2 de enero de 2014

¡Este año, será mejor que otros!



Evangelio según San Lucas 2,16-21.



Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre.
Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño,
y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Angel antes de su concepción.


COMENTARIO:

  Este Evangelio de Lucas comienza como debe comenzar nuestra vida este año: buscando deprisa, corriendo, al Niño Dios; y así lo hicieron aquellos pastores que habían escuchado, a la par que oído, que había nacido el Salvador en un portal de Belén. Nadie busca a Cristo perezosamente, nos dirá san Ambrosio, y es que intentar hallar algo valioso con prontitud es directamente proporcional al interés que tiene para nosotros. Por eso, si al comenzar esta nueva etapa de nuestra vida comprendemos que la felicidad no consiste en llevar una prenda roja, o tomar doce uvas de la suerte, sino en que nuestro primer pensamiento sea para Dios; posiblemente nuestro camino se ilumine y, encontrando el sentido de las cosas, nos inunde esa paz que es la base de la alegría cristiana.

 Eso sintieron aquellos pastores: que la salvación, tan esperada, estaba destinada a todos los hombres sin distinción; y que no importaba la raza ni el nivel social. No se compraba ni se vendía; no había en ella tráfico de influencias. Todos éramos iguales a los ojos del Pequeño Jesús, que sonreía para recordarnos que esa premisa significaba que no había derechos adquiridos ante Dios, sino deberes para facilitar la vida a nuestros hermanos. Y que dar entrada al Señor en nuestra alma requería vivir con la esperanza de su visita; y esa esperanza que todo lo cree, porque sabe en quien confía, pone alas a nuestro corazón.

La Virgen, tras sentir a su Hijo en las entrañas, partió con rapidez a visitar a su prima Isabel, por si podía necesitarla. Hoy, tú y yo, como aquellos primeros que escucharon la voz de Dios, hemos de estar dispuestos a priorizar a los demás en nuestras vidas. Porque ese es el termómetro que marca la intensidad de nuestra coherencia cristiana. Al Señor no se le vive en soledad, aunque sí en la intimidad de nuestra conciencia; pero en ella, nos urge amar profundamente a Cristo en el alma de los demás. A los que son conscientes de lo que son y a los que, por las circunstancias, han olvidado lo que están llamados a ser.

  Los pastores, tras ver a Jesús, no pueden quedar callados y necesitan manifestar al mundo lo que han encontrado. Porque, tras abrir el corazón al mensaje divino que los ángeles les han transmitido, han sido capaces de descubrir en la Pequeñez y la Inocencia del Niño, la Majestad y la Misericordia eterna de Dios. Y esa  maravilla que ahora inunda su corazón y ha iluminado su existencia, es la antorcha que quieren portar para terminar con la oscuridad que reina en el mundo. Nosotros hemos recibido el Bautismo; formamos parte de la familia divina y gozamos de la Gracia, que nos regala el Señor a través de nuestra frecuencia sacramental.

  Nosotros no sólo llevamos la luz, sino que somos y estamos iluminados por el Espíritu Santo para transmitir a todos aquellos que caminan a nuestro lado, la misma Verdad que los pastores de Belén observaron aquella noche santa. Si somos capaces este año de aparcar nuestros temores, nuestro orgullo, nuestra vergüenza…y transmitir a los demás lo que, como María, meditamos en nuestro corazón; tal vez consigamos que este año sea mejor que otro. Porque no lo cambiarán las leyes, ni los políticos, ni el dinero y, mucho menos el poder. Lo cambiará de verdad el amor que sepamos poner en cada uno de nosotros: el amor que da sin medida; que no juzga ni separa; que espera y no se rinde. No tengáis ninguna duda, al mundo sólo lo puede cambiar, el Amor de Dios.