EL NUEVO TESTAMENTO
LOS 4 EVANGELIOS Y LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES
EL
Nuevo Testamento es el conjunto de veintisiete libros, escritos por los
Apóstoles o sus discípulos directos, que forman la segunda parte de la Biblia;
recibiendo el calificativo de Nuevo en contraste con el grupo de los libros
sagrados procedentes del judaísmo, que la Iglesia asumió como primera parte de
su Biblia y a los que llamó, en consecuencia, Antiguo Testamento.
El término testamento viene de la traducción
latina de la palabra griega que significa “alianza”, refiriéndose a la Alianza
o pacto por el que Dios se da a conocer y se muestra favorable al hombre, y por
el que éste se compromete a reconocerlo como su Dios y a cumplir sus
mandamientos. Sin embargo, la palabra Testamento alude, quizá, más directamente
a esos mismos escritos en los que se conserva consignada la Alianza, al modo en
que en los testamentos se conservan las últimas voluntades del que lo suscribe.
La Alianza que Dios hizo con su pueblo por
medio de Moisés, queda reflejada en los libros del Antiguo Testamento -como nos recuerda san Pablo- y la Nueva, y definitiva, Alianza de Dios con
los hombres realizada por mediación de nuestro Señor Jesucristo -como cumplimiento de las promesas anteriores
y en sustitución de la Antigua- quedan consignadas en los libros del Nuevo
Testamento; por eso, sus escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la
Revelación Divina, siendo su objeto central Jesucristo, el Hijo de Dios
encarnado en el que se cumple toda la Escritura, a través de sus obras, sus
enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como el comienzo de la Iglesia
bajo la acción del Espíritu Santo.
De
esta manera podemos confirmar que el origen del Nuevo Testamento es el mismo
Jesucristo, que es el mediador de la Nueva Alianza -mucho más valiosa que la Antigua- donde se consuma, en Cristo Jesús, la
Revelación total del Altísimo. Cosa lógica, si lo pensamos, ya que Jesucristo
es la encarnación de la segunda persona de la Santísima Trinidad -el Verbo, la Palabra- y sólo Él puede manifestar a través suyo el
verdadero conocimiento de quién es Dios, de su voluntad y de sus definitivos
planes con los hombres. Sólo Dios puede hablarnos de quién es Dios. Y para que
eso llegara a todas las gentes, mandó el Señor a sus Apóstoles, que habían
compartido con Él, vida, enseñanzas, manifestaciones y proyectos -comunicándoles la gracia, la fuerza, los
dones divinos a través del Espíritu Santo-
para que predicaran el Evangelio
(la Buena Nueva) prometido por
los profetas a todos los hombres, como fuente de toda verdad salvadora y de
toda ordenación de vida y costumbres; realizándolo éstos fielmente, a través de
la predicación oral o, posteriormente -bajo
la inspiración del Espíritu- escribiendo
el mensaje para su finalidad intemporal.
Así, “el mensaje de la salvación” comenzó a
ser puesto por escrito de manera ocasional entre los años 50 y 60 d.C. San
Pablo, en las cartas que escribió a algunas comunidades lejanas que había fundado
les expone el Evangelio que predicaba y las consecuencias que se derivaban de
él, para la vida que debían llevar los bautizados en Cristo. El mismo
testimonio se manifiesta en las Cartas a las comunidades, fundadas por ellos,
que escribieron Pedro, Santiago, Juan y Judas –Apóstoles de Cristo-.
Parece ser que muy pronto se escribieron colecciones
de las palabras del Señor, que llevaban consigo los predicadores del Evangelio
que las transmitían de forma oral; ya que temían olvidarse de algo importante o
que poco a poco se fuera distorsionando el mensaje que deseaban transmitir con
fidelidad. Y parece ser que una de esas colecciones está subyacente en los
Evangelios de Mateo y Lucas, en cuanto que ambos coinciden literalmente en la
transmisión de muchas enseñanzas de Jesús. A esa hipotética colección de
palabras del Maestro, se le llama la fuente Q.
