8 de diciembre de 2013

¡El Nuevo Testamento!



EL NUEVO TESTAMENTO 

  LOS 4 EVANGELIOS Y LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES  -

   EL Nuevo Testamento es el conjunto de veintisiete libros, escritos por los Apóstoles o sus discípulos directos, que forman la segunda parte de la Biblia; recibiendo el calificativo de Nuevo en contraste con el grupo de los libros sagrados procedentes del judaísmo, que la Iglesia asumió como primera parte de su Biblia y a los que llamó, en consecuencia, Antiguo Testamento.

   El término testamento viene de la traducción latina de la palabra griega que significa “alianza”, refiriéndose a la Alianza o pacto por el que Dios se da a conocer y se muestra favorable al hombre, y por el que éste se compromete a reconocerlo como su Dios y a cumplir sus mandamientos. Sin embargo, la palabra Testamento alude, quizá, más directamente a esos mismos escritos en los que se conserva consignada la Alianza, al modo en que en los testamentos se conservan las últimas voluntades del que lo suscribe.

   La Alianza que Dios hizo con su pueblo por medio de Moisés, queda reflejada en los libros del Antiguo Testamento  -como nos recuerda san Pablo-  y la Nueva, y definitiva, Alianza de Dios con los hombres realizada por mediación de nuestro Señor Jesucristo  -como cumplimiento de las promesas anteriores y en sustitución de la Antigua- quedan consignadas en los libros del Nuevo Testamento; por eso, sus escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación Divina, siendo su objeto central Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado en el que se cumple toda la Escritura, a través de sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su glorificación, así como el comienzo de la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo.

   De esta manera podemos confirmar que el origen del Nuevo Testamento es el mismo Jesucristo, que es el mediador de la Nueva Alianza  -mucho más valiosa que la Antigua-  donde se consuma, en Cristo Jesús, la Revelación total del Altísimo. Cosa lógica, si lo pensamos, ya que Jesucristo es la encarnación de la segunda persona de la Santísima Trinidad  -el Verbo, la Palabra-  y sólo Él puede manifestar a través suyo el verdadero conocimiento de quién es Dios, de su voluntad y de sus definitivos planes con los hombres. Sólo Dios puede hablarnos de quién es Dios. Y para que eso llegara a todas las gentes, mandó el Señor a sus Apóstoles, que habían compartido con Él, vida, enseñanzas, manifestaciones y proyectos  -comunicándoles la gracia, la fuerza, los dones divinos a través del Espíritu Santo-  para que predicaran el Evangelio  (la Buena Nueva)  prometido por los profetas a todos los hombres, como fuente de toda verdad salvadora y de toda ordenación de vida y costumbres; realizándolo éstos fielmente, a través de la predicación oral o, posteriormente  -bajo la inspiración del Espíritu-  escribiendo el mensaje para su finalidad intemporal.

   Así, “el mensaje de la salvación” comenzó a ser puesto por escrito de manera ocasional entre los años 50 y 60 d.C. San Pablo, en las cartas que escribió a algunas comunidades lejanas que había fundado les expone el Evangelio que predicaba y las consecuencias que se derivaban de él, para la vida que debían llevar los bautizados en Cristo. El mismo testimonio se manifiesta en las Cartas a las comunidades, fundadas por ellos, que escribieron Pedro, Santiago, Juan y Judas –Apóstoles de Cristo-.

   Parece ser que muy pronto se escribieron colecciones de las palabras del Señor, que llevaban consigo los predicadores del Evangelio que las transmitían de forma oral; ya que temían olvidarse de algo importante o que poco a poco se fuera distorsionando el mensaje que deseaban transmitir con fidelidad. Y parece ser que una de esas colecciones está subyacente en los Evangelios de Mateo y Lucas, en cuanto que ambos coinciden literalmente en la transmisión de muchas enseñanzas de Jesús. A esa hipotética colección de palabras del Maestro, se le llama la fuente Q.

   Al mismo tiempo  -cuando todavía estaban vivos los Apóstoles-  se escribieron relatos de los acontecimientos más importantes de la vida del Señor, especialmente de su muerte y Resurrección, que constituían el núcleo del Evangelio que se predicaba, y de la última cena, que se rememoraba en las celebraciones cristianas. Otros relatos, sobre todo milagros concretos, debieron escribirse con fines doctrinales y catequéticos. Finalmente, y con esa misma intención se escribieron los Evangelios, a modo de semblanzas de Jesús  -ya que pensaron que si morían los testigos oculares, la predicación oral podría perder la fuerza de la memoria  y por ello era mejor constatarlo con la letra-  comenzando alguno de ellos por el Bautismo en el Jordán (Marcos y Juan) y remontándose otros hasta su nacimiento (Mateo y Lucas, que unían la vida de Jesús con la expansión de la Iglesia).
 
   Estos escritos vieron la luz en la segunda mitad del siglo I e iban dirigidos a comunidades particulares. Unos estaban abalados por la revelación de Jesucristo resucitado a sus autores; otros se presentaban como testimonios que garantizan la tradición recibida desde el principio por aquellos que habían sido testigos de la vida de Jesús o por quienes, habiéndola escuchado a los Apóstoles, la presentaban como Evangelio.

 
Para sus autores, las palabras de Jesús tenían una autoridad superior a cualquier otra ley, entendiéndose “las Escrituras” anteriores  como un medio para mostrar la verdad del Evangelio predicado por los Apóstoles; donde la Persona de Jesús, sus palabras y el evangelio predicado constituían la norma definitiva, el “canon” para la primera generación cristiana, que veían cumplidas las antiguas escrituras. De ahí que los nuevos escritos tuvieran para ellos más autoridad que las antiguas escrituras, ya que en ellos se transmitía a Cristo, el Hijo de Dios, el Mesías prometido y esperado por todo el pueblo de Israel.

