JOEL:
El libro de Joel tiene una gran
relevancia en el Antiguo Testamento, y será mayor en el Nuevo por su anuncio de
la efusión del Espíritu y porque al formarse la colección hebrea de los
profetas Menores se pretendió que los lectores entendieran los oráculos de Amós
a la luz de los de Joel. Acerca de su persona sólo tenemos los datos que se
expresan o deducen del escrito, como por ejemplo que era hijo de Patuel, como
está manifestado en el título del libro; o que vivió y predicó en Judá,
posiblemente en Jerusalén, donde se mostró conocedor de los ritos y vicisitudes
del Templo.
Desde
el punto de vista literario se acepta la división en dos partes: en la primera
predomina el género narrativo, con tonos de lamentación, donde el episodio de
la plaga de langostas es visto como azote de Dios, que está urgiendo a la
conversión y a la penitencia. En 1,8 se compara a Judá con una virgen vestida
de saco, en luto y penitencia por el novio perdido en su juventud. El novio no
es otro que el Señor que, en tiempos de los patriarcas, esposó a una virgen,
Israel, limpia de las manchas de la idolatría. En la segunda parte prevalece el
género escatológico-salvífico: el pueblo de Dios y su tierra no han de temer,
porque el Señor los librará de las desgracias y les dará toda clase de bienes.
Se da la siguiente estructura:
·
Tiempo de desgracias (1,2-2,17): Comienza con
la descripción de la devastación del país por una plaga de langostas, suceso
que lleva al profeta a predicar la conversión y la penitencia por la cercanía
del “día del Señor”.
·
La efusión del Espíritu y el día del Señor: (2,18-4,21) A la penitencia el señor responde
con el cese del castigo, un anuncio de prosperidad y la promesa deque el Señor
estará presente en medio de su pueblo. Como bendiciones se anuncia también: la
efusión del Espíritu, el juicio de las naciones, una llamada a la guerra santa
de paz y el definitivo día del Señor con la restauración del Israel
escatológico.
Las referencias que ofrece el libro para poder situarlo en un
contexto histórico bien definido, son escasas y poco precisas, aunque se dan
dos teorías: una de ellas sitúa el libro en una época antigua, hacia los siglos
IX-VIII a. C. La otra enfatiza las razones que se desprenden del escrito, para
asignarle un contexto histórico posterior a la vuelta del destierro de
Babilonia -sobre las décadas que rodean
al año 400 a. C.- ya que reflejan la
organización de la comunidad judía resultante de las reformas de Nehemías y
Esdras por las que, desaparecida la monarquía tras el exilio, una jerarquía
sacerdotal guiaba la vida de Judá.
En una
primera lectura se observa la relación literaria y temática con Amós, Oseas,
Isaías, Miqueas, Sofonías, Ezequiel y Abdías; aunque parece que es Joel quién
se inspiró en los otros y no al revés. No obstante su brevedad, Joel tuvo
notable relevancia en el Nuevo Testamento. San Marcos en 4,13 lo alude, casi
literalmente, al final de la parábola de la semilla que crece; o en san Juan
que en el diálogo de Jesús con la samaritana surge una similitud al libro de
Joel 4,18. También Lucas recoge al final del discurso de san Pedro en Hechos
2,17-21, en el relato de Pentecostés, una cita literal del oráculo de Joel
3,1-5 que se ve cumplido en la efusión del Espíritu Santo sobre los presentes:
la comunidad cristiana. Toda la liturgia de la Iglesia, a lo largo de los
siglos, ha hecho de los textos de Joel, un uso amplio, entendiendo y
actualizando el mensaje profético.
