EVANGELIO DE SAN LUCAS:
San Lucas ocupa el tercer lugar en
los escritos del Nuevo Testamento. En algunos códices occidentales sigue a
Mateo y Juan, porque colocan primero los evangelios escritos por los Apóstoles
y después los escritos por los discípulos; sin embargo en la gran mayoría de
códices el orden suele ser: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Su colocación después
de Marcos parece lógica porque si Marcos reproduce la predicación de Pedro,
Lucas recoge la de Pablo; predicación que viene manifestada por san Ireneo en
algunos documentos y de los que recogemos las siguientes palabras: “Lucas, el
compañero de Pablo, escribió en un libro el evangelio que él -Pablo-
predicaba”. También nos encontramos testimonios en textos de Orígenes,
Clemente de Alejandría, Tertuliano, Eusebio, san Jerónimo, etc; y es por ello,
por lo que la Iglesia ha considerado, desde los primeros tiempos, el evangelio
de san Lucas como un libro sagrado.
Pueden distinguirse claramente tres partes
que tienen una extensión semejante: Ministerio de Jesús en Galilea; ministerio
en la subida a Jerusalén y ministerio en Jerusalén. Vienen precedidas por el
prólogo de la obra y el evangelio de la infancia. Dentro de este esquema, lo
más significativo del relato es la segunda parte: el ministerio en la subida a
Jerusalén, que en los otros evangelios sinópticos ocupa dos o tres capítulos y
en Lucas ocupa diez, subrayando especialmente que Jesús dirige su llamada
salvífica a todos los hombres:
·
Presentación (1,1-4,13) Abre el
libro un prólogo que, con un excelente lenguaje literario, expone la intención
de la obra. Le sigue la narración de la infancia de Juan el Bautista y de
Jesús, donde se describe quién es Jesucristo: el salvador prometido, el Mesías,
el Señor. Junto a Jesús niño está siempre su Madre, instrumento también del
plan salvador por su fe inquebrantable. Finalmente se narra la preparación del
ministerio de Jesús, que está tejida en torno a tres motivos: La figura del
Bautista; las tentaciones de Jesús y su genealogía. En los tres señala el
alcance de la salvación obrada por Cristo.
·
Primera parte: Ministerio de Jesús en Galilea
(4,14-9,50) Relata los inicios del ministerio público de Jesús en
Galilea. Con Jesús en la sinagoga de Nazaret se condensa el programa de su
misión: la salvación prometida por Dios que se cumple ahora con los milagros de
Jesús y con su acción misericordiosa hacia los hombres, con el perdón de los
pecados, etc. El ministerio comprende también la predicación en cuyo centro
está el sermón del llano y las parábolas del Reino. El evangelista señala con
gusto la eficacia y la singularidad de las palabras de Jesús que provocan la
aglomeración de las gentes en torno suyo. Para el cumplimiento e ese programa
salvador, el Señor elige a unos discípulos, de entre los cuales constituye el
grupo apostólico, al que forma con una dedicación particular mostrándoles su
gloria y enviándoles a predicar en un anticipo de lo que será la misión
universal de la Iglesia.
·
Segunda parte: Miniserio en la subida a Jerusalén
(9,51-19,27) En la narración de una larga subida a Jerusalén, san
Lucas recopila muchas enseñanzas del Señor que no están presentes en otros
evangelios: la parábola del buen samaritano; las parábolas de la misericordia;
la del fariseo y el publicano, etc. No es fácil descubrir la estructura interna
de lo que aquí se presenta, aunque hay una homogeneidad de contenidos que
reflejan los rasgos característicos de este tercer evangelio: la oración, la
misericordia, la universalidad de la salvación, la alegría de la conversión, el
valor contrastante de la riqueza y la pobreza, etc.
·
Tercera parte: Ministerio en Jerusalén (19,28-24,53) El relato es
muy semejante al de los otros evangelios sinópticos: comprende la entrada en
Jerusalén y la purificación en el Templo, las controversias de Jesús con las
autoridades judías. El discurso escatológico y la extensa narración de la
Pasión y la Resurrección. San Lucas destaca los sentimientos de piedad y
misericordia de Jesús, su grandeza de ánimo y su recurso constante a la
oración; y en todos estos rasgos, Jesús se presenta como un modelo de conducta
para el cristiano. La narración termina con el mandato del Señor a sus
Apóstoles de permanecer en Jerusalén hasta la venida del Espíritu Santo y con
la Ascensión: los mismos acontecimientos con los que comienza el libro de los
Hechos de los Apóstoles.