   Desde las primeras décadas del siglo II aquellos escritos cristianos se fueron propagando por las distintas iglesias y reuniéndose en forma de colecciones, donde san Justino dejó constancia de que los cristianos se reunían los Domingos y leían a los profetas y las Memorias de los Apóstoles, apareciendo los escritos apostólicos al mismo nivel que los escritos sagrados recibidos del judaísmo. Con la expresión “Memoria de los Apóstoles”, san Justino se refería a los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan que eran tenidos como auténtica tradición apostólica.

   Será hacia el año180 cuando san Ireneo de Lyon, buen conocedor de las iglesias de Oriente y de Occidente, establezca  por primera vez que los evangelios son cuatro, saliendo al paso de quienes aceptaban otros escritos “apócrifos” (no reconocidos como inspirados), también como de carácter evangélico; cuando éstos contenían doctrinas discordantes con la Tradición recibida de forma viva o sin gozar de originalidad  -origen-  apostólico. Orígenes recogiendo la propuesta de Ireneo escribía: “La Iglesia sólo tiene cuatro evangelios, los herejes muchísimos”.

   A partir de esta época y a lo largo de los siglos III y IV, los cuatro evangelios, el libro de los Hechos de los Apóstoles  -separado ya del evangelio de san Lucas- , y las colecciones de cartas de san Pablo y de otros apóstoles, incluido el Apocalipsis, se van imponiendo por todas las Iglesias como escritos sagrados y canónicos,  unidos a los libros recibidos del judaísmo; mientras que van quedando fuera de las colecciones las obras que no ofrecían garantía apostólica o que contenían doctrinas erróneas con la tradición.

   La primera vez que aparece la lista completa y cerrada del Nuevo Testamento, tal como hoy la tenemos  -aunque en orden distinto-, es en la 39 carta Festal de san Atanasio de Alejandría, escrita en el año 367; siendo ratificada en el año 405 por el Papa Inocencio I en una carta al obispo de Toulousse (Francia) y posteriormente por los diferentes concilios celebrados tanto en Oriente como en Occidente, quedando definida en el Canon por el Concilio de Trento en el año 1546.

   Ese largo proceso de discernimiento de los libros del Nuevo Testamento en la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo que sostiene a sus pastores, ha hecho discernir cual era la Tradición apostólica originaria y, en consecuencia, su propia identidad; ya que, solamente desde la Tradición viva, que desde los tiempos apostólicos se transmitía a las comunidades cristianas  -y de la que son testigos los santos Padres-  podría discernir la Iglesia cuales eran los libros del Nuevo Testamento.

   En los libros del Nuevo Testamento se confirma todo lo que se refiere a Cristo Señor; se declara su genuina doctrina, se manifiesta el poder salvador de su obra divina, se cuentan los principios de la Iglesia y su admirable difusión y se anuncia su gloriosa consumación, siendo así, los libros del Nuevo Testamento, un testimonio divino y perenne del misterio de Cristo revelado a los Apóstoles y Profetas por el Espíritu Santo para que predicaran el Evangelio, suscitando la fe en Jesús  -Cristo y Señor-  congregado en la Iglesia.

 
   En los bloques de dichos libros, que integran el Nuevo Testamento, se encuentra expresado el misterio de Cristo desde distintas perspectivas: históricas, didácticas y proféticas.

·        Los Evangelios: lo manifiestan desde la óptica histórica de su vida en la tierra. Narran lo que Jesús hizo y enseñó, su muerte, resurrección y ascensión al cielo; siguiendo, en general, el esquema geográfico y cronológico con el que se exponía la vida de Jesús en la predicación apostólica.
·        El libro de los Hechos de los Apóstoles: Continúan la narración histórica exponiendo como surge y se configura la Iglesia. Cuenta como ésta se extiende, enviada por el Espíritu Santo que Cristo mandó tras su ascensión a los Cielos, hasta Roma y los extremos de la tierra. El libro de los Hechos desvela el misterio de Cristo desde la perspectiva de su actuación en la historia, mediante el Espíritu Santo y la Iglesia.
·        Las Cartas de los Apóstoles: tienen un carácter más didáctico. En ellas los autores explican a los fieles la profundidad del misterio de Cristo y el significado salvífico de la fe en Él, dando enseñanzas sobre el comportamiento del cristiano que vive unido a Cristo por la fe, proponiendo el modo de convivir dentro de las comunidades y saliendo al paso de comprensiones incorrectas del Evangelio o de conductas incompatibles con él. En las cartas se pueden observar las diversas dimensiones del misterio de Cristo y la organización de las comunidades.
·        El libro del Apocalipsis: Con el que se cierra el Nuevo Testamento contempla el misterio de Cristo desde la perspectiva profética. Partiendo de la fe en la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte por su resurrección, describe a grande rasgos, bajo imágenes simbólicas  - muchas de ellas tomadas del Antiguo Testamento  -  como va ha ser el devenir de la historia y el destino de la Iglesia, hasta que se manifieste plenamente aquella victoria de Cristo, donde las fuerzas del mal sean plenamente destruidas y se instaure un mundo nuevo: la Jerusalén celestial bajada del cielo. El libro del Apocalipsis ofrece, de esta forma, consuelo a quienes sufren la persecución a causa de su fidelidad a Cristo, y da motivo de esperanza para seguir viviendo la fe en medio del mundo.

   Pero ahora vamos a desglosar esos cuatro libros que abren el Nuevo Testamento y que llevan el título de: Evangelios; estando en el corazón de la Sagrada Escritura, puesto que son el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo encarnado