8 de octubre de 2013

¡Somos cristianos!



Evangelio según San Lucas 10,38-42.


Mientras iban caminando, Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa.
Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra.
Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: "Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude".
Pero el Señor le respondió: "Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas,
y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada".


COMENTARIO:

  Este Evangelio de Lucas nos habla, en varias ocasiones, de estos tres hermanos: Lázaro, Marta y María, con los que el Señor tenía, no sólo un trato de amistad, sino un profundo cariño que se evidenciaba en la solicitud con que el Maestro acudía a su casa, siempre que se hallaba en las proximidades de la aldea donde vivían. Jesús se sentía acogido, querido, esperado; como debe estar dispuesta el alma del cristiano, cuando el hijo de Dios desea descansar en ella.

  Este pasaje debe leerse, no como si las palabras de Jesús fueran un reproche a la actitud de Marta, que no lo son; sino como un elogio encendido a la de María, que escucha las palabras del Señor. Porque en realidad, la esencia de este versículo, que quiere transmitirnos el escritor sagrado, es que para cumplir bien todas las obligaciones, las tareas, y los trabajos de este mundo, primero hemos de buscar tiempo donde poder escuchar las palabras que el Maestro quiere dirigirnos a cada uno de nosotros.

  Muchas veces, hemos visto en la actitud de Marta a todos aquellos que representaban una forma de vida más mundana; mientras que en María, parecía que se identificaban los que habían escogido consagrarse enteramente a Dios. Pero justamente la Iglesia, tras el Concilio Vaticano II, nos dejó claro a todos sus miembros que la llamada divina a todos los bautizados es a través de una contemplación que se puede ejercer también en medio del mundo, y en todas las actividades que podamos realizar. Que se puede orar, mientras se cocina; que se debe trabajar bien, perfecto, ofreciéndoselo al Señor junto a nuestro cansancio, para corredimir con Cristo. Que somos cristianos, hagamos lo que hagamos.

  No podemos caer en la tentación diabólica, que Satanás como siempre tan bien argumenta, de pensar que nuestra religión es una mochila que puede quedarse en nuestra casa, porque sólo pertenece a la intimidad de nuestro ser; y que podemos abandonar, porque no es de este mundo, cuando salimos a ejercer nuestras obligaciones cotidianas. Ser cristianos, como os digo siempre, forma parte de nuestra íntima constitución natural y sobrenatural; ya que fuimos escogidos por Dios desde antes de la creación. De este modo, todo lo que hacemos, pensamos y sentimos tiene que ir preñado de esta realidad que es para nosotros ser hijos de Dios en Cristo, y discípulos suyos.

  Desde vestir, hasta sentir, todo debe ser el reflejo de una coherencia de vida. No podemos soportar, y debemos luchar para ello, el llevar una doble forma de ejercer nuestro derecho de ser y de existir. Somos almas que contemplan al Señor manteniendo un diálogo constante con Él; desde la punta del día, cuando sale el sol, hasta que se oculta en el ocaso. Le damos gracias por recibir una nueva oportunidad donde ejercer nuestro trabajo y, a través de él, mejorar nosotros mismos y mejorar a la sociedad. Porque todo se enriquece, cuando Dios se encuentra en medio de nosotros. Marta y María lo sabían muy bien; por eso lo esperaban siempre con verdadero afán, ya que el Señor les daba motivos, fuerza y alegría para continuar con las tareas que tenían encomendadas. Nosotros estamos llamados, le guste al mundo o no, a poner a Cristo en medio de todas las actividades, porque como decía san Josemaría: “hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno descubrir” (Conversaciones, n. 114)