16 de noviembre de 2013

¡Morir es despertar a la Vida!



Evangelio según San Lucas 17,26-37.



En los días del Hijo del hombre sucederá como en tiempos de Noé.
La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos.
Sucederá como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se plantaba y se construía.
Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos.
Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el Hijo del hombre.
En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva atrás.
Acuérdense de la mujer de Lot.
El que trate de salvar su vida, la perderá; y el que la pierda, la conservará.
Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado;
de dos mujeres que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada".

Entonces le preguntaron: "¿Dónde sucederá esto, Señor?". Jesús les respondió: "Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres".


COMENTARIO:

  Este Evangelio de Lucas es una clarísima continuación del que vimos ayer, donde se puede apreciar el interés de los discípulos, y a la vez el temor, por descubrir el cuándo y el cómo de la consumación de los tiempos y de la instauración definitiva del Reino de Dios. La contestación que les da Jesús tiene un cierto tono y sabor enigmático, que les indica que no quiere responder con toda claridad; haciendo evidente que cualquier cristiano debe estar dispuesto, en cualquier momento y lugar, a ser llamado a la presencia de Nuestro Padre celestial. Sí les recuerda, que ya el Antiguo Testamento ha sido imagen de muchos momentos vividos por los hombres en los que, habiendo sido avisados de lo que podía suceder, se han dado al desenfreno y la lujuria haciendo oídos sordos a las palabras de Patriarcas y Profetas; pereciendo, como estaba anunciado, ante las catástrofes naturales de índole sobrenatural.

  Pues bien, Jesús nos manifiesta que si cierto es que llegará ese momento en que habrá una transformación de todo lo creado, y que cada uno de nosotros resucitará en cuerpo y alma para ser juzgado; no es menos cierto que ese segundo que estamos viviendo, bien puede ser el último de nuestro existir aquí en la tierra. Y que de nada nos servirá no pensar en ello, porque la muerte es un paso obligado en la vida. Tal vez, si cada uno de nosotros se diera cuenta de que olvidar este hecho es una tentación que le conviene al diablo, comprendería que pensar en el momento de la partida, es una forma práctica de plantearse si llevamos el equipaje adecuado para el viaje.

  Sentir que mañana podemos no estar y, que tal vez, morir sea como volver a nacer a una nueva vida que no nos es desconocida porque Cristo nos ha hablado de ella en la Escritura, nos plantea la obligación de cumplir con ese compromiso que adquirimos con Dios, en el momento en que aceptamos la fe. Y eso, a un mundo al que sólo le interesa lo que podamos consumir, no le conviene absolutamente nada. Mientras creamos que no hay mañana, intentaremos con todas nuestras fuerzas quemar el hoy; pero, en realidad, el hoy es un tiempo increíblemente corto que se convierte al instante, en ayer. Eso es lo que nos quiere dejar claro el Maestro; que si bien es necesario esperar en la Parusía, que se cumplirá al final de los tiempos, nosotros como cristianos hemos aprendido a vivir cada minuto como si fuera el último. Y, por ser el último, será el más decisivo de nuestras vidas, ya que en él, deberemos rendir cuentas de todos nuestros actos.

  No se nos avisará, porque hemos de estar dispuestos a entregar aquello que el Señor nos dio para hacer fructificar en actos de amor: la vida. No somos dueños de ella y no la podemos utilizar como queremos; sino descubriendo en los mandamientos, el manual de instrucciones que el propio Dios nos legó. Debemos compartir el ser y el existir para, en este espacio de tiempo que tenemos, demostrar que somos merecedores de la salvación divina que Cristo nos ofreció. Embotar nuestros sentidos para olvidarnos del final, es como ponernos una venda en los ojos para obviar una realidad que, al no verla, pensamos que no está. Simplemente es hora de comprender que el propio Jesucristo, con su Resurrección, iluminó la oscuridad de la muerte para devolvernos la esperanza; al convertirla en Vida eterna.