30 de enero de 2014

¡No desfallezcáis!



Evangelio según San Marcos 4,1-20.


Jesús comenzó a enseñar de nuevo a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca dentro del mar, y sentarse en ella. Mientras tanto, la multitud estaba en la orilla.
El les enseñaba muchas cosas por medio de parábolas, y esto era lo que les enseñaba:
"¡Escuchen! El sembrador salió a sembrar.
Mientras sembraba, parte de la semilla cayó al borde del camino, y vinieron los pájaros y se la comieron.
Otra parte cayó en terreno rocoso, donde no tenía mucha tierra, y brotó en seguida porque la tierra era poco profunda;
pero cuando salió el sol, se quemó y, por falta de raíz, se secó.
Otra cayó entre las espinas; estas crecieron, la sofocaron, y no dio fruto.
Otros granos cayeron en buena tierra y dieron fruto: fueron creciendo y desarrollándose, y rindieron ya el treinta, ya el sesenta, ya el ciento por uno".
Y decía: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!".
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor de él junto con los Doce, le preguntaban por el sentido de las parábolas.
Y Jesús les decía: "A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola,
a fin de que miren y no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el perdón".
Jesús les dijo: "¿No entienden esta parábola? ¿Cómo comprenderán entonces todas las demás?
El sembrador siembra la Palabra.
Los que están al borde del camino, son aquellos en quienes se siembra la Palabra; pero, apenas la escuchan, viene Satanás y se lleva la semilla sembrada en ellos.
Igualmente, los que reciben la semilla en terreno rocoso son los que, al escuchar la Palabra, la acogen en seguida con alegría;
pero no tienen raíces, sino que son inconstantes y, en cuanto sobreviene la tribulación o la persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumben.
Hay otros que reciben la semilla entre espinas: son los que han escuchado la Palabra, pero las preocupaciones del mundo, la seducción de las riquezas y los demás deseos penetran en ellos y ahogan la Palabra, y esta resulta infructuosa.
Y los que reciben la semilla en tierra buena, son los que escuchan la Palabra, la aceptan y dan fruto al treinta, al sesenta y al ciento por uno".

COMENTARIO:

  Vemos en este Evangelio de Marcos, como el Señor se dirige a los que le escuchan, para transmitirles un mensaje a través de un modo peculiar de enseñanza: la parábola. De esta manera, mediante esas breves narraciones que encierran una educación moral y religiosa, Jesús revela una verdad espiritual de forma comparativa. No explica fábulas, ni alegorías, pues sus relatos se basan en hechos u observaciones creíbles, teniendo la mayoría de estos elementos connotaciones de la vida cotidiana, que tan bien conocían todos aquellos que le escuchaban. Es cierto que el Señor usó las parábolas con la finalidad de enseñar cómo debe actuar una persona para conseguir entrar en el Reino de los Cielos, y para revelar misterios divinos, facilitando su comprensión; pero también las usó como armas didácticas contra líderes religiosos y sociales.

  Y a pesar de que este tipo de enseñanza tenía una fundada tradición bíblica -ya que sólo hay que recordar como Isaías las utilizaba para anunciar que la Palabra de Dios era como la lluvia que salía de los cielos, pero no volvía a ellos sin dar frutos- Jesús nos pide, desde estas líneas del Evangelio, que tomemos nota de su forma de actuar en la transmisión del mensaje divino y que acomodemos nuestro apostolado a todas las edades, momentos y circunstancias diversas, que nos podamos encontrar. Que busquemos argumentos, como hizo Él, para facilitar al mundo la salvación conseguida al precio de su sangre.

  Marcos, a diferencia de otros sinópticos, resalta la dificultad que tuvieron los oyentes de Jesús –también sus discípulos- para comprender el verdadero sentido de la parábola. El Señor sabe que sus palabras, como el Reino que predica, son un misterio que sólo se ilumina sin dificultad, cuando el Espíritu Santo llena de luz con su presencia el corazón de los hombres. Pero como hace el sembrador, Jesús se retira con ese grupo de hombres que ha escogido para fundar su Iglesia, a trabajar la tierra de su alma y su conocimiento; así estarán a punto para recibir la semilla del depósito de la fe, que deberá guardar hasta el fin de los tiempos. Necesita que ellos comprendan, para ser con la ayuda del Paráclito, los pilares que van a sostener los difíciles momentos de la formación de la Iglesia primitiva.

  A nosotros, como bautizados, el Señor nos pedirá que le busquemos en el tesoro de la Palabra; que le encontramos en la riqueza de los Sacramentos y que le acompañemos por todos los rincones de la vida, como discípulos coherentes que se han comprometido a conocer, interiorizar y transmitir su mensaje, a través de la Barca de Pedro. No podemos tener miedo de no estar a la altura, porque eso no es virtud nuestra, sino un don del Espíritu que anida, tras el Bautismo, en nuestro corazón; poniendo alas a nuestro conocimiento, para que podamos acercarnos a Dios. Y si así lo hacemos, si así descansamos en Aquel que todo lo puede, veremos cómo siguiendo los pasos del sembrador de la parábola, la semilla germinará en tierra buena y fértil, siendo capaz de producir buenos frutos de vida cristiana.

  Nos avisa Jesús que no podemos desanimarnos ante las respuestas de los hombres a nuestra tarea apostólica; porque ante todo la persona es libre para recibir o despreciar el mensaje de la salvación. Muchos nos escucharán con interés, y tal vez tengan buenos propósitos, pero cuando comprenden que seguir a Cristo exige muchas veces, renunciar a los propios intereses para formar parte de los planes divinos, preferirán seguir en su cómoda ignorancia que piensan, erróneamente, que los excluye de cualquier responsabilidad. Otros reflexionarán que la doctrina que les transmitimos es la adecuada, pero intentarán hacer una dicotomía con la Iglesia perdiendo, sin darse cuenta, las raíces que los unen a la sabia de la Vida, la Gracia. Y los más, ni siquiera nos escucharán. Pero luego nos encontraremos con esas almas, regalo de Dios, que cambiarán su existencia por un encuentro fortuito con nosotros; por una pregunta que halló respuesta; por una frase que acercó a Cristo a su lado. Ese es el camino que hemos elegido, al decidir seguir los pasos de Nuestro Señor ¡Ánimo a todos!  ¡No desfallezcáis! Navegamos juntos en la Barca de Pedro, la Iglesia, a la conquista del mundo.