24 de octubre de 2013

¡Vigilemos sin cansarnos!




Evangelio según San Lucas 12,39-48.




Entiéndanlo bien: si el dueño de casa supiera a qué hora va llegar el ladrón, no dejaría perforar las paredes de su casa.
Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada".
Pedro preguntó entonces: "Señor, ¿esta parábola la dices para nosotros o para todos?".
El Señor le dijo: "¿Cuál es el administrador fiel y previsor, a quien el Señor pondrá al frente de su personal para distribuirle la ración de trigo en el momento oportuno?
¡Feliz aquel a quien su señor, al llegar, encuentre ocupado en este trabajo!
Les aseguro que lo hará administrador de todos sus bienes.
Pero si este servidor piensa: 'Mi señor tardará en llegar', y se dedica a golpear a los servidores y a las sirvientas, y se pone a comer, a beber y a emborracharse,
su señor llegará el día y la hora menos pensada, lo castigará y le hará correr la misma suerte que los infieles.
El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo.
Pero aquel que sin saberlo, se hizo también culpable, será castigado menos severamente. Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho; y al que se le confió mucho, se le reclamará mucho más.



COMENTARIO:



  En este Evangelio de Lucas, vemos como el Señor sigue insistiendo en la necesidad de estar vigilantes, de estar atentos a nuestra fe y coherentes con nuestros actos. El Maestro acude a las comparaciones para dejarnos claro que su venida no es una posibilidad, sino un hecho que se dará en el tiempo y que, para todos nosotros, es desconocido. Pero esa venida gloriosa que propagamos en la Liturgia, tendrá para cada uno, seguramente, un encuentro más próximo cuando Jesús nos llame a su presencia y termine, para ti y para mí, el tiempo de merecer.



  La insistencia del Maestro no es gratuita, ya que nos advierte del peligro que conlleva la confianza y la costumbre de una vida que acumula un día tras otro; y que pensamos que, de forma natural, durará hasta una edad longeva donde ya tendremos tiempo de poner en orden nuestros asuntos. Pero justo porque la muerte no avisa y no tiene marcha atrás, fijando nuestras obras como si de una fotografía se tratara, hemos de estar preparados siempre para rendir cuentas del negocio más importante de nuestra vida: el de nuestra salvación.



  Creo en realidad que Jesús, que tan bien nos conoce en su Humanidad Santísima, insiste sin descanso en este punto porque sabe que tenemos una tendencia a relativizarlo todo; a no querernos responsabilizar de nada; a quitar hierro al asunto y  labrarnos, porque nos conviene, un Dios a nuestra medida que por ser bueno deja de ser justo. Cuando, justamente, una cosa es consecuencia de la otra. Dar lo mismo a todos o privarnos a todos de lo mismo, cuando cada uno ha respondido de una manera determinada al plan divino, sería una infamia tremenda que nos haría considerarnos menospreciados en  nuestro esfuerzo y en nuestras renuncias. La justicia, queráis o no, jamás es igualitaria; porque si es equitativa debe dar a cada uno lo que de verdad le corresponde. Y lo que nos corresponde, es la consecuencia del amor que hemos entregado a nuestros hermanos y la fidelidad que hemos tenido al mensaje de Cristo.



  El edificio de nuestra redención, lograda por el Hijo de Dios para nosotros, no se construye de hoy para mañana; sino alineando los ladrillos de las virtudes y sujetándolo todo con el cemento de la fe, que se encuentra en la Iglesia. No llegaremos al final del camino, si no nos decidimos a poner un pie delante del otro para comenzar a andar por el sendero que conduce a Jesús. Tal vez encontremos piedras, o tal vez ninguna; sólo Dios dispone lo que es mejor para nosotros. Tal vez se cansen nuestras rodillas, o quizás notemos alas en los pies; porque cada uno recibe unos dones distintos tanto cuantitativamente, como cualitativamente. Pero lo que es seguro es que se nos exigirá por aquello que se nos dio; y así, cuando el Señor venga a buscarnos por la senda que Él ha trazado, no le importará si estamos cansados, enfermos o atribulados, sino que, sin perder pie sigamos caminando alzados, al encuentro de nuestro Dios.