Evangelio según San Lucas 17,20-25.
Los
fariseos le preguntaron cuándo llegará el Reino de Dios. El les respondió:
"El Reino de Dios no viene ostensiblemente,
y no se podrá decir: 'Está aquí' o 'Está allí'. Porque el Reino de Dios está entre ustedes".
Jesús dijo después a sus discípulos: "Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán.
Les dirán: 'Está aquí' o 'Está allí', pero no corran a buscarlo.
Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día.
Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación.
y no se podrá decir: 'Está aquí' o 'Está allí'. Porque el Reino de Dios está entre ustedes".
Jesús dijo después a sus discípulos: "Vendrá el tiempo en que ustedes desearán ver uno solo de los días del Hijo del hombre y no lo verán.
Les dirán: 'Está aquí' o 'Está allí', pero no corran a buscarlo.
Como el relámpago brilla de un extremo al otro del cielo, así será el Hijo del hombre cuando llegue su Día.
Pero antes tendrá que sufrir mucho y será rechazado por esta generación.
COMENTARIO:
Este Evangelio
de Lucas está especialmente valorado, porque en el diálogo de Jesús con los
fariseos, así como el discurso que tiene con sus discípulos, nos revela la
doctrina –no siempre fácil de entender- sobre la llegada del Reino de Dios.
Al pueblo
judío, que esperaba una manifestación grandiosa de Dios, donde el Señor
sometería al resto de los pueblos de la tierra e instauraría su Reino, le fue
casi imposible aceptar esas palabras del Maestro en las que expresaba que el
Reino de Dios, en realidad, ya se encontraba entre nosotros. Efectivamente;
Jesús, que es el Salvador del mundo, lo ha hecho presente en Sí mismo. Todo el
que se une a Él, a través del Bautismo –ya sea real, de sangre o de deseo- está
unido a la Patria Celestial; donde es miembro de la familia divina y
“ciudadano” de la definitiva Tierra Prometida.
Estar con Dios
es estar en Gracia; por eso cuando nosotros luchamos por evitar el pecado y
frecuentamos la vida sacramental, el Reino de Dios se encuentra dentro de
nosotros mismos. Es ese lugar, íntimo y personal, donde nuestro Padre nos
espera para, apartándonos de los torbellinos del mundo y recogiéndonos en Él y
con Él, gozar de su presencia. Es esa oración silenciosa y profunda, sin
discursos, donde el Rey de Reyes nos habla al corazón y, sin saber ni cómo ni
porque, ilumina nuestro entendimiento y nos guía en nuestro actuar. Ahora bien,
es cierto que ese Reino se consumará al fin de los tiempos, cuando Cristo venga
para juzgar a vivos y muertos; y, en ese momento, ya no habrá más tiempo para
merecer.
Como explicó el
Señor en innumerables ocasiones, el Reino está llamado a crecer; porque como
bien nos ha demostrado la historia, primero se anunció a los hijos de Israel
para luego acoger a los hombres de todas las naciones. Todos, sin distinción,
estamos llamados a ser, en Cristo, hijos de Dios. Y sólo cuando esa realidad
alcance su plenitud, se producirá la consumación definitiva. Lo que ocurre, y
algunos coetáneos del Señor no lo entendieron, es que ese momento no era
inmediato; porque para Dios no hay tiempo. El tiempo es una medida que los
hombres hemos establecido para tener un conocimiento más preciso de las cosas.
Siglos pueden ser para Dios un instante, y un instante un pensamiento divino.
Nadie conoce, sólo el Padre, la culminación del devenir del hombre, donde el
ser humano al final, se encontrará con su Principio.
Por eso, porque
no sabemos ni el día ni la hora, los discípulos del Señor debemos mantener una
actitud vigilante que nos haga tener presente nuestro verdadero objetivo; y
¡cómo no! No dejarnos engañar por aquellos que, haciendo caso omiso a las
palabras del Maestro, intentan hacernos creer que gozan de una sabiduría que
solo forma parte del conocimiento divino. Siempre habrán los que, como camino
de perdición, nos hablen de próximas catástrofes y sucesos que quieren robar
nuestra paz interior; sin llegar a comprender que muchas de las desgracias
naturales acaecidas, son el producto del mal gobierno del hombre sobre el
usufructo de la tierra, que Dios le legó.
No podemos ni
entrar ni caer en ese juego; porque nosotros tenemos la certeza de que Dios
vendrá a pedirnos cuenta de nuestras acciones, cuando lo crea más conveniente.
Y el Señor no es un cazador que acecha a su presa; sino un jardinero que
siempre corta las rosas de su jardín, cuando están en su mejor momento. Él ha
venido a dar su vida para salvarnos, por eso nos perdona constantemente y nos
da innumerables oportunidades. Dios es Padre; un Padre que nos advierte que
hemos de estar preparados cuando venga a buscarnos. Nos ha de encontrar ligeros
de equipaje y dispuestos a comenzar, con alegría, esa nueva travesía de la vida
que no tiene fecha de caducidad. No hace falta asustarse por el fin del mundo;
cuando el mundo puede terminarse para nosotros antes de levantar los ojos de la
pantalla de nuestro ordenador. El Reino está aquí; vivamos esta realidad con la
pasión y la tranquilidad de descansar en la voluntad divina, en su Providencia,
y aceptar con esperanza su culminación, en el fin de los días.