8 de diciembre de 2013

¡Todo proviene de Dios!



Evangelio según San Mateo 9,35-38.10,1.5a.6-8.


Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias.
Al ver a la multitud, tuvo compasión, porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos.
Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha."
Jesús convocó a sus doce discípulos y les dio el poder de expulsar a los espíritus impuros y de curar cualquier enfermedad o dolencia.
A estos Doce, Jesús los envió con las siguientes instrucciones:
Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel.
Por el camino, proclamen que el Reino de los Cielos está cerca.
Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, purifiquen a los leprosos, expulsen a los demonios. Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente.

COMENTARIO:

  En este Evangelio, san Mateo anota los sentimientos de Jesús: que se conmovía al examinar la situación en la que se encontraba su pueblo. Por ello, no perdía ninguna oportunidad que se presentaba, para enseñar en las sinagogas; y en cada momento y circunstancia apropiado, para transmitir el mensaje de la salvación divina. De esta manera, recordaba las palabras del profeta Ezequiel, que increpaba a los malos pastores de Israel que habían dispersado a sus ovejas; manifestándose el Señor como el enviado de Dios para acoger en Sí mismo a todo el rebaño perdido, por causas ajenas a su voluntad.

  Algunas veces los seres humanos, por pura ignorancia involuntaria, actuamos cómo si Dios no existiera; haciendo caso a las dispares teorías sin fundamento que tejen una cómoda, pero inapropiada tela, que parece abrigar y proteger nuestra alma, satisfaciendo unas necesidades que, en un principio, parecen hacernos feliz. Lo que sucede es que cuando arrecian los malos momentos, como aquellas casas construidas en la ladera de la montaña sobre arcilla y sin cimientos, la tribulación arrastra nuestro ánimo y nos perdemos en una agonía de difícil solución. Sólo el conocimiento de Dios, el entender su voluntad y encontrar el sentido de la vida, puede darnos la paz necesaria para enfrentarnos a la dificultad con optimismo, esperanza y alegría cristiana. Es ahí donde se descubre la diferencia entre el que vive una existencia para Dios, o aquel que sólo espera que las circunstancias le favorezcan. El que ha encontrado la realidad divina, o el que se ha trazado una realidad subjetiva a expensas de un dios a su conveniencia.

  A Jesús le duele el sufrimiento humano; sobre todo ese vacío existencial que nos tiene insatisfechos ante la imposibilidad de llenar el deseo de Dios que el hombre siente dentro de sí, desde el primer momento de la creación. Por eso nos insta, como lo hizo con aquellos primeros discípulos, a ser sus testigos por todos los lugares y a pesar de todas las circunstancias. No desea que nadie se pierda, porque no fuimos capaces de tenderle una mano y acogerlo como uno de los nuestros, en el amor de nuestro corazón. Nos urge el Señor a responder a su llamada, porque para eso nos dio la vida; y nos asegura que su Gracia no nos ha de faltar: que Él pondrá las palabras en nuestra boca; multiplicará nuestros dones y nos impulsará con la fuerza de la fe.

  Nuestros miedos y nuestras dudas son las mismas que debió sentir el patriarca Noé, cuando Dios lo requirió para que construyera un arca, ante la burla de sus vecinos y un cielo sin nubes. O la impotencia que debió sentir Abraham, cuando el Señor le anunció que sería padre de naciones; y ni tan siquiera había podido gozar, ya en su vejez, de la paternidad con su esposa Sara. Cuando le pidió que cambiara sus planes, para identificarlos con la voluntad divina. Todos hemos sentido el temor de no estar a la altura de las circunstancias; de pensar que no seríamos capaces de cumplir nuestro objetivo; de renunciar a los proyectos que nos habíamos trazado, en aras de nuevos proyectos que sólo clamaban en el fondo de nuestro interior. ¡Pero así es Jesús! Nos pide, cómo escuchábamos ayer en el evangelio de Mateo, que sepamos “ver” a través de la Luz que ilumina nuestro entendimiento, que inflama nuestra voluntad y que nos hace conocer –no sabemos cómo- los planes que Dios tiene para nosotros. Pero también nos advierte que no esperemos por ello ninguna gratificación. Es nuestro deber servir al Señor siendo usufructuarios de los bienes que nos dio para ello; y en cualquier momento, nos los puede exigir. Hemos de estar dispuestos, aunque sea muy difícil, a entregar lo poco que somos y lo poco que tenemos; porque todo, absolutamente todo, proviene de Dios.