12 de octubre de 2013

¡Seguimos con los profetas!



BARUC:

El libro de Baruc se nos ha transmitido en lengua griega, aunque la mayoría de los estudiosos modernos piensan que se trata de la traducción de un original hebreo perdido, siendo esta la causa de que  no fuera recibido en el canon judío. Entre los antiguos intérpretes cristianos  el libro de Baruc se consideraba, junto con el de Lamentaciones, como un apéndice de Jeremías, y es por eso que en las listas de los libros inspirados de algunos concilios no aparecen mencionados expresamente  -no porque se dudara de su canonicidad-  pero es a partir del siglo IV cuando se abre paso el título de Baruc, como distinto del de Jeremías, y el Concilio de Trento lo incluyó por su nombre entre los libros canónicos, que Lutero y algunos protestantes omitieron. Su estructura, que hace referencia a la situación de los deportados en Babilonia y a las causas de su destierro, es la siguiente:

1.     Introducción: (1,1-14) Presenta al autor, los motivos del libro y su circunstancia con una breve descripción de la situación de los desterrados y una petición de que ofrezcan sacrificios y oraciones.
2.     Confesión de los pecados y petición de perdón: (1,15-3,8) Escrito en prosa, la sección comprende dos confesiones públicas, en que se reconoce ante Dios los pecados pasados y sus desgraciadas consecuencias, acompañadas de dos oraciones de súplica y de perdón. Se reclama la necesidad de conversión por parte del pueblo y de sus gobernantes.
3.     Israel y la Sabiduría: (3,9-4,4) Escrito en verso, consiste en un elogio a la sabiduría, que hace de esta sección la más parecida a los libros sapienciales. Israel está en el destierro por haber abandonado el camino del Señor, que es la Sabiduría que sólo viene de Él y se expresa en la Ley.
4.     Conversión y gozo de Jerusalén: (4,5-5,9) Escrito en forma poética incluye, alternándolos, pasajes de lamentaciones, esperanza y consuelo.
5.     Carta de Jeremías: (6,1-7,2) Es la carta del profeta dirigida a los deportados de Babilonia. Es una extensa exhortación a no caer en el culto de los ídolos de las naciones, donde han sido deportados; ridiculizando la idolatría en contraste con el poder del Señor, Dios de Israel, que ha obrado maravillas en el cielo y la tierra.

   Todo el libro, a pesar de la sencillez de su esquema, incluye varios géneros literarios: cartas, oraciones de súplica, manifestaciones de contricción, cantos de alabanza, todo unido por un motivo común: pecado-auxilio-retorno.

   La principal fuente de información acerca de Baruc es el libro de Jeremías, en el que aparece Baruc  -el escribiente-  colaborador y hombre de confianza del profeta, del que recibió el encargo de poner por escrito sus vaticinios para leerlos en el templo delante del pueblo y del rey Yoyaquim de Judá; pero al monarca no le gustó lo que oía y le quemó el rollo, si bien Baruc volvió a escribir, al dictado, las profecías de Jeremías     -no hay que olvidar que el profeta  vaticinó las desgracias que iban a caer, también sobre Babilonia-.
   Pero todo lo relativo al libro  -fecha, autenticidad, lenguaje, composición-  es objeto de discusión entre los estudiosos, aunque se puede afirmar que, de manera general, las características, los semitismos, las afinidades con Jeremías y Lamentaciones, apoyan su atribución al secretario del profeta, aunque no lo garantizan ya que también podría tratarse de un caso muy antiguo de pseudoepigrafía.

  A pesar de esto, Baruc se presenta como un puente entre los libros proféticos y los sapienciales; subrayando los temas preferidos por los profetas: omnipotencia, unicidad y eternidad de Dios y falsedad de los ídolos. El libro de Baruc ha sido poco comentado en el Nuevo Testamento, si bien es posible encontrar algunos pasajes que evocan algunas palabras del escrito profético. Por los Padres de la Iglesia ha sido más considerado como un anexo al libro de Jeremías.


