EVANGELIOS:
La palabra “evangelio” de procedencia
griega, significa originariamente “buena noticia”, y a pesar de que ha sido
utilizada, por diversos motivos en otras épocas, el Nuevo Testamento la utilizó
para expresar el anuncio de la llegada de los tiempos mesiánicos, en los que
Dios salvará a su pueblo. Al comienzo de su ministerio público, Jesús invitó a
creer en el evangelio del Reino de Dios, la buena noticia del advenimiento del
Reino que El anunciaba y que llegó con Él. Esa buena noticia de la salvación
tenía, y tiene, que alcanzar al mundo entero y por eso, al final de su vida
terrena, envió a sus apóstoles a predicarlo a toda criatura.
Así, la predicación apostólica acerca de la vida y
las enseñanzas de Jesús es propiamente “Evangelio”, buena noticia; incluyendo
no sólo las palabras de Jesús, sino su semblanza: el contenido del Evangelio es
el mismo Jesucristo, en quien se cumplen las promesas salvadoras que Dios hizo
en el Antiguo Testamento. Sólo existe un Evangelio: el predicado por los
Apóstoles, que a su vez lo recibieron de Cristo y lo proclamaron con la fuerza
del Espíritu Santo, y más tarde, cuando fue puesto por escrito, la misma
palabra se aplicó a los libros que contenían el Evangelio predicado. El origen
de los “Evangelios” escritos está, pues, en la predicación apostólica o
kerigma.
Jesucristo
no envió a sus discípulos a escribir, sino a predicar, y ellos se ocuparon de
difundir, con los medios a su alcance, la buena noticia que es Jesucristo. Es
de esa predicación apostólica de donde nacen los evangelios; pero éstos no son
una crónica contemporánea sobre la actividad de Jesús registrada por sus
discípulos, sino el resultado en el tiempo que va de un estado oral a otro
escrito para que sea definitivo. Los apóstoles, ciertamente después de la Ascensión
del Señor, predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y hecho, con aquel
conocimiento mayor que gozaban, ilustrados por los acontecimientos
gloriosos de Cristo que habían visto y por la luz del Espíritu de la Verdad.
Pero
por el miedo a que la palabra oral se perdiera y para poder enviar el mensaje a
lugares distantes donde se fundaban iglesias, los autores sagrados escribieron
los cuatro evangelios escogiendo algunas de las muchas cosas que ya se
transmitían de palabra o por escrito, sintetizando otras o desarrollando
algunos temas que convenían a la condición de las iglesias, reteniendo la forma
de anuncio, de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de
Jesús.
Escribieron,
pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos; ya de testimonios de quienes
desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra -Apóstoles y discípulos- para que conozcamos la verdad de lo que nos
enseñaron. Se distinguen tres momentos importantes para conocer la redacción de
los evangelios:
1.
El primer momento es la vida y enseñanza de Jesús: ya que esos escritos nos transmiten la actividad de
Jesús en Palestina en las tres primeras décadas de nuestra era.
2.
El segundo momento: que corresponde genéricamente a
los años 30-60, es el de la predicación apostólica. Los apóstoles, tras la ascensión del Señor,
predicaron las obras y las palabras de Cristo, pero con una perspectiva nueva,
desde la crecida inteligencia de los acontecimientos que les proporcionó la Resurrección
del Señor, y desde la comprensión más profunda de estos hechos que alcanzaron
tras la venida del Espíritu Santo: los mismos evangelios son testigos de este
recorrido. La predicación de los apóstoles supone también la adaptación del
mensaje a los oyentes: si Jesús desarrolló su ministerio en tierra de Israel,
los Apóstoles lo hicieron por todo el Imperio Romano; y aunque esa predicación
se transmitió de modo oral, como hemos dicho anteriormente, muy pronto se puso
por escrito las diversas enseñanzas de Jesús y los episodios de su vida, con
fines catequéticos.
3.
