27 de noviembre de 2013

¡Debemos conocer nuestra fe!



Evangelio según San Lucas 21,5-11.


Y como algunos, hablando del Templo, decían que estaba adornado con hermosas piedras y ofrendas votivas, Jesús dijo:
"De todo lo que ustedes contemplan, un día no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido".
Ellos le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo tendrá lugar esto, y cuál será la señal de que va a suceder?".
Jesús respondió: "Tengan cuidado, no se dejen engañar, porque muchos se presentarán en mi Nombre, diciendo: 'Soy yo', y también: 'El tiempo está cerca'. No los sigan.
Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones no se alarmen; es necesario que esto ocurra antes, pero no llegará tan pronto el fin".
Después les dijo: "Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
Habrá grandes terremotos; peste y hambre en muchas partes; se verán también fenómenos aterradores y grandes señales en el cielo.

COMENTARIO:

  El Señor en este Evangelio de Lucas recuerda a sus discípulos, que estaban admirando la belleza del Templo de Jerusalén, que la importancia de su fe reside en su amor a Dios; en la fidelidad a su Palabra, independientemente de los sucesos que les rodeen y de las tribulaciones que les toquen vivir. Que llegarán unos días en que será imprescindible conocer en profundidad la verdad del mensaje cristiano, porque si no hemos interiorizado su doctrina y no hemos acudido a la luz de la razón para entender qué nos ha querido decir el Señor a lo largo de la historia de la salvación, seremos fáciles presas de aquellos servidores del diablo que saben, con gran facilidad, tergiversar las palabras.

  Son muchos los que, como aquellos marineros que acompañaron a Ulises en su viaje, han sucumbido a los cantos de sirenas que conseguían adormecer su voluntad y terminar con su vida. Como ellos, otros han abandonado la nave segura de la Iglesia para ir a conocer, en pequeñas pateras, mares embravecidos que les han hecho naufragar: filosofías materialistas; sistemas marxistas; sociedades capitalistas; cada uno con promesas de placer y libertad para el hombre que, en cuanto está bajo su dominio, pierde el verdadero sentido de la libertad; ésa que es capaz de escoger el bien costoso, porque le perfecciona como ser humano y lo libera de la esclavitud del pecado y de la tiranía de sus bajas pasiones. Todas esas voces que claman para que las sigamos, erigiéndose como pequeños dioses a los que debemos honor y pleitesía: el consumir; el aparentar; el todo vale; el fin que justifica cualquier medio; el utilizar al ser humano, porque se ha convertido en un animal y ha perdido la dignidad de persona…Avisados estamos de que ahí, justamente ahí, no vamos a encontrar ningún tipo de felicidad. Que todas estas actitudes que promueven que el hombre se considere un lobo para el hombre y que, consecuentemente, acaban con luchas, guerras y revoluciones, sólo serán, por la Providencia divina, en camino y medio para que nosotros fortalezcamos nuestra fe.

  Hemos de contribuir con Cristo, porque Cristo ha querido hacernos partícipes de su Redención, a ayudar a los demás para que puedan abrir su mente y su corazón al Espíritu de Dios. Él, y sólo Él, dará al hombre el verdadero sentido de su vocación y le permitirá iluminar la oscuridad que los servidores de Satanás han sembrado en la tierra. Y, como siempre, Jesús nos vuelve a recordar que no sabemos el día ni la hora en que llegará triunfante para implantar su Reino, que no tendrá fin, y juzgar a vivos y muertos. Pero que esa espera no debe quitarnos la paz porque, aunque lo olvidamos con mucha facilidad, su Reino ya se encuentra entre nosotros; y cualquier momento puede ser el escogido, para reunirnos en su Presencia.

  La vida solamente tiene una seguridad, y es la muerte; porque no se puede salir de ella de ninguna otra manera. Y, aunque hagamos esfuerzos para olvidarlo, el Señor nos estará esperando para preguntarnos por la cantidad de amor que llevamos en las maletas que hemos preparado para nuestro viaje final. Somos esos trabajadores de la viña, a los que Dios llamó para que la cuidaran en su ausencia; y cuando quiera requerirnos a su presencia, hemos de estar dispuestos a presentarle los frutos que hemos conseguido con las semillas de la fe, la comprensión y la esperanza en la Resurrección.