EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO:
Es el primer
libro del Nuevo Testamento y nos recuerda, constantemente, que en Jesús se
cumplen las profecías y las demás escrituras. Su obra representa la renovación
definitiva de Israel, el Pueblo de la antigua Alianza, con la formación de la
Iglesia, como Nuevo Pueblo de Dios. El evangelio de san Mateo gozó de gran
autoridad desde su composición, ya que era conocido y usado por la primera
cristiandad del siglo I, y por los documentos de la época, como por ejemplo: La
Didaché, escrita entre los años 80 y 100; la Carta a los Corintios; la Carta I
del Papa san Clemente Romano, entre el 92 y el 101; la llamada Epístola de
Bernabé, entre el 96 y el 98; las Cartas de san Ignacio, mártir de Antioquía,
muerto hacia el 107-114; los escritos de san Policarpo, muerto el 156, etc.
Su
influencia fue más allá del Occidente cristiano, ya que Panteno, maestro de
Clemente de Alejandría, fue a la India y descubrió que allí conocían el
evangelio de Mateo, porque lo había llevado el apóstol Bernabé. Los Padres más
antiguos lo citaron con frecuencia y otros
-como san Jerónimo u Orígenes- lo
comentaban sistemáticamente; ya que por su riqueza se ha llamado a este
evangelio, el evangelio del catequista.
Antiguos testimonios aseguran que san Mateo
fue el primero que puso por escrito el evangelio de Jesucristo; así vemos, en
el siglo II, el testimonio de Papías, Obispo de Hierápolis, que dice: “Mateo
dispuso los discursos del Señor, en la lengua de los hebreos, y cada uno los
interpretó como pudo”. No se ha conservado ninguna copia ni descripción de este
texto del que habla Papías, por lo que no sabemos si la lengua a la que alude
es el hebreo o el arameo, aunque muy pronto se usó como canónico el texto
griego.
El primer evangelio es un texto atentamente
escrito, en el que hasta la misma estructura quiere transmitir una enseñanza;
llamando la atención, en su conjunto, la presencia de cinco discursos del Señor
escalonando el relato. Tales discursos se alternan con cinco secciones que
contienen relatos de los signos mesiánicos de Jesús; donde algunos autores ven
reflejada en esta disposición del evangelio la idea de fondo que preside la
obra: Jesús es la plenitud de la ley -el
Pentateuco- compuesta a su vez por cinco
libros.
Sin
embargo, podemos descubrir la trama del evangelio a través de dos sinopsis: en
san Mateo se reconoce una estructura que, teniendo como centro la confesión de
Pedro en Cesárea de Filipo, divide la narración en dos grandes partes: hasta
este momento la acción se desarrolla en Galilea y la predicación de Jesús -que versa sobre el Reino de los Cielos, la
verdadera justicia, la plenitud de la ley, etc.- se dirige generalmente a la muchedumbre; pero
desde la confesión de Pedro, la enseñanza del Señor se destina fundamentalmente
a los discípulos más cercanos y hace más referencia al mesianismo sufriente de
Jesús y a algunos aspectos de la futura vida de la Iglesia. El esquema del
Evangelio podría ser:
·
Presentación (1,1-4,11) Comprende el
relato del nacimiento y la infancia de Jesús, seguido de la narración del
Bautismo y las tentaciones. El conjunto enseña que Jesús es el Hijo de Dios,
nacido de la Virgen por obra del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, es
verdadero hombre, descendiente de David. Es el Mesías de Israel y el Salvador
de todos los hombres, que triunfa donde otros habían fracasado al sucumbir a la
tentación.
·
Primera parte: Ministerio de Jesús en Galilea
(4,12-16,20) Jesús proclama,
con palabras y obras, que el Reino de Dios ha llegado. Llama a los discípulos y
convoca al Nuevo Pueblo de Dios como supremo Maestro, Legislador y Profeta,
promulgando la nueva ley del Reino en el “Discurso de la Montaña”. Su enseñanza
queda avalada por las “obras del Mesías”, los milagros que confirman su
autoridad (8,1-9,38). El “discurso de la misión” a los Apóstoles (10,1-42), las
acciones de Jesús (11,1-12,50) y sus enseñanzas en “parábolas sobre el Reino de
los Cielos” (13,1-52) resaltan de un modo nuevo que Él es más que un maestro:
es el Mesías de Israel. Los dirigentes religiosos del pueblo escogido se
obstinan en rechazarlo, pero los signos de Jesús son tan evidentes
(14,13-15,39) que san Pedro le confiesa como lo que verdaderamente es: el
Mesías, el Hijo de Dios (16,13-20).
