30 de enero de 2014

¡El árbol de la Vida!



Evangelio según San Marcos 4,21-25.



Jesús les decía: "¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un cajón o debajo de la cama? ¿No es más bien para colocarla sobre el candelero?
Porque no hay nada oculto que no deba ser revelado y nada secreto que no deba manifestarse.
¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!".
Y les decía: "¡Presten atención a lo que oyen! La medida con que midan se usará para ustedes, y les darán más todavía.
Porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene".


COMENTARIO:

  ¡Qué maravillosas son estas palabras de Jesús, que nos transmite el Evangelio de Marcos! Esta parábola corta, pero a la vez profunda, que el Maestro hace llegar a los que le escuchan y quieren servirle con fidelidad, entraña dos enseñanzas que deben ser creídas e interiorizadas para, posteriormente, hacerlo lema de nuestra vida: El Señor manifiesta que su doctrina, ésa que nos pide que comuniquemos a todas las gentes de todos los lugares, es la Luz del mundo que conseguirá terminar con la oscuridad del pecado.

  Cada uno de nosotros, llamados a ser discípulos de Cristo a través del Bautismo, hemos de ser conscientes del inmenso tesoro que hemos recibido y que entregamos a los demás. Enseñar y transmitir la Palabra de Dios; acercar al Señor a nuestros hermanos o facilitar que éstos puedan disfrutar de los Sacramentos, no es un derecho que tenemos, sino un deber que nace fruto del amor. Porque todo aquel que quiere a alguien, desea para ese alguien la felicidad; y nosotros estamos convencidos –porque así lo anunció el Señor- que la Felicidad sólo se consigue al lado de Dios.

  No hay nada peor que vivir pensando en la proximidad de la muerte que pone punto y final a nuestras expectativas, a los proyectos y a las ilusiones; sobre todo cuando ésta representa el exterminio total de nuestro ser y nuestro existir. En cambio cuando hemos conocido, por boca de aquellos que fueron testigos de la Resurrección de Cristo y dieron su vida en el circo romano comidos por los leones para defender esa realidad, que la muerte ha sido vencida por el Señor y que ha sido primicia de la resurrección de todos aquellos que unidos a Él formamos la Iglesia, la tristeza se torna en esperanza y el final adquiere el calificativo de principio. Hasta el dolor cobra su verdadero sentido, como camino de salvación y participación en el sufrimiento de Jesucristo; ayudándonos a sobrellevarlo con esa alegría del que conoce el porqué y así, le facilita el cómo.

  Eso es lo que queremos comunicar a todos aquellos que quieren escucharnos: que Cristo vive y que nos busca incansablemente para que recuperemos el lugar que perdimos, por causa del pecado. Que las palabras del Maestro se tornan luz al hilo de los acontecimientos y nos facilitan caminar por el sendero de la vida. Es así, desgranando cada frase del Señor acompañados del Magisterio, cómo nosotros tomamos conciencia de la enorme responsabilidad que Jesús nos ha conferido. Por eso, desde este párrafo nos recuerda que esa lámpara que no debe esconderse debajo de la cama, es la doctrina cristiana que debe poner a Nuestro Señor en la cima del mundo y, en particular, en todos los corazones. Es esa obligación nuestra, adquirida libremente, de ser portadores de la Luz: y no permitir que nadie la esconda, sobre todos aquellos que en el fondo la temen.

  Nos dice también Jesús en el texto, que el Espíritu Santo nos infunde la Gracia en el mismo momento en el que renacemos a la vida divina por las aguas bautismales. Pero mantenerla y hacerla fructificar al lado del Señor es una elección que todos hacemos en total libertad. Por eso, porque requiere nuestro esfuerzo y exige la renuncia de nuestra propia naturaleza herida, Cristo nos enseña que vendrá en nuestra ayuda. Que como siempre, no va a dejarnos solos en la guerra con el diablo, para conquistar nuestra salvación. Que aquel que consciente del regalo recibido, luche por ser fiel y hacer crecer la semilla de Dios en su alma, el Maestro acudirá en su socorro para que consiga convertir la simiente en al árbol de su Vida. Allí, las profundas raíces que han crecido en la fe y la esperanza divina, regaran con su sabia las ramas que se extienden hacia las alturas y permitirán que florezcan los frutos que entregaremos a Dios, en el último día.