Al mismo tiempo -cuando todavía estaban vivos los
Apóstoles- se escribieron relatos de los
acontecimientos más importantes de la vida del Señor, especialmente de su
muerte y Resurrección, que constituían el núcleo del Evangelio que se
predicaba, y de la última cena, que se rememoraba en las celebraciones
cristianas. Otros relatos, sobre todo milagros concretos, debieron escribirse
con fines doctrinales y catequéticos. Finalmente, y con esa misma intención se
escribieron los Evangelios, a modo de semblanzas de Jesús -ya que pensaron que si morían los testigos
oculares, la predicación oral podría perder la fuerza de la memoria y por ello era mejor constatarlo con la
letra- comenzando alguno de ellos por el
Bautismo en el Jordán (Marcos y Juan) y remontándose otros hasta su nacimiento
(Mateo y Lucas, que unían la vida de Jesús con la expansión de la Iglesia).
Estos
escritos vieron la luz en la segunda mitad del siglo I e iban dirigidos a
comunidades particulares. Unos estaban abalados por la revelación de Jesucristo
resucitado a sus autores; otros se presentaban como testimonios que garantizan
la tradición recibida desde el principio por aquellos que habían sido testigos
de la vida de Jesús o por quienes, habiéndola escuchado a los Apóstoles, la
presentaban como Evangelio.
Para sus
autores, las palabras de Jesús tenían una autoridad superior a cualquier otra
ley, entendiéndose “las Escrituras” anteriores como un medio para mostrar la verdad del
Evangelio predicado por los Apóstoles; donde la Persona de Jesús, sus palabras
y el evangelio predicado constituían la norma definitiva, el “canon” para la
primera generación cristiana, que veían cumplidas las antiguas escrituras. De
ahí que los nuevos escritos tuvieran para ellos más autoridad que las antiguas
escrituras, ya que en ellos se transmitía a Cristo, el Hijo de Dios, el Mesías
prometido y esperado por todo el pueblo de Israel.
Desde las primeras décadas del siglo II
aquellos escritos cristianos se fueron propagando por las distintas iglesias y
reuniéndose en forma de colecciones, donde san Justino dejó constancia de que
los cristianos se reunían los Domingos y leían a los profetas y las Memorias de
los Apóstoles, apareciendo los escritos apostólicos al mismo nivel que los
escritos sagrados recibidos del judaísmo. Con la expresión “Memoria de los
Apóstoles”, san Justino se refería a los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y
Juan que eran tenidos como auténtica tradición apostólica.
Será hacia el año180 cuando san Ireneo de
Lyon, buen conocedor de las iglesias de Oriente y de Occidente, establezca por primera vez que los evangelios son
cuatro, saliendo al paso de quienes aceptaban otros escritos “apócrifos” (no
reconocidos como inspirados), también como de carácter evangélico; cuando éstos
contenían doctrinas discordantes con la Tradición recibida de forma viva o sin
gozar de originalidad -origen- apostólico. Orígenes recogiendo la propuesta
de Ireneo escribía: “La Iglesia sólo tiene cuatro evangelios, los herejes
muchísimos”.
A partir de esta época y a lo largo de los
siglos III y IV, los cuatro evangelios, el libro de los Hechos de los
Apóstoles -separado ya del evangelio de
san Lucas- , y las colecciones de cartas de san Pablo y de otros apóstoles,
incluido el Apocalipsis, se van imponiendo por todas las Iglesias como escritos
sagrados y canónicos, unidos a los libros
recibidos del judaísmo; mientras que van quedando fuera de las colecciones las
obras que no ofrecían garantía apostólica o que contenían doctrinas erróneas
con la tradición.
