19 de octubre de 2013

¡Ser fieles, no es fácil!



Evangelio según San Lucas 10,1-9.


Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.
¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que descienda la paz sobre esta casa!'.
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes.
Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos, coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino de Dios está cerca de ustedes'.


COMENTARIO:

  Vemos en este Evangelio de Lucas que el Señor, después de enviar a sus Apóstoles a predicar, envía ahora a otros setenta y dos discípulos. Es posible, como hemos comentado con anterioridad, que ese número específico aluda a los descendientes de Noé que formaron las naciones, antes de la dispersión que se sufrió en Babel. Así el Señor señala, con esto, la universalidad de la misión a la que los envía, para que evangelicen en cualquier sitio y en cualquier lugar.

  Me llama la atención como Jesús, desde este párrafo, parece decirnos que, tal vez, a nosotros no nos llamó, o no lo oímos, la primera vez. Pero que en la propagación de su Palabra, siempre hay innumerables ocasiones para demostrar que Dios nos reclama y nos quiere como lo que somos, sus discípulos; miembros de su Iglesia que responden con el corazón a la vocación de bautizados. Que podemos objetar en algún momento, que no estábamos preparados para cumplir con nuestra responsabilidad de cristianos, pero eso no es excusa porque el Señor seguirá intentándolo hasta el fin de nuestros días. Ya que responder a su llamada es, en el fondo, el camino de nuestra salvación.

  Jesús apunta que los mandó a predicar de dos en dos, y nada hacía el Señor que no fuera ejemplo para nosotros, facilitándonos la tarea encomendada. Es indispensable que entendamos que, a pesar de que el hombre se salva con una responsabilidad – una respuesta a Dios- personal, es indispensable para llegar a alcanzarla, la ayuda de nuestros hermanos. Cada uno de nosotros conoció la fe, no de una forma espontánea, sino porque otra persona se la dio a conocer. Para algunos fueron sus padres, que desde su más tierna infancia le descubrieron en sus oraciones infantiles, un destinatario todopoderoso que era, a su vez, un Padre amantísimo. Para otros, habrán sido esos amigos que los introdujeron, con sus conversaciones y sus ejemplos, en esa inquietud interior que termina en brazos del amigo incondicional: Jesucristo. Para muchos, el ejemplo de la alegría en la tribulación, que marca la vida de aquellos cristianos que descansan permanentemente en la Providencia. Hemos conocido la fe por alguien; y es nuestra obligación ser un eslabón más en la cadena divina que comunica el cielo con la tierra, dando a conocer a Jesús en los demás. Estamos hechos para compartir, para amar, para ayudar; estamos hechos para darnos a los que nos rodean. Es muy triste, y es a la vez una tentación diabólica, el aprender a vivir pensando exclusivamente en nosotros, en nuestro propio interés y en nuestro único beneficio. El egoísmo, no lo olvidemos, es el principio del fin del ser humano.

  El Señor nos vuelve a repetir, para que a nadie le queden dudas, que transmitir el Evangelio no será tarea fácil. Que nos envía como corderos a los lobos, porque la defensa de la fe –a pesar de descansar en argumentos históricos y razonables- siempre culmina en un acto de confianza que no tiene más explicación que el fiarse de Dios. Y esa actitud es, sin lugar a dudas, un regalo del Señor que debemos pedir para que nos sea concedido. Por eso la fe crea, en todos aquellos que no la disfrutan, no una indiferencia, sino un odio cerval a los que la tenemos. Creo que la historia ha demostrado, y sigue tristemente haciéndolo en nuestros días, que vivir acorde con las promesas divinas es una cerilla que inflama el odio y el rencor de aquellos que presumen de liberales y de gozar de talante. La Iglesia de Cristo está, a la vez que protegida por Dios, condenada a sufrir los embates del diablo. Y no hemos de olvidar que Cristo, desde este párrafo nos recuerda que nosotros somos, juntos o separados, la Iglesia de Cristo en la tierra. Satanás siempre lucha contra aquello que va en contra de sus intereses; por eso, estar perseguidos o difamados es un buen termómetro de nuestra eficacia.

  Jesús vuelve, con sus palabras, a exigirnos un total desprendimiento que descansa en un abandono en la Providencia divina. Cuantos, tristemente, por ocuparse de proveerse de cosas temporales y temer a las adversidades que pueden surgirnos en el camino de la entrega, han dejado de procurar y han terminado olvidando que lo que nos mueve es comunicar a los demás los bienes eternos. Hay que estar dispuestos a renunciar a todo: primero a lo superfluo y después, hasta lo necesario, porque estamos convencido que como nos dice el Evangelio, el Señor nos lo dará. Para las cosas de Dios hay que tener el arrojo de pensar que si Dios nos envía a algún lugar, Él pondrá los medios para que lleguemos. Sólo se trata de eso, de confiar.