5 de diciembre de 2013

¡Dios, el mejor sumando!



Evangelio según San Mateo 15,29-37.



Jesús llegó a orillas del mar de Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó.
Una gran multitud acudió a él, llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos. Los pusieron a sus pies y él los curó.
La multitud se admiraba al ver que los mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de Israel.
Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: "Me da pena esta multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el camino".
Los discípulos le dijeron: "¿Y dónde podríamos conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta gente?".
Jesús les dijo: "¿Cuántos panes tienen?". Ellos respondieron: "Siete y unos pocos pescados".
El ordenó a la multitud que se sentara en el suelo;
después, tomó los panes y los pescados, dio gracias, los partió y los dio a los discípulos. Y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron se llenaron siete canastas.


COMENTARIO:

  En este Evangelio de Mateo, podemos observar un hecho que se daba con mucha asiduidad entre aquellos que habían oído hablar del Señor: lo buscaban y se reunían con Él, para manifestarle sus necesidades con la esperanza de que, si era lo más conveniente, las solventaría. Todos ellos recordaban las palabras del Profeta Isaías, cuando anunciaba los signos que precederían a la llegada del Mesías:
“Entonces se abrirán los ojos de los ciegos
Y se destaparán los oídos de los sordos.
Entonces el cojo saltará como un ciervo,
Y la lengua del mudo gritará de júbilo,
Porque manarán aguas en el desierto
Y torrentes en la estepa.” (Is 35,5-6)

  Y, porque lo aceptaban como tal en su corazón, recurrían a Él con la seguridad de que se cumpliría lo anunciado por la Escritura Santa. No tenían ninguna duda de que Jesús obraba por hechos y palabras, interviniendo en la historia y corrigiendo su curso, mediante los milagros que respondían a la fe de los hombres. Sabían, perfectamente, que ese era el camino que Dios había utilizado con su pueblo, desde que le prometió a Adán en el paraíso, un Salvador.

  Jesús no es un mago, un prestidigitador que realiza hechos prodigiosos para que sus adeptos crean en Él y le sigan; sino que los milagros son la respuesta amorosa y salvífica del Hijo de Dios, ante aquellos que sólo descansan y confían en su Persona. Son los símbolos y los signos fidedignos y evidentes de la redención que nos trae Jesucristo a los hombres, que ponemos en Él nuestra esperanza. Son la presencia del Reino entre los hombres; revelación de la inmensidad de un Dios que se ha encarnado por nosotros.

  Pero el milagro no tiene valor en sí mismo, sino como medio para descubrir la acción providente de Dios que nos llama a vivir y responder a los mandatos divinos. Ya que, aunque parezca mentira, los hechos sobrenaturales no son decisivos para provocar la fe; sólo hace falta recordar que cuando Jesús devolvió la vida a su amigo Lázaro, que yacía en su tumba y ya hedía, al verlo unos se maravillaron; pero otros, ciegos a la Luz de Dios y sordos a su Palabra, pensaron que su muerte no había sido tal y sólo era un proceso de catalepsia. O aquellos leprosos que fueron curados, y solo uno regresó para dar las gracias al Señor. Sólo uno reconoció la intervención de Dios en su vida y fue capaz, con su vida, de dar testimonio de Dios.

  Jesús vuelve a mostrar, con sus palabras y sus actos, que siempre está pendiente del dolor de sus hermanos. Que, aunque intenten hacernos creer que Dios está sordo ante los gritos de sufrimiento del mundo, el Señor “lucha”, respetando nuestra libertad, por llegar a todos los corazones y cambiar, con su Palabra y su Presencia, la vida de pecado de aquellos que son la verdadera causa de la injusticia social. Que el Maestro es capaz de multiplicar el bien, si estamos dispuestos a entregarle lo poco que tenemos: nuestro ser; nuestro querer y nuestro tiempo.

  Aquellos Apóstoles sólo tenían, para poder alimentar a una multitud, siete panes y unos pocos peces. Jesús los pide, los quiere, porque a partir de nuestra generosidad, multiplicará los dones y permitirá que se obre el milagro, pudiendo llegar a todos los que le necesitan. Muchas veces pensamos que es indispensable nuestro esfuerzo –que es muy importante- para alcanzar la meta que nos hemos trazado. Pero olvidamos que lo único verdaderamente importante e imprescindible para solventar el mal en el mundo, es contar con la presencia divina a nuestro lado. Como decía santa Teresa de Jesús, todo funcionará en nuestra vida si al hacer las cuentas de la misma no nos olvidamos de añadir en uno de los sumandos,  a Dios Nuestro Señor.