AMÓS:
Cronológicamente, Amós es el primero
de los profetas “escritores” seguido pocos años después por Oseas y luego por
profetas tan relevantes como Isaías y Jeremías. Dos rasgos unidos entre sí
confieren importancia a Amós: su vocación y su predicación. Amós no es un
profeta por tradición familiar, sino que el Señor irrumpió en su vida
enviándole a predicar; es más, siendo originario de Tecoa, una aldea del reino
del Sur, fue enviado al reino del Norte, porque el Señor quiso necesitar su
voz; y así el profeta se convirtió en el portavoz de Dios ante la conciencia de
los hombres. Su predicación abarcó dos espacios principales: uno fue la defensa
de los pobres y desvalidos frente a la injusticia, la opresión de los poderosos
y ricos; y otro, relacionado con el anterior, es su doctrina sobre la necesidad
de que el culto y los ritos exteriores muevan a la conversión del corazón y a
un cambio de conducta -las ceremonias
litúrgicas no deben ser una tapadera para los abusos de los potentados-. El
libro revela que su autor, aunque procede de un ambiente campesino, posee una
cierta cultura que se refleja en los oráculos que presenta con un discurso
vigoroso y vivaz, de gran maestría en el lenguaje. Se estructura de la
siguiente manera:
·
Juicio de las Naciones vecinas, de Judá y de Israel (1,3-2,16)
Colección de oráculos contra diversas naciones, por los pecados cometidos, que
culmina con el oráculo contra Israel (2,6-16) que es el más extenso.
·
Reproches y amenazas a Israel (3,1-6,14)
Son seis oráculos contra Israel, condenando las injusticias sociales y de
culto.
·
Ciclo de visiones proféticas (7,1-9,10)
Son cinco visiones en las que a través de diversas imágenes -la langosta, el fuego, la plomada, la fruta
madura, la destrucción del santuario- el
profeta describe el futuro de Israel si no reconvierte su conducta.
·
Conclusión: Restauración mesiánica (9,11-15) El
libro concluye con un aliento de esperanza: da por seguro el destierro, pero
también la restauración, pues el Señor reparará la “cabaña caída de David”.
Amós
debió nacer hacia los comienzos de los reinados de Uzías en Judá (785-733 a.
C.) y de Jeroboam II en Israel (788-747 a. C.). Este tiempo fue, para los dos
reinos, la época más tranquila y
económicamente más próspera de su
historia; pero el bienestar material del que gozaron, sobre todo el reino del
Norte, fue disfrutado por los potentados y los ricos, mientras los pobres y
desvalidos eran oprimidos, cada vez más, por los dirigentes, los terratenientes
y los comerciantes. Las clases poderosas de Israel atribuyeron la prosperidad y
la paz política a su buen hacer y al esplendor en los cultos que se practicaban
en los santuarios del reino, sobre todo Betel y Guilgal. Las prácticas
religiosas habían acabado convirtiéndose en un conjunto de ritos y festividades
ostentosas pero separadas y huecas de la interioridad de conciencia y de
rectitud moral; así las cosas las injusticias sociales llegaron a una situación
intolerable para la vida del pueblo de Dios, que debía regirse por los
principios éticos y los mandamientos expresos de la Ley de Dios. En esas
condiciones Amós recibe la llamada divina y es enviado a predicar en el reino
del Norte, para hacer volver al pueblo a la verdadera religión.
La enseñanza de Amós trasciende las
circunstancias del contexto histórico del profeta para quedar como mensaje y
legado perenne de la Revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento. El Dios
único, el Señor de los cielos y de los ejércitos eligió a Israel como pueblo de
su especial propiedad, pero suyos son también los demás pueblos de la tierra; y
por eso Israel, no debe enorgullecerse de esa elección, pues es más bien una
responsabilidad de la que tiene que dar cuenta y que no la librará de ser
castigada si comete pecado y rebeldía.
Amós
tuvo que corregir la raíz de la visión humana que tenían muchos de sus
contemporáneos -y que resuena en todas
las épocas- donde el pueblo creía que la
práctica de unos ritos cultuales eran suficiente para contentar y aplacar a Dios, como si
fuera un dios cananeo más. Su predicación puso en evidencia que el verdadero
culto, la verdadera religión, tiene que traducirse necesariamente en la
práctica de la justicias con los semejantes; y si no es así, no es verdadera. La
misión de Amós es profética, no meramente sapiencial, y por ello sus palabras
van acompañadas de advertencias graves: si en Israel no se pone en práctica la
justicia, el juicio del Señor será severo y el castigo inexorable. Pero Amós
presenta la otra cara de la moneda; a pesar del castigo, la misericordia divina
realizará la salvación, donde el día del Señor será una constante: un tema clásico
de la predicación profética.
Las
palabras de Amós resuenan en más de un lugar del Nuevo Testamento como son las
parábolas del rico Opulón y el pobre Lázaro que nos recuerda a 3,15 y 6,1. Al
libro de Amós también han acudido pastores y escritores de todos los tiempos
para fundamentar, con autoridad sagrada, su defensa de los pobres y de los
desvalidos.