30 de noviembre de 2013

Deseo pediros a todas las que compartís conmigo estas páginas, que oréis por el hijo de una hermana nuestra que va a entrar a formar parte de la Iglesia de Cristo. Que en ese momento único y maravilloso, donde al derramar el agua del Sacramento, Cristo nos limpia del pecado original, el Señor le conceda la fuerza y la Gracia para ser un fiel instrumento de su voluntad. Cada miembro que se bautiza es una riqueza incalculable para la comunidad y, a la vez recibe de la comunidad el compromiso de rezar por él, para que Dios lo haga digno y lo proteja del maligno. Nos necesitamos los unos a los otros para escalar esa encrespada montaña que nos conduce a la salvación. Somos eslabones en esa cadena divina que une el cielo con la tierra. Pronto, ese nuevo miembro será uno más de nosotros; pidamos al Padre que le de la fortaleza para sujetarse y sujetarnos, en la misión de la propagación de la fe. Que así sea.