30 de noviembre de 2013

¡El fin, nuestro principio!



Evangelio según San Lucas 21,29-33.



Jesús hablando a sus discípulos acerca de su venida, les hizo esta comparación: "Miren lo que sucede con la higuera o con cualquier otro árbol.
Cuando comienza a echar brotes, ustedes se dan cuenta de que se acerca el verano.
Así también, cuando vean que suceden todas estas cosas, sepan que el Reino de Dios está cerca.
Les aseguro que no pasará esta generación hasta que se cumpla todo esto.
El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán
.

COMENTARIO:

  Vemos como este Evangelio de Lucas muestra la parábola de la higuera, como imagen de las señales que debe avisarnos de que ya está próximo el fin de los tiempos. Como siempre, Jesús habla a sus discípulos de algo que conocen, que les es familiar: esa ocasión en la que brotan las hojas de los árboles, anunciándoles que ya se aproxima el verano. Así, con esta comparación, el Señor se asegura de que entiendan que todo aquello que les ha explicado, se va a cumplir en un instante, en el preciso y querido por Dios. Esta es una realidad que no admite discusión porque Cristo, que es la Verdad, no puede mentirnos. Ignorarlo, lo único que conlleva es una falta de sentido común.

  Ahora bien, esa forma de hablar tan apocalíptica y tan propia de la época de Jesús, puede desconcertar a todos aquellos que escuchamos su palabra; como así sucedió con algunos de sus coetáneos que cuando oyeron comentar que esos sucesos tendrían lugar antes de que hubiera pasado “esta generación”, lo tomaron tan al pie de la letra que dejaron de trabajar a la espera del fin del mundo. San Pablo tuvo que recordarles, que nadie sabe el cuándo, sólo Dios, y que para Él no existe el tiempo. Que, seguramente bien puede suceder, que la generación a la que el Maestro se refiere abarque el curso temporal que va, desde su venida hasta su llegada en ese nuevo periodo; donde regresará con Gloria, para instaurar definitivamente su Reino.

  Ese retoñar del árbol que anuncia Jesús y que indica la llegada del buen tiempo, puede y debe ser para nosotros, no sólo un aviso ni unos momentos de inquietud, sino la esperanza de que por fin Cristo va a manifestarse al mundo, y ese mundo no va a poder seguir ignorándolo. Llegará el instante en que terminará el dominio del mal en la tierra y ya no habrá que luchar para que se haga justicia, porque la propia justicia será la que de a cada uno lo que le corresponde. El Amor se manifestará, y terminará la búsqueda en la alegría del encuentro.

  Lo que sucede es que, así como la muerte nos llega sin previo aviso, nos dice el Señor que esos momentos finales serán más previsibles, porque la propia creación clamará por ese tiempo nuevo. Pero para el cristiano, esas circunstancias no podrán ser motivo de inquietud, ni podrá permitir que su corazón  pierda la paz; ya que vivimos con la alegría de ese encuentro que nos llenará de gozo y culminará con el deseo permanente de felicidad,  que mueve al hombre a una búsqueda constante.

  De ahí que, para los bautizados, los signos que precederán al fin sólo deben ser señales de un principio esperado. No deberemos correr, ni escondernos, ni intentar cambiar, porque ya no habrá tiempo; sólo seguir con nuestras tareas habituales, intentando terminarlas lo mejor posible. Eso será lo último de nuestra vida que entreguemos a Dios. El fin para todos, hasta para aquellos que le ignoran, será el principio donde el hombre volverá al punto del que nunca debió partir: a la comunión Trinitaria que nos llena de amor, gozo y sentido.