12 de enero de 2014

¡Cristo está siempre!



Evangelio según San Lucas 5,12-16.


Mientras Jesús estaba en una ciudad, se presentó un hombre cubierto de lepra. Al ver a Jesús, se postró ante él y le rogó: "Señor, si quieres, puedes purificarme".
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: "Lo quiero, queda purificado". Y al instante la lepra desapareció.
El le ordenó que no se lo dijera a nadie, pero añadió: "Ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio".
Su fama se extendía cada vez más y acudían grandes multitudes para escucharlo y hacerse curar de sus enfermedades.
Pero él se retiraba a lugares desiertos para orar.

COMENTARIO:

  Este Evangelio de Lucas nos muestra a un leproso que al ver a Jesús, le ruega que lo sane. Ese hombre no ha ido en su busca, tal vez ni siquiera había oído hablar del Señor; pero en cuanto lo tiene delante, comprende la realidad divina que se esconde en la Humanidad Santísima de Cristo y le pide que le realice el milagro. Es por eso, por esa omnipotencia de Dios, por lo que es preciso que cada uno de nosotros sea capaz de presentar a Jesús ante nuestros hermanos. Bien hubiera podido el Señor hacer las cosas de otra manera, pero ha querido necesitarnos y atar nuestro destino al suyo a través del Bautismo. Hemos recibido la misión de manifestar y dar a conocer a Jesús en cada lugar, tiempo y ocasión.

  No somos nosotros, ni nuestras palabras, ni nuestra cercanía, la que transmitirá la salvación a aquellos que Dios ha puesto a nuestro lado; sino que contribuirá para ello la disponibilidad que tengamos para responder afirmativamente a Dios, sin miedos, y acercar a todos a la Iglesia Santa, que guarda y transmite, a través de los Sacramentos, la redención de Nuestro Señor. Hemos de poder presentar a los demás al Maestro, porque en cuanto lo tengan delante de su corazón y lo conozcan, serán incapaces, como lo fue aquel leproso, de no pedir al Señor que los sane. Y, efectivamente, ante el acto de fe rendido del hombre, el Señor no se niega jamás a obrar el milagro. Nos sana el alma en el sacramento de la Penitencia y nos inunda con su Gracia para volver a recomenzar.

  Los Santos Padres vieron en esta curación que nos presenta este pasaje evangélico, un significado más profundo; ya que la lepra, por su fealdad y repugnancia, por su facilidad de contagio y por su difícil curación es una imagen impresionante del pecado. Todos nosotros, que somos pecadores y necesitamos de la Gracia de Dios, hemos de dirigirnos a Cristo entonando la misma oración de aquel hombre enfermo: “Señor, si quieres puedes limpiarme”.

  Aunque nos parezca mentira, por ser discípulos del Maestro, y justamente por ello, el diablo intensifica sus tentaciones sobre nosotros; por eso es tan importante que no bajemos la guardia y estemos dispuestos a vacunarnos contra las enfermedades que atacan la salud del alma: la comodidad, el aburguesamiento, la soberbia, la indiferencia, el relativismo… Necesitamos buscar la presencia de Cristo, que sabemos que nos espera en el Sagrario y en la presencia real Eucarística, para compartir la vida, literalmente, con Él.

Jesús se presenta, y quiere que lo presentemos porque para eso nos escogió, a este mundo tan necesitado del amor y de la misericordia divina. Sólo necesita que el hombre, con humildad, le exprese una oración de fe comunicada con palabras, o bien, expresada en sus silencios. Él siempre responde; es el único que siempre está, cuando todos nos abandonan. Él es el que nos llama a esa plegaria personal y frecuente, que debe guiar todas las circunstancias, momentos y proyectos de nuestra vida.