La primera vez que aparece la lista completa
y cerrada del Nuevo Testamento, tal como hoy la tenemos -aunque en orden distinto-, es en la 39 carta
Festal de san Atanasio de Alejandría, escrita en el año 367; siendo ratificada
en el año 405 por el Papa Inocencio I en una carta al obispo de Toulousse
(Francia) y posteriormente por los diferentes concilios celebrados tanto en
Oriente como en Occidente, quedando definida en el Canon por el Concilio de
Trento en el año 1546.
Ese
largo proceso de discernimiento de los libros del Nuevo Testamento en la
Iglesia, guiada por el Espíritu Santo que sostiene a sus pastores, ha hecho
discernir cual era la Tradición apostólica originaria y, en consecuencia, su
propia identidad; ya que, solamente desde la Tradición viva, que desde los
tiempos apostólicos se transmitía a las comunidades cristianas -y de la que son testigos los santos
Padres- podría discernir la Iglesia
cuales eran los libros del Nuevo Testamento.
En los
libros del Nuevo Testamento se confirma todo lo que se refiere a Cristo Señor;
se declara su genuina doctrina, se manifiesta el poder salvador de su obra divina,
se cuentan los principios de la Iglesia y su admirable difusión y se anuncia su
gloriosa consumación, siendo así, los libros del Nuevo Testamento, un
testimonio divino y perenne del misterio de Cristo revelado a los Apóstoles y
Profetas por el Espíritu Santo para que predicaran el Evangelio, suscitando la
fe en Jesús -Cristo y Señor- congregado en la Iglesia.
En los
bloques de dichos libros, que integran el Nuevo Testamento, se encuentra
expresado el misterio de Cristo desde distintas perspectivas: históricas,
didácticas y proféticas.
·
Los Evangelios:
lo manifiestan desde la óptica histórica de su vida en la tierra. Narran lo que
Jesús hizo y enseñó, su muerte, resurrección y ascensión al cielo; siguiendo,
en general, el esquema geográfico y cronológico con el que se exponía la vida
de Jesús en la predicación apostólica.
·
El libro de los Hechos de los Apóstoles: Continúan la narración histórica exponiendo como
surge y se configura la Iglesia. Cuenta como ésta se extiende, enviada por el
Espíritu Santo que Cristo mandó tras su ascensión a los Cielos, hasta Roma y
los extremos de la tierra. El libro de los Hechos desvela el misterio de Cristo
desde la perspectiva de su actuación en la historia, mediante el Espíritu Santo
y la Iglesia.
·
Las Cartas de los Apóstoles: tienen un carácter más didáctico. En ellas los
autores explican a los fieles la profundidad del misterio de Cristo y el
significado salvífico de la fe en Él, dando enseñanzas sobre el comportamiento
del cristiano que vive unido a Cristo por la fe, proponiendo el modo de
convivir dentro de las comunidades y saliendo al paso de comprensiones
incorrectas del Evangelio o de conductas incompatibles con él. En las cartas se
pueden observar las diversas dimensiones del misterio de Cristo y la organización
de las comunidades.
·
El libro del Apocalipsis: Con el que se cierra el Nuevo Testamento contempla
el misterio de Cristo desde la perspectiva profética. Partiendo de la fe en la
victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte por su resurrección, describe a
grande rasgos, bajo imágenes simbólicas
- muchas de ellas tomadas del Antiguo Testamento - como
va ha ser el devenir de la historia y el destino de la Iglesia, hasta que se
manifieste plenamente aquella victoria de Cristo, donde las fuerzas del mal
sean plenamente destruidas y se instaure un mundo nuevo: la Jerusalén celestial
bajada del cielo. El libro del Apocalipsis ofrece, de esta forma, consuelo a
quienes sufren la persecución a causa de su fidelidad a Cristo, y da motivo de
esperanza para seguir viviendo la fe en medio del mundo.
Pero ahora vamos a desglosar esos cuatro
libros que abren el Nuevo Testamento y que llevan el título de: Evangelios;
estando en el corazón de la Sagrada Escritura, puesto que son el testimonio
principal de la vida y doctrina del Verbo encarnado.