San Lucas, como hemos dicho anteriormente,
era discípulo y compañero de san Pablo; médico de profesión y de origen
antioqueno que, como buen conocedor de la lengua griega, escribió su evangelio
en Acaya y Beocia. Estas afirmaciones tienen su base en Hechos de los
Apóstoles, donde san Pablo llama a Lucas, “el médico querido” que no viene de
la circuncisión, sino de la gentilidad; así como algunos escritos de san
Jerónimo que manifiestan la autoría de san Lucas, como discípulo de Pablo, que
describió cosas oídas y no vistas. Hay que tener en cuenta que Lucas es también
autor del libro de los Hechos de los Apóstoles que, como el evangelio, van
dirigidos al “distinguido Teófilo”; pudiendo ser este nombre una denominación
genérica de los cristianos -los amados
por Dios- o bien la referencia a una
persona conocida, aunque en todo caso el destinatario es un cristiano al que el
autor quiere darle razón de la “indudable certeza de las enseñanzas que ha
recibido”. Un prólogo al evangelio, del siglo II, dice que Lucas nació en
Antioquía de Siria; que fue médico de profesión, discípulo de los Apóstoles y,
más tarde, compañero de Pablo hasta que éste sufrió martirio. Sirvió
al Señor con completa dedicación; no se casó ni tuvo hijos y murió a los 84
años en Beoña, lleno del Espíritu Santo.
Para determinar la fecha de su composición,
algunos autores miran al libro de los Hechos, que acaba describiendo la situación
de san Pablo en vísperas de ser liberado de su primera cautividad romana. Como
Pablo fue liberado en el año 63, algunos piensan que el evangelio de san Lucas
debió escribirse los años 63-65. Otros consideran que Hechos acaba cuando,
desde el punto de vista teológico, se han cumplido las palabras del Señor que
abren el libro, y el Evangelio ha llegado a los confines de la tierra por ellos
conocida; por eso se inclinan por una fecha más tardía, como son los años
67-80. Los argumentos para establecer esta segunda fecha son, sobre todo de
carácter interno, pues la obra de Lucas manifiesta el punto de vista de alguien
que ha sido testigo del vigor y la expansión del Evangelio.
Si Lucas era un joven cuando siguió a los
primeros Apóstoles, hacia los años 80 tendría la madurez suficiente para
escribir una obra equilibrada como la que tenemos entre manos. San Lucas era un
hombre culto, con una gran delicadeza de espíritu que manejaba la lengua griega
con más perfección que los otros evangelistas, por eso todos los semitismos que
permanecen en el texto evangélico demuestran el buen talante del autor: es un
escritor capaz y concienzudo, pero muy fiel a sus fuentes; que sigue la
costumbre de los escritores griegos y latinos, empleando el término técnico de
“narración” para dar a entender, desde un principio, que escribe según un
género histórico.
Pero san Lucas escribe la historia, no para
satisfacer la curiosidad de sus lectores, sino para enseñar la historia de la
salvación, contemplada desde la Encarnación de Cristo hasta la difusión del
Evangelio entre los gentiles; narrando esta historia en el Evangelio y en los
Hechos de los Apóstoles, libros que constituyen, en realidad, una sola obra
literaria. Lucas describe las cosas que se han cumplido y la realización de la
acción salvadora de Dios en la historia, viendo la salvación no sólo en la
muerte y resurrección sino también en todos los acontecimientos posteriores: la
Ascensión de Cristo a los Cielos y la evangelización.
Desde esta perspectiva de la historia de la
salvación, san Lucas ordena la enseñanza recibida de los que habían sido
testigos de los acontecimientos; y en ella parece ver cumplida la profecía de
Isaías: “Sucederá en los últimas días que el monte del Templo del señor se
afirmará en la cumbre de los montes, se alzará sobre los collados y afluirán a
él todas las naciones porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la Palabra
del Señor”. Esto nos puede explicar la importancia que tiene Jerusalén en su
relato, ya que es el lugar donde se consuma la salvación, no sólo porque allí
murió el Señor, sino porque allí tuvo lugar su Ascensión.
