12 de enero de 2014

¡Evangelio de san Marcos!



EVANGELIO DE SAN MARCOS:

La mayoría de los códices del Nuevo Testamento recogen el evangelio según san Marcos en segundo lugar, después de san Mateo. La tradición patrística también suele señalar que Marcos fue el segundo en componer, aunque algún autor antiguo dice que primero se escribieron los evangelios que contenían las genealogías, es decir, Mateo y Lucas. La misma tradición, en cambio, es unánime al afirmar que el autor de este evangelio es Marcos, “discípulo e intérprete de Pedro”, del que reprodujo con fidelidad su predicación. El testimonio más antiguo que tenemos es el de Papías de Hierápolos (siglo II) que dice así: “Marcos, que fue intérprete de Pedro, puso cuidadosamente por escrito, aunque sin orden, lo que recordaba de lo que el señor había dicho y hecho. Porque él ni había oído al Señor ni lo había seguido, sino que siguió a Pedro más tarde; el cual impartía sus enseñanzas según las necesidades, pero de suerte que Marcos en nada se equivocó al escribir algunas cosas tal  como las recordaba”. 

   Estas afirmaciones son comunes a todos los testimonios de la Iglesia antigua, desde la Galia, con Ireneo, hasta Egipto, con Clemente de Alejandría. Además la relación de Pedro con Marcos se funda también en los textos sagrados, ya que Pedro llama a Marcos, su hijo. Éste tuvo también una estrecha relación con Pablo, sirviéndole de consuelo y de colaborador para el Evangelio.

   En comparación con las sugerentes enseñanzas de otros evangelios, Marcos se prestaba menos a ser comentado por los Padres de la Iglesia, en cambio ha sido muy valorado en la época moderna, ya que por la cercanía a las fuentes y a la espontaneidad del relato, permite descubrir en él,  el encanto de la figura de Jesús, que tanto atrajo a los Apóstoles y a las primeras generaciones cristianas. En el primer versículo del evangelio de Marcos se afirma que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y después, a lo largo del relato, se entremezclan dos dimensiones de esta realidad: la manifestación de Jesús como tal y el descubrimiento de este hecho por parte de los discípulos. En este sentido, este evangelio tiene dos partes claramente diferenciadas por la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo; ya que hasta entonces Jesús con sus palabras y sus obras manifestaba su condición mesiánica, pero ni los discípulos ni las gentes acertaban a descubrir su identidad.
   En Cesarea de Filipo, Pedro le confiesa como Mesías, e inmediatamente después, Jesús comienza a impartir una enseñanza particular a los discípulos en la que les instruye sobre la manera en que deben entender su mesianismo: no como liberador político, sino como Hijo del Hombre que debe sufrir las afrentas profetizadas sobre el Siervo del Señor, hasta morir y después resucitar. Casi al final del Evangelio, al pie de la Cruz, un gentil  -el centurión romano-  proclama que Jesús es el Hijo de Dios; cumpliéndose así el reconocimiento por parte de los hombres de los dos títulos que el evangelista había ya anunciado al comienzo de su escrito: Jesús es el Cristo y es el Hijo de Dios. Como en los otros dos sinópticos, en los capítulos que vienen tras la confesión de Pedro, se pueden distinguir dos partes: el camino hacia Jerusalén y los sucesos en Jerusalén. Por ello la estructura podría ser esta:

·        Presentación (1,1-13) Introduce a Juan el Bautista como el precursor anunciado en el A.T. y a Jesús como el Mesías y el Hijo de Dios.
·        Primera parte: Ministerio de Jesús en Galilea (1,14-8,30) Jesús predica la urgencia de conversión para entrar en el Reino de Dios. Su enseñanza y sus milagros despiertan la admiración de las gentes, aunque también la oposición de escribas y fariseos. Co las parábolas enseña a las muchedumbres que le escuchan y le siguen pero que no le entienden. Pero en cambio, los discípulos que Él ha elegido son objeto de una enseñanza privilegiada. Las obras de Jesús hacen que las gentes se pregunten quién es Él, mientras que los demonios lo saben; pero Jesús quiere que le confiesen los hombres, como hace Pedro al final de esta parte.
·        Segunda parte: Ministerio camino de Jerusalén (8,31-10,52) Después de la confesión de Pedro, Jesús se dedica con mayor intensidad a la formación de los discípulos mostrándoles la necesidad de la Pasión para entrar en la Gloria. Los tres anuncios de la Pasión son como el estribillo de esta parte del Evangelio. La enseñanza se completa con instrucciones sobre las virtudes y actitudes que deben presidir la vida de los discípulos: la oración, la humildad, la pobreza, etc.
·        Tercera parte: Ministerio en Jerusalén (11,1-16,20) Muchos detalles cronológicos y topográficos jalonan la narración de la actividad de Jesús en sus seis últimos días. Comienza con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y la purificación del Templo. Las autoridades judías que le acecharon casi desde el inicio, entran ahora en controversia con Él y deciden su muerte. Jesús afronta este destino, viendo en él el cumplimiento del designio de su Padre; pero la muerte no es sino camino para la Resurrección. Con la entrada de Jesús en la Gloria termina el Evangelio.
   
   Ya hemos apuntado la unanimidad de la Tradición acerca de Marcos como autor del segundo evangelio y acerca del origen del libro: la petición que le hicieron al evangelista los cristianos de Roma para que pusiera por escrito la predicación de Pedro. No se sabe con exactitud el momento en  que fue compuesto; si fue antes o después del martirio de Pedro, pero sí que la fecha más probable de redacción fue hacia el año 60 d.C. por la información que nos dan  san Clemente y san Ireneo.