Finalmente, en un tercer momento, entre los años 60 y
90 se llevó a cabo la redacción de los Evangelios. Los testimonios escritos de la época que nos han
llegado señalan que, ante la desaparición de algunos de los Apóstoles, los
cristianos comenzaron a poner por escrito su predicación acerca de Jesús, hasta
que alcanzó la forma de los evangelios canónicos; acudiendo a la predicación
apostólica y a sus recuerdos personales, reuniendo el material oral o escrito
que les fue posible y ordenándolo -cada
uno como quiso- para conseguir aquello
que se habían propuesto, pensando en los lectores inmediatos y en la forma más
apropiada para hacerse entender. De esta manera, de acuerdo con sus capacidades
personales y atendiendo a las necesidades de los destinatarios, acentuaron más
unos rasgos u otros de las enseñanzas y la vida del Señor; explicando aquello
que podía resultar confuso a los lectores o aclarando el significado de algunos
acontecimientos y palabras del Señor, para mostrar como estaban ya profetizadas
en el Antiguo Testamento. Los evangelistas, por tanto, no fueron simples
recopiladores de lo que ya se transmitía, sino verdaderos autores de sus libros
en los que quedó la huella de la personalidad de cada uno.
Los evangelios son el testimonio apostólico
sobre Cristo, puesto por escrito, que ya san Justino llamaba “Recuerdo de los
Apóstoles y sus sucesores”; señalando que la primera característica de los
cuatro evangelios es su íntima conexión con la predicación apostólica;
manifestándose incluso en su estructura. Así, el hecho contado por Pedro en
casa del centurión Cornelio, de que Jesús comenzara su ministerio público tras
ser bautizado por Juan Bautista en el Jordán, predicara y realizara milagros en
Galilea y Jerusalén y acabara su vida en la tierra con la Pasión, Muerte y
Resurrección gloriosa, es enriquecido por cada evangelista con notas
peculiares.
San Marcos
comienza directamente su escrito con el anuncio de Juan el Bautista acerca de
la necesidad de la penitencia para recibir al Mesías; con un relato vivo, como
si fuera un “evangelio en acción”, mientras que san Mateo y san Lucas lo
inician con la narración evangélica de los relatos sobre el nacimiento,
infancia y vida oculta de Jesús -que son
como un gran prólogo a sus respectivos escritos-. Mateo privilegia la
presentación de las palabras de Jesús en forma de grandes discursos y Lucas, en
cambio, relata con mucha amplitud la predicación de Jesús yendo de camino desde
Galilea a la ciudad santa, como una lenta
subida a Jerusalén. Mientras san Juan, empieza remontándose hasta la eternidad
del Verbo en el seno del Padre, y expone la Encarnación del Hijo de Dios y su
vida entre los hombres, narrando después el ministerio público del Señor,
enmarcado en el viaje de Galilea a Jerusalén según las diversas fiestas judías.
Los cuatro evangelios canónicos se asemejan
también en otro aspecto: son narraciones de la actividad del Señor subrayando
que Él, siendo Hijo de Dios, era verdadero hombre que murió y padeció
realmente; aunque cada uno de los cuatro recalca un aspecto:
·
Marcos y Juan parecen más bien defensas de la
verdadera humanidad y divinidad de Jesús frente a falsas interpretaciones.
·
Mateo presenta las acciones de Jesús, como clave
interpretativa de las enseñanzas del Maestro y como prueba de que es el Mesías
prometido en el Antiguo Testamento.
·
Lucas, por su doble obra -Evangelio y Hecho de los Apóstoles- explica como las palabras y las acciones del
Señor están en el origen del cristianismo.
Los tres primeros evangelios -Mateo, Marcos y Lucas- presentan entre sí grandes semejanzas y
también bastantes diferencias; conociéndose los tres con la designación de
“evangelios sinópticos” porque, ordenando su contenido entres columnas
paralelas, se pueden observar sus coincidencias y diferencias en un solo golpe
de vista (sinopsis), ofreciendo una concordia discordante en la materialidad de
las palabras de Jesús que transmiten y en su ordenación. Pero a pesar de los
versículos comunes que se encuentran en algunos de ellos, está también el
patrimonio que es propio de cada evangelista y que no recoge ninguno de los
otros dos.
Para explicar estas semejanzas y
diferencias -sobre todo las
semejanzas- se han propuesto diversas
hipótesis que no voy a desarrollar, porque no es este mi objetivo; sin embargo
las resumiré diciendo que como es indudable que los tres evangelios proceden de
la predicación oral, y es posible pensar que la necesidad de ser fieles a la
tradición apostólica hiciera que esa predicación alcanzara unas formas
definidas, para no ser distorsionada, se crearon unas fuentes que sirvieron de
base en la transmisión escrita, como las que se han conservado en el
evangelio. Los evangelistas beben de
esas fuentes, diversas y comunes a la vez, eso sin poder olvidarnos del
conocimiento mutuo de los evangelistas, es decir, de la interdependencia de los evangelios.