Como en los otros evangelios, lo más
importante es la doctrina sobre
Jesucristo: significativo de Lucas es la presentación de Jesús como Profeta,
Salvador y Señor; pero en su obra se acentúan también otros motivos como la
universalidad de la salvación o algunos aspectos de la vida cristiana -como puede ser el espíritu de pobreza, la
oración perseverante, la misericordia, la alegría, etc.-. San Lucas es el evangelista
que traza más claramente la figura de santa María como modelo de
correspondencia al don de Dios. A Jesucristo se le llama Profeta (aquel que
habla en nombre de Dios) en varios lugares, porque al ser Dios y Hombre
verdadero, es el profeta por excelencia, ya que nadie puede hablar como Él de Dios y en su nombre, ya que es la misma
Palabra de Dios hecha carne.
El mismo Jesús se apropia esa vocación
profética, cuando en la sinagoga de Nazaret lee el texto de Isaías: “El
Espíritu del Señor está sobre Mí, por lo cual me ha ungido para evangelizar a
los pobres…” afirmando que se cumplen en Él. Y también a lo largo del evangelio
de Lucas, está presente la enseñanza de que Jesucristo es el Salvador de los
hombres. Así lo contemplamos en el evangelio de la infancia: en el Benedictus,
en el Magníficat, en el anuncio a los pastores, en el Cántico de Simeón, etc.
Pero la salvación se manifiesta también en la curación de las enfermedades, en
el perdón de los pecados y en la reconciliación.
Jesús también es el Señor; esa era la
manifestación que se daba a Dios para evitar pronunciar su nombre propio -Yhwh-
y es san Lucas el evangelista que hace más uso de ese título en sus escritos,
porque Jesús es el Señor en el sentido más profundo desde su nacimiento y su
manifestación como tal en la Resurrección. A lo largo de sus dos libros, el
evangelista muestra que los bienes anunciados por los profetas tienen su
cumplimiento en Cristo y en la Iglesia, donde pervive y que alcanzan, no sólo a
los judíos sino a todos los pueblos del mundo. Esa universalidad de la
salvación realizada por Jesucristo, está ampliamente contemplada por san Lucas
en los Hechos de los Apóstoles e incoada en el evangelio en muchos lugares,
como por ejemplo en el Cántico de Simeón que proclama que Jesús es “luz para
iluminar a los gentiles”, ya que todo el evangelio de san Lucas nos indica su
presentación como cumplimiento del tiempo mesiánico.
Si el cristiano debe imitar a su Maestro,
san Lucas nos recuerda que su primera enseñanza es la de cargar cada día con su
cruz y vivir la virtud de la paciencia, de la pobreza entendida como renuncia
de todos aquellos medios que hemos convertido en fines; de la necesidad de la
oración perseverante y de la alegría interior en todas las circunstancias. En
el evangelio de Lucas se percibe esa nota de alegría de la que están
impregnados los evangelios que recogen el anuncio de la salvación y la buena
nueva; recibiendo entre sus líneas un montón de “alegraos” y “regocijaos”,
desde Zacarías a María, pasando por Isabel.
Este tercer evangelio -especialmente los dos primeros
capítulos- nos presentan a la Madre de
cristo con una luz peculiar desvelando, con exquisita delicadeza, rasgos de la
grandeza y hermosura del alma de santa María. Nadie de la historia
evangélica -fuera naturalmente de
Jesús- es descrito con tanto amor y
admiración como ella. Ninguna criatura
humana ha recibido gracias tan altas y singulares como la Virgen: es la llena
de Gracia; el Señor está con ella y concibió por obra y gracia del Espíritu
Santo, siendo Madre de Jesús sin dejar de ser Virgen. Como ha proclamado
continuamente la tradición cristiana, María es Madre y Modelo de la Iglesia;
por eso san Lucas la presenta desde una doble perspectiva que cubre la mayor
parte de los textos del evangelio lucano: por su fe y su fidelidad es como la
recapitulación de los hombres justos del Antiguo Testamento que esperaron la
salvación de Dios. Y por su actitud de escucha de la Palabra de Dios, para
ponerla por obra, es modelo de los discípulos que ahora siguen a Cristo.