·
Segunda Parte: Ministerio camino de Jerusalén
(16,21-20,34) El Evangelio presenta “el camino de la Cruz”. Los dos
anuncios de la Pasión y el sentido de la Transfiguración, indican el
significado de lo que va a acontecer: Jesús tiene que ser entregado y acepta su
misión; pero sabe también que tras la muerte vienen la resurrección y la
glorificación. Esta enseñanza se completa con instrucciones sobre la futura
vida de la Iglesia; sobresaliendo entre ellas el denominado “discurso
eclesiástico” (18,1-35). En el camino a Jerusalén, otros episodios ilustran
diversos aspectos de la vida eclesial: la pobreza, el espíritu de servicio,
etc.
·
Tercera parte: Ministerio de Jesús en Jerusalén
(21,1-28,20) Comienza con
la manifestación mesiánica de Cristo y
la purificación del Templo (21,1-22) y sigue con las controversias de Jesús con
los judíos. Un motivo de fondo une estos episodios: Israel ha fracasado, no ha
sido capaz de corresponder al don de Dios, y por eso Dios fundará un nuevo
pueblo que dé frutos (21,43). El llamado “Discurso Escatológico” completa la
enseñanza de Jesús a sus discípulos (24,1-25,46). Con sus palabras exhorta a la
vigilancia, porque la fidelidad al don de Dios siempre se tiene que manifestar
en obras. La narración cobra identidad cuando se detiene en el último día de la
vida de Jesús: su ofrecimiento a la voluntad del Padre, su prendimiento,
proceso y condena, su muerte y su resurrección. El relato destaca la entrega
serena de Jesús a su misión del siervo del Señor y el rechazo de Israel a los
planes de Dios; así como el cumplimiento de los designios de Dios en la muerte
de Jesús, pero también en su resurrección. Con ella y con el mandato apostólico
se inicia una nueva etapa: Jesús, el Señor resucitado, permanece en la Iglesia;
las puertas del cielo se han abierto y hay que anunciar este mensaje de
salvación a todos los hombres (28,16-20).
La
atribución a Mateo de este primer evangelio aparece en todos los documentos
antiguos; encontrando, además una cierta confirmación en el mismo evangelio,
pues es el único que recoge el nombre de Mateo para designar al publicano a
quien llamó el Señor en los inicios de la vida pública y que coincide con el
Mateo que se nombra en la lista de los doce. San Lucas dice que también se le
llamaba Leví, y san Marcos, Leví el de Alfeo. Su lectura permite pensar que
tanto su autor como sus destinatarios eran judíos convertidos al cristianismo
ya que, aunque el autor busca una buena expresión griega, se descubren en su
escrito muchas formas de decir, de cuño palestinense, que sólo usa este
evangelio, como por ejemplo: “Reino de los Cielos”, “Padre celestial”, “Ciudad
Santa”, “casa de Israel”, “la carne y la sangre”, “atar y desatar”, etc.
Todo esto hace pensar que los destinatarios
primeros del evangelio son cristianos procedentes del judaísmo, para quienes
las enseñanzas de la Ley siguen vigentes, aunque entendidas a la luz de la
Nueva Ley de Cristo. Sin embargo, esta circunstancia no merma el horizonte
universal del Evangelio: el mandato final de hacer discípulos en todos los
pueblos, la caracterización de los cristianos como sal de la tierra o la luz
del mundo; y el talante catequético y clarificador del Evangelio así lo hacen
entrever.
Hay
además otras circunstancias que permiten vislumbrar la comunidad a la que va
dirigido el Evangelio, ya que el Señor advierte a los discípulos que tendrán
dificultades en su misión cristianizadora: de parte de los propios familiares,
de los gentiles, gobernadores y reyes, pero sobre todo, de los fariseos. Es
fácil ver que las controversias de Jesús, con los escribas y fariseos, miran
tanto al momento en que se produjeron como al tiempo posterior de la Iglesia.
Todos estos rasgos llevan a pensar que el Evangelio nació en la región de
Antioquía de Siria, pues allí se refugiaron muchos judíos y cristianos de
origen judío, tras la destrucción de Jerusalén; esta hipótesis la apoyaría el
hecho de que san Ignacio de Antioquía, a finales del siglo I, lo cite. Toda la
crítica está de acuerdo en afirmar que el Evangelio de san Mateo, en lengua
hebrea -del que habla Papías-, se debe
datar en los años 50 ó 60; la versión griega, que es la canónica, podrá
situarse unas dos décadas más tarde, en el año 70 ó 80.
