21 de enero de 2014

¡El Señor nos devuelve la alegría!



Evangelio según San Marcos 2,18-22.



Un día en que los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban, fueron a decirle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacen los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos?".
Jesús les respondió: "¿Acaso los amigos del esposo pueden ayunar cuando el esposo está con ellos? Es natural que no ayunen, mientras tienen consigo al esposo.
Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
Nadie usa un pedazo de género nuevo para remendar un vestido viejo, porque el pedazo añadido tira del vestido viejo y la rotura se hace más grande.
Tampoco se pone vino nuevo en odres viejos, porque hará reventar los odres, y ya no servirán más ni el vino ni los odres. ¡A vino nuevo, odres nuevos!".


COMENTARIO:

  En este Evangelio de Marcos, vemos como algunas personas acusaron a los discípulos de Jesús de no guardar el ayuno; y de relajarse con aquellas prácticas penitenciales propias del judaísmo. Evidentemente, culpar a aquellos hombres, que seguían las indicaciones del Señor, era, indirectamente, reprender a su Maestro. Por eso, es el propio Cristo el que les responde, recordándoles que Él es más que un maestro que enseña a los que le siguen; que Él es el Hijo de Dios, el Mesías, aunque ellos no quieran reconocerlo. Para ello, hace un paralelismo con la imagen del esposo, que tan bien debían conocer los que le acusaban y se las daban de fieles seguidores de la Ley, porque en el Antiguo Testamento el profeta Oseas caracterizó al Mesías como el amante esposo que siempre perdona a la esposa infiel: el pueblo escogido.

  Les recuerda que es imposible estar tristes con su venida; porque a través de ella, el hombre ha encontrado su Redención y su sentido. Eso no quiere decir, ni mucho menos, que se tenga que terminar con las prácticas penitenciales, ya que el propio Jesús ayunará muchas veces; sino que ante la presencia de Nuestro Señor, el alma no puede sentir ninguna tristeza. Ya avisa, por desgracia, que llegará el momento en que el amado les será arrebatado, y entonces padecerán el suplicio del vacío de su presencia. Esos serán los momentos más duros, donde se forjará en el sufrimiento la robustez de la fe de aquellos primeros que le acompañaron. Pero no ahora, porque ese es el momento de compartir, aprender y disfrutar del gozo de la presencia divina.

  Eso nos tiene que servir para comprender que también nosotros encontraremos junto al Señor momentos increíblemente satisfactorios; pero, si Dios lo permite, podremos vivir espacios de vacío, oscuridad y desilusión. Eso no debe asustarnos, sino que leyendo ese párrafo, comprender que Jesús nos advierte de los claro-oscuros de la fe. Y cuando sintamos al Señor lejos, que puede pasar, hemos de esforzarnos por recordar la alegría que nos invade cuando nos visita; y, aunque nos fallen las fuerzas, intensificar nuestra vida sacramental poniendo en Él toda nuestra esperanza. Porque sólo Él nos devuelve la alegría cristiana que la sombra del pecado intenta oscurecer.

  La respuesta que da Cristo a aquellos hombres que lo increpan, denota también que el Señor quiere dejar claro las relaciones entre el Antiguo y el Nuevo Testamento; entre las promesas y el cumplimiento. Quiere mostrar las diferencias existentes entre el judaísmo de la época y esa Nueva Alianza que el Señor ha hecho con los hombres, con todos, en su Hijo Jesucristo. El espíritu nuevo no será una pieza añadida a lo viejo; sino un principio vivificante, donde todas las enseñanzas perennes toman su verdadero sentido. Lo que debía ser cambiado, se perfeccionó: como la circuncisión; o bien, se completó: como el resto de la Ley. Con el cumplimiento en Cristo de las profecías, la nueva Gracia de Dios renovó todo lo carnal, en espiritual, y el hombre trascendió al lugar que le había sido otorgado, si lo desea, al lado de Dios.