EZEQUIEL: El libro de Ezequiel ocupa el tercer lugar dentro de los profetas mayores, después de Isaías y Jeremías. La unidad y el orden son mayores en este libro que en el resto de los profetas, dividiéndolo en dos partes casi de la misma extensión:

1.     La primera: (caps. 1-24) tiene carácter conminatorio contra Israel por los delitos que ocasionaron el desastre de la deportación. Comprende la visión inagural en Quebar y la vocación del profeta (1,1-3,26) las acciones simbólicas y los oráculos que anuncian el asedio de Jerusalén (caps.4-7), la teofanía en el Templo con la denuncia de los pecados allí cometidos (caps.8-11) y los oráculos de condena de Judá e Israel ante la inminente invasión babilónica (caps.12-24)
2.     La segunda parte : (caps.25-48) en cambio, pretende consolar a los deportados y levantar su ánimo, mediante oráculos contra las naciones, palabras y visiones cargadas de esperanza, aplicando un sistema tripartito y simétrico, frecuente en otros libros proféticos: A- Juicio y condena de Israel (caps.1-24) B- Transición: Juicio y condena de las naciones (caps.25-32) C- Esperanza y renovación de Israel (caps.33-48)

   La estructura refleja, de un lado, la personalidad y función del profeta; y de otro, la figura soberana del Señor y su presencia activa en la historia del pueblo. El profeta es, por decisión divina, “centinela de la casa de Israel” para anunciar la Palabra del Señor y, más propiamente, manifiesta Su presencia  en medio del pueblo, a través de  lo que denomina como “la gloria de Dios”; que es el elemento clave en la estructura del libro, mostrándolo en las tres grandes visiones. Y esa gloria se manifiesta en Ezequiel, que está lejos de la tierra prometida junto al lago Quebar, entre los deportados de su pueblo; manifestando que el Señor no deja desatendidos a los suyos en el momento de mayor desventura, al contrario, los acompaña incluso en un país extranjero e impuro.

   Muchos comentarios consideran que el libro fue compuesto por el mismo profeta después de que pronunciara los discursos o llevara a acabo las acciones simbólicas; es decir, así como en los libros de Isaías o Jeremías cabe distinguir entre los oráculos los que proceden del propio poeta y los que han sido añadidos después, en Ezequiel los intentos de buscar estratos superpuestos han resultado vanos. Por eso, seguramente, estamos ante el primer profeta que puso por escrito los oráculos y los gestos de su actividad profética.

   Ezequiel tiene muchos puntos de contacto con los profetas anteriores a él, haciendo uso de fórmulas que evocan la profecía antigua presente en Elías y Eliseo; pero sobre todo muestra gran afinidad con Jeremías, explicando el destierro como castigo por los pecados, aunque su estilo es mucho más reiterativo y barroco. Ezequiel utiliza oráculos, visiones, amenazas, acciones simbólicas, etc. a través de un vocabulario de términos hebreos, algunos arameos y babilónicos; así como el gusto por las descripciones ampulosas que recuerdan su condición sacerdotal y su familiaridad con los círculos sacerdotales, que tenían la misión de enseñar la ley al pueblo y utilizaban la repetición como técnica pedagógica. Hacía servir con frecuencia metáforas, como cuando describe la historia de Israel bajo las imágenes de esposa infiel o usa poemas apasionados, como el de la espada, inspirado probablemente en un canto babilónico más antiguo. Es por eso que Ezequiel utiliza unos procedimientos propios que merecen especial atención:

·        Las visiones marcan, como hemos indicado, los momentos cumbres del  libro, como la que tuvo junto al río Quebar, que  transformó a Ezequiel en profeta y defensor de la gloria de Dios. Así como la del Templo, profanado y abandonado de la gloria divina que señaló el trágico momento de la destrucción de Jerusalén.
·        Las acciones simbólicas son oráculos en acción. Ezequiel interpreta la muerte de su esposa, como señal de la desgracia que se cierne sobre Jerusalén; y anteriormente, había reflejado el asedio y la destrucción de la ciudad santa bajo acciones tan sorprendentes como afeitarse la cabeza y esparcir los cabellos de forma ritual o comer y beber cantidades exiguas de agua, batir palmas y patalear, etc. Algunos comentaristas han interpretado estas acciones simbólicas, como recursos literarios que nunca se llevaron a efecto; pero otros lo aceptan como reales, aunque la mayoría lo han entendido por su valor pedagógico, sin motivos aparentes para negar su historicidad.
·        Las fórmulas fijas son frecuentes y forman parte de la técnica pedagógica del sacerdote Ezequiel. Unas son sólo recursos de estilo para introducir una visión (“Miré y ví” Ez.1,4) o un oráculo (“Me fue dirigida la palabra del Señor” Ez.6,1) otras, sin embargo, tienen mayