Evangelio según San Mateo 17,10-13.
Entonces
los discípulos le preguntaron: "¿Por qué dicen los escribas que primero
debe venir Elías?".
El respondió: "Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas;
pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre".
Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista.
El respondió: "Sí, Elías debe venir a poner en orden todas las cosas;
pero les aseguro que Elías ya ha venido, y no lo han reconocido, sino que hicieron con él lo que quisieron. Y también harán padecer al Hijo del hombre".
Los discípulos comprendieron entonces que Jesús se refería a Juan el Bautista.
COMENTARIO:
En este
Evangelio de san Mateo, podemos observar como Jesús, ante la pregunta de sus
discípulos sobre Elías, responde recordándoles que han de saber descubrir la
verdad de Dios que se esconde en las cosas cotidianas. Elías, uno de los
máximos representantes junto con Moisés del Antiguo Testamento y de la Ley de
los Profetas, que fue arrancado de la tierra por un carro de fuego, tenía que
venir a poner todas las cosas en su sitio y, por ello, dar testimonio de que en
el Mesías se había cumplido toda la Escritura: que ya había terminado el tiempo
de las promesas, para dar paso a los cumplimientos. Y esa manifestación ha sido
hecha a través de Juan el Bautista, profeta, que ha tomado el relevo en la
misión de descubrir al mundo al Hijo de Dios, que descubre el verdadero valor y
el sentido de todas las cosas.
El Señor
expresa, con una cierta tristeza, esa ceguera, tan propia de los hombres cuando
no están dispuestos a levantar el velo del misterio; y que consiste en negar lo
que no nos conviene, llegando a usar la violencia para silenciar las palabras
que los afrentan a su indiscutible y pobre realidad. El Señor nos exige que
sepamos ver, con los ojos del amor, no sólo lo que nos muestra el mundo, sino
la profundidad divina que se esconde en todas las cosas creadas.
El Maestro nos
pide que, desde el Evangelio, sepamos encontrar en un hermano que sufre, el
rostro de Cristo doliente. Que cuando queramos saber, pongamos los ojos en Él,
porque Él es la revelación del Padre; que abramos nuestros oídos, porque
después de su Palabra no queda nada por contar. La Escritura se ha cumplido y
el Reino de Dios ya está entre nosotros; no falta nadie por llegar, sólo nos
queda esperar el regreso glorioso de Jesucristo al fin de los tiempos.
Ahora es hora
de merecer; de demostrarle al Señor que, con su ayuda, no seremos como aquellos
que hacían oídos sordos a lo que no les convenía oír. Y que para no seguir
escuchando el mensaje, mataban al que lo transmitía, sin darse cuenta de que la
Palabra divina, tiene sello de eternidad. Igual que Cristo les pidió a los
suyos que supieran ver en el Bautista, la manifestación de Elías, cada uno de
nosotros debe ser, en su vida cotidiana, la proyección de aquellos primeros que
estuvieron dispuestos, para propagar la fe, de entregar su vida sin reservas.
Hemos de saber
trascender todas aquellas realidades divinas, a las que por ser cotidianas, nos
hemos acostumbrado: la inmensidad de la Iglesia, el valor salvífico de los
Sacramentos, el poder de la Oración, la presencia real de Cristo en la
Eucaristía…No podemos volver a cometer el error de aquellos coetáneos de Jesús,
ignorando lo divino que se esconde en los terreno. De ello depende nuestra
felicidad.