   El Nuevo Testamento ofrece diversas noticias sobre Marcos, ya que además de ser colaborador de san Pedro y san Pablo, nos dice que era primo de Bernabé, e hijo de María  -una cristiana de la primera hora, en cuya casa se reunían los cristianos de Jerusalén-. Tradiciones antiguas afirman que, tras el martirio de Pedro, Marcos fundó la Iglesia de Alejandría en Egipto, donde gozó de gran prestigio y murió mártir; y en el año 825 d.C. sus reliquias fueron trasladadas a la ciudad de Venecia que le adoptó como patrono erigiendo la monumental basílica a él dedicada.

   El examen interno del evangelio ha confirmado que el escritor gozaba de la información de primera mano de un testigo de los acontecimientos que relata, ya que narra más detalles anecdóticos que los otros sinópticos, y en ellos siempre está presente Pedro. Explica costumbres judías o traduce expresiones arameas utilizadas por Jesús, lo que hace suponer que sus destinatarios no conocen la lengua ni las costumbres palestinas; utilizando muchos latinismos que se entienden mejor si sus destinatarios son romanos.
   San Marcos tiene un estilo imperfecto, pero es un gran narrador que delata, en su escrito, que el griego no es su lengua materna aunque se expresa con una gran vivacidad, acudiendo al discurso directo en medio de su relato y a la descripción pormenorizada de detalles y circunstancias que Mateo y Lucas narran más sobriamente. Su narración, como he comentado, es tan viva que parece oírse  -entre sus líneas-  la voz de un testigo ocular que una y otra vez cuenta: “Entonces llegamos, vinimos, fuimos, etc.” y con esa detallada descripción de la vida de Jesús  y sus discípulos, nos es fácil trasladarnos a las pequeñas ciudades de la ribera del lago Genesaret; a sentir el bullicio de las gentes que siguen a Jesús; a contemplar sus gestos…En una palabra, podemos asistir a la historia evangélica como si participáramos en los episodios.

   Marcos muestra que el evangelio está en estrecho paralelismo con Cristo: Jesús les dice a sus discípulos que dar la vida por el Evangelio es dar la vida por Él; ya que la Buena Nueva  -Evangelio-  que ha llegado a los hombres, es Jesús que con sus obras nos ha conseguido la salvación. Y a la vez se manifiesta su destino universal, sugerido en el uso continuado de la palabra Galilea en la narración, porque es el lugar donde Jesús comenzó y realizó la mayor parte de su ministerio, y también el lugar donde se anuncia el nuevo comienzo tras la Resurrección. Esta circunstancia no es gratuita, ya que Galilea era una encrucijada de culturas y gentes, algo así como la Roma de Palestina; por eso, con su misión en esta región, Jesús señala y san Marcos lo subraya, que aunque su ministerio terreno lo realizó sólo en Israel, tiene como destinatario a todos los hombres.

   También llama la atención, en este segundo evangelio, el mandato de silencio por parte del Señor acerca de su mesianismo  -es lo que a veces se ha llamado “el secreto mesiánico”-  que viene motivado por la pedagogía de Jesús que se va revelando progresivamente; ya que no quiere confesiones precipitadas, sino que la convicción de que Él es el Mesías y el Hijo de Dios, sean fruto de la luz que surge de su pasión en la cruz y de su Resurrección, iluminando la enseñanza dada a sus discípulos para que lo confiesen correctamente. El evangelio de Marcos, sin embargo, hace hincapié en estas dos premisas: Jesús es el Mesías y Jesús es el Hijo de Dios.

·        Jesús es el Mesías: La primera frase del Evangelio lo proclama así y la confesión de esa verdad le valió a Jesús la condena a muerte. Pero esta manifestación de su mesianidad, siguió en Jesús  -como hemos comentado-  una divina pedagogía para poder evitar confusiones que lo situaran como libertador político y nacionalista, frente a la dominación del Imperio Romano. Por eso Jesús prefirió llamarse a Sí mismo, ante las multitudes, “el Hijo del Hombre” por su relación con la profecía de Dn.7,13-14 que apuntaba a un valor religioso más trascendente, huyendo de los sinónimos “Hijo de David” o “Mesías” que hubieran podido dar lugar, en aquellas circunstancias, a entender la misión de Jesús como un mesianismo predominantemente terreno. Por eso el Señor se fue revelando, cada vez con más claridad, a sus discípulos como el Salvador que redimiría a los hombres y les reconciliaría con Dios; no por medio del poder de los ejércitos, sino por su sacrificio en el calvario.
·        Jesús es el Hijo de Dios: Puede decirse que la afirmación de que Jesús es el Hijo de Dios, tal como san Marcos lo expresa en sus primeras palabras, es un resumen de todo su evangelio y clave necesaria para entender lo que el lector se va a encontrar después: si no creemos que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios, no comprenderemos el resto del Evangelio. Sin embargo el evangelista, al tiempo que confiesa la divinidad de Jesús, señala su verdadera humanidad; evocando los sentimientos de Jesús como hombre que se indigna con los hipócritas; se enfada con los Apóstoles; se entristece en Nazaret; abraza y bendice a los niños y se angustia en Getsemaní. Pero ese Jesús, que es verdadero hombre, tiene el poder de Dios y en dos ocasiones  -en el Bautismo y en la Transfiguración-  una voz del cielo lo declara Hijo de Dios.