebionitas, y para refutar a Marción que no admitía más que el evangelio de Lucas y las cartas de Pablo.

   Del texto de los Hechos nos han llegado dos tradiciones distintas: la oriental, o texto alejandrino, y la occidental, que es una décima parte más larga que la oriental, seguramente porque contiene alguna paráfrasis aclaratoria, que se ha pensado que pudo ser escrita por Lucas en Roma, o bien  -como tardó más en ser reconocido como libro canónico-  que algunos copistas se sintieran con la libertad para introducir pequeñas notas aclaratorias.

   Los Hechos de los Apóstoles narran el establecimiento de la Iglesia y la propagación inicial del Evangelio, después de la Ascensión del Señor; pudiendo ser considerado un libro histórico, algo así como la primera historia del cristianismo, donde no se nombra una simple crónica de sucesos, sino que es una  magnífica obra donde se unen el carácter teológico y el carácter histórico. El libro relata los comienzos de la Iglesia con el fin principal de consolidar la fe de los cristianos, que debían sentirse seguros en la firmeza de su origen y de su fundamento; mostrando un cristianismo que aparece como una fe señera, segura de Dios y de sí misma, que abomina de la oscuridad y de la vida de secta. Sin  temer al debate público de sus principios y convicciones, y penetrando a todo el conjunto de la redacción una extraordinaria alegría espiritual. Es esa alegría que viene del Espíritu Santo, de la certeza del origen sobrenatural de la Iglesia, de la contemplación de los hechos extraordinarios con los que Dios acompaña a los predicadores de su Evangelio y de la protección divina, que defiende a los discípulos de las persecuciones.

   Se han propuesto diversas divisiones del libro, pero se podría decir que los 28 capítulos se dividen en dos grandes partes, dispuestas antes y después del “Concilio” de Jerusalén. Éste se relata al comienzo del capítulo 15, donde la Asamblea de Jerusalén constituye, sin duda, el centro teológico del libro, por la singular importancia que tuvo para entender, según el deseo de Dios, el carácter católico  -universal-  de la Iglesia y la primacía de la Gracia sobre la Ley Mosaica, así como para impulsar la difusión universal del Evangelio. Por otra parte, el escrito parece el desarrollo del cumplimiento de las palabras de Jesús dirigidas a los discípulos antes de la Ascensión: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.”.

   Desde esta perspectiva, Hechos narra el primer balbuceo de la Iglesia de Jerusalén, su ensanchamiento a zonas vecinas de Judea y Samaria, y su expansión por las regiones mediterráneas hasta llegar a Roma, capital del Imperio; guiando, en cada acontecimiento, el Espíritu Santo la acción de los discípulos. Pero en este plan se perciben ciertas peculiaridades, ya que en los doce primeros capítulos  -salvo cuando se narra la conversión de Pablo-  giran en torno a la persona de Pedro y en cambio, desde el capítulo trece  -salvo los episodios del Concilio de Jerusalén, donde Pedro es protagonista-  la narración sigue los pasos de Pablo. Ese doble foco se puede prolongar a las ciudades de Jerusalén y Antioquía: los primeros capítulos narran la evangelización que nace de Jerusalén (Pedro) y después constata el vigor apostólico de la Iglesia de Antioquía (Pablo), jalonando la historia de la predicación evangélica y dividiendo a Hechos en cuatro partes a la que precede una buena presentación:

·        Presentación (1,1-11) Enlaza con el Evangelio según san Lucas; refiriéndose el prólogo a las primeras palabras del evangelio, y las últimas al relato de la Ascensión.
·        Primera parte: La Iglesia en Jerusalén (1,12-7,60)  Narra la vida de la Iglesia naciente en Jerusalén, donde una vez elegido Matías  -para completar el grupo de los doce-  se relata la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y la primera predicación apostólica cerca de Jerusalén. La narración sigue con el crecimiento y la agrupación de la comunidad en torno a Pedro y a los demás Apóstoles, acompañando la predicación de los Doce, milagros y hechos extraordinarios. Lucas describió la vitalidad espiritual de la primera Iglesia, el aumento de los fieles que reclamó la elección de los diáconos; la persecución que se desató en Jerusalén contra los cristianos “helenistas” que procedían de la diáspora judía; el martirio de san Esteban, que supuso la culminación de esta sección, y el desplazamiento de la acción a las regiones limítrofes de Judea.
·        Segunda parte: Expansión de la Iglesia fuera de Jerusalén (8,1-12,25) Relata la dispersión de los cristianos helenistas que se habían diseminado a causa de la persecución y predicaban el Evangelio por Judea, Samaria y Siria. La persecución fue providencial porque la Iglesia comenzó a abrir sus puerta a los gentiles; hablándonos de la conversión del etíope y de la recepción del Bautismo por parte de numerosos samaritanos. Se narra con bastante detalle la vocación de Pablo, llamado a ser Apóstol de las gentes, y la conversión del centurión Cornelio, de extraordinario significado para la superación de las barreras étnicas en la aceptación del Evangelio. Termina con la muerte de Santiago, hermano de Juan, y la detención y liberación milagrosa de san Pedro.
·        Tercera parte: Difusión de la Iglesia entre los gentiles; viajes misioneros de Pablo (13,1-20,38) Pablo es el instrumento elegido por Dios para extender el camino de la salvación hasta los confines de la tierra. En esta tercera parte se relatan sus viajes apostólicos con la propagación del evangelio y la fundación de nuevas comunidades. Desde este momento, cobra una singular importancia la labor misionera de la Iglesia de Antioquía, aunque el libro de los Hechos no deja de señalar que cada nuevo impulso evangelizador pasa también por Jerusalén.
·        Cuarta parte: San Pablo prisionero y testigo de Cristo (21,1-28,31) Con la llegada de Pablo a Jerusalén comienza la última parte del libro que describe la cautividad del Apóstol. Éste, según el anuncio del Señor, será desde ahora prisionero y testigo de Cristo y del Evangelio. Se narra con detalle su viaje, como preso, hasta Roma, quedando abierto  -desde la Urbe-  el camino del Evangelio a todo el mundo.

   Como el libro forma parte del mismo proyecto que el tercer evangelio, su autor y su composición  -san Lucas-  son los mismos que en el Evangelio de san Lucas, que ya hemos visto; aunque en los Hechos se descubre, con más claridad, la imaginación sintética y el autor concienzudo que ha meditado mucho las cosas antes de escribirlas.

   Hechos de los Apóstoles es un libro histórico, pero no sólo historia desnuda, sino didáctica, que nos enseña y que, a su vez, ha resistido la crítica liberal de siglos pasados -que hacían interpretaciones arbitrarias y superficiales-  mostrándose como vehículo de un mensaje evangelizador, pero con una labor rigurosa de valoración e interpretación de sus fuentes. La veracidad histórica de Lucas se puede iluminar a través de libros como son: “Las Antigüedades Judías” de Flavio Josefo  -escritor judío, no cristiano-  que fueron escritas unos veinte años después que los Hechos; así como las Cartas de san Pablo, con los sucesos que narra y que permiten una comparación que confirma la historicidad del libro del Lucas.
   Según la pauta de los escritores helenistas y judíos, san Lucas usó fuentes  ya que no fue testigo ocular de todo lo que relata y no se conformó con simples informaciones-  por lo que se cree que debió emplear documentos de diversos géneros: como narraciones breves, resúmenes de discursos, notas, diarios de viajes, sumarios, etc.; así como materiales obtenidos de las diferentes  iglesias, o derivados de los protagonistas principales. Hay, como en todos los escritos bíblicos, muchas suposiciones como aquellas que consideran que Lucas tenía una fuente antioquena que le transmitió información sobre Esteban, Felipe, Bernabé y los primeros tiempos de san Pablo; hay también los que creen que el autor tenía una colección de relatos de san Pedro.

   Como siempre, todo son hipótesis, pero lo que sí es evidente es que el autor se condujo con libertad a la hora de integrar las fuentes en el conjunto del relato: omitiendo lo que no consideró necesario para su propósito y abreviando los elementos recibidos; aunque lo cierto es que consiguió imprimirle una magnífica unidad a toda su obra, reflejando en todo momento la acción sobrenatural del Espíritu de Dios que guiaba la Iglesia.

   La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos sitúa con hondura y sencillez, ante el conjunto de la fe cristiana. San Lucas presenta al lector, con el propósito de instruirle, las principales verdades del cristianismo, así como lo más importante de la incipiente vida sacramental y litúrgica de la naciente Iglesia. Se aprecian también en el libro algunos aspectos de la organización eclesiástica y diversas actitudes de los cristianos ante la vida política y social de su tiempo; mereciendo especial atención, la doctrina sobre Cristo, el Espíritu y la Iglesia:

·        Jesucristo: Los Hechos fundamentan su doctrina acerca de Cristo en su vida terrena y en su exaltación, que son el núcleo del anuncio evangélico; subrayando todos los aspectos del misterio Pascual        -pasión, muerte, resurrección y ascensión-  de los cuales, los Apóstoles son “testigos”, y que se explican como cumplimento de los planes de Dios anunciados ya en las profecías del Antiguo Testamento; aplicando a Jesús diversos títulos cristológicos que manifiestan su ser divino y su misión redentora, tales como: Señor, Salvador, Siervo del Señor, Justo, Santo y sobre todo Cristo                     -Mesías-  que se convierte en nombre propio.
·        El Espíritu Santo: San Lucas acentúa la importancia y la función determinante del Espíritu Santo en  la vida entera de la Iglesia, ya que es, a la vez, el Espíritu de Dios y el Espíritu de Jesucristo, que viene sobre los discípulos en Pentecostés para manifestar públicamente a la Iglesia,  haciendo posible el comienzo de su actividad salvadora. El Espíritu Santo es posesión y bien común de todos y cada uno de los cristianos, así como la fuente de alegría y vibración  espiritual que debe caracterizarles; también es el que guía a la Iglesia en la elección de jerarcas y misioneros y el que impulsa y protege el desarrollo de su actividad evangélica.
·        La Iglesia: Los Hechos resultan indispensables para conocer la vida de la Iglesia en los primeros treinta años de su historia. Nos la muestran como la prolongación de la obra de Jesucristo y el instrumento de Dios para el cumplimento de las promesas del Antiguo Testamento. Es por tanto el verdadero Israel, un pueblo nuevo y universal de lazos espirituales, cuya naturaleza es esencialmente misionera. La Iglesia rebosa de la presencia invisible, pero real, de su Señor resucitado, que es el centro del culto cristiano y el único Nombre que puede salvar a los hombres. La presencia de Jesucristo se hace real y verdadera en “la fracción del pan”, es decir, en el sacrificio eucarístico que se celebraba, ya por los discípulos, el Domingo  -primer día de la semana-.

   La vida de los cristianos se describe con rasgos sencillos y emocionantes, centrados en la oración, la Eucaristía y  la doctrina de los Apóstoles; que los disponen a unos hechos excelentes de desprendimiento, concordia y amor. Por ello san Lucas, nos ofrece ese modo de vivir como patrón y modelo para las nuevas generaciones de discípulos. El libro funde, en admirable armonía, la expectación de la segunda venida del Señor, propia de todo el Nuevo Testamento y la necesidad de concentrarse con perseverancia, mediante la oración, el trabajo y el sufrimiento alegre, en la edificación terrena del Reino de Dios. Los Hechos, finalmente, nos instruyen acerca de la primitiva constitución de la jerarquía eclesiástica, y nos han conservado un relato de importancia singular sobre el primer Concilio de la Iglesia.