El evangelio de san Mateo es un evangelio
didáctico, con una fuerte unidad
-también literaria- que está
lleno de intencionalidad; donde su narración es estilizada, solemne, evitando
detalles accesorios pero subrayando dos cosas: la majestad de Jesús y la
relación estrecha entre lo que pide, quien lo solicita y la respuesta del
Señor. Y es de ahí de donde el lector extrae el modo de comportarse con Jesucristo,
ya que el escrito recoge las frases del Señor, de un modo fácil de retener en
la memoria, para que acudan con más espontaneidad a los labios. Por eso, bajo
ese aspecto, puede decirse que este evangelio es el primer libro de catequesis
cristiana, conteniendo ordenadamente las normas que debe vivir un cristiano y
respondiendo al mandato final del Señor: “…Id pues y hacer discípulos a todos
los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo; y enseñándoles a guardar todo cuanto os he mandado: Y sabed que yo estoy
con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Una
mirada al evangelio de san Mateo descubre en seguida que los discursos de Jesús
contienen esos mandamientos que los Apóstoles deben enseñar y los discípulos
cumplir: sobre el modo de rezar, de ayunar, de enseñar, de ejercer el
ministerio de la Iglesia, etc.; y a través de esos discursos extensos de
Cristo, podemos percibir sus palabras y asistir a su predicación, encontrando
una guía clara para nuestra conducta, un fundamento para nuestra esperanza y un
aliento para nuestra predicación y actuación en medio del mundo.
San Mateo nos muestra, con peculiar
esmero -ya que sus destinatarios fueron
los judeo-cristianos- cómo en la Persona
y en la obra de Jesucristo se cumple todo el Antiguo Testamento, ya que Jesús
es el Mesías prometido, presentando las acciones y palabras de Jesús, a la luz
de diversos textos del Antiguo Testamento pero, a su vez, también nos
manifiesta que la ley que Dios entregó a Israel debe cumplirse en la Nueva Ley
propuesta por Jesucristo, resumida en el Discurso de la Montaña: “No penséis
que he venido a abolirla Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos, sino a
darles su plenitud”.
Es
claro que la enseñanza primera de los cuatro evangelios es sobre Jesucristo y
sobre su obra; sobre sus acciones, sus palabras y las diversas personas que se
acercan a Él, revelando quién es verdaderamente y su alcance para la salvación
de los hombres. De los Apóstoles, enviados por Cristo nos llega ese caudal de
doctrina; pero cada evangelista ha subrayado unos aspectos particulares, siendo
el evangelio de san Mateo el que lo hace a través de dos nociones: La Persona
de Jesucristo y la Iglesia fundada por Él.
·
Jesucristo:
Tal como aparece narrado por san Mateo, se caracteriza sobre todo por su
majestad; Hombre verdadero, y al mismo tiempo, verdadero Dios y Señor de todo
lo creado, características que se expresan bien con los títulos que se aplican
a Jesús a lo largo del Evangelio. Jesús es, antes que nada, el Hijo de Dios,
manifestado desde su concepción por obra del Espíritu Santo, hasta la fórmula
trinitaria del Bautismo al final. A la luz de esta verdad esencial todos los
demás títulos mesiánicos con los que el Antiguo Testamento preanunció a Jesús, adquieren
su más profundo sentido: Hijo de David, Rey, Hijo del Hombre, Mesías, Señor.
Ahora bien, los hombres sólo podemos conocer esa filiación divina por el don
sobrenatural de la fe; donde se descubre que Jesús, no sólo es el Hijo de Dios,
sino que también es el Hijo del Hombre, mostrando con su obrar que su caminar
terreno fue el del Siervo del Señor, humilde, profetizado por Isaías, que con
sus palabras y sus milagros cumple el designio salvador de Dios sobre los
hombres. Una de las características del Siervo del Señor es el rechazo por
parte de sus congéneres y san Mateo, con sus enseñanzas y hechos, ilumina con
profundidad y dramatismo el misterio de la reprobación de Jesús -el
Mesías prometido- por parte de los
dirigentes judíos que arrastraron tras de sí a buena parte del pueblo. Por eso
advierte el Señor que las promesas de Dios se darán a otro pueblo que dé sus
frutos. Ese nuevo pueblo es la Iglesia
-donde están todos los hombres que con el Bautismo se conforman en hijos
de Dios en Cristo, sin distinción de raza, pueblo o nación-.
·
La Iglesia:
Al evangelio de san Mateo se la ha llamado el evangelio eclesiástico y una de
las razones ha sido por ser el más usado en la Iglesia antigua; y otra, más
profunda, que en él aparece la Iglesia como realidad que se percibe en el trasfondo
de toda narración: es insinuada de diversas formas en un gran número de
parábolas; anunciada su fundación y explícitamente expresada en la promesa del
Primado de Pedro; sugerida como el Nuevo y verdadero Israel -en la
parábola de los viñadores homicidas-, fundamentada su misión de instrumento
universal de salvación en el mandato misional del final del Evangelio. En
resumen, la Iglesia está palpitando a lo largo de todo el texto evangélico, y
siempre presente en la mente y el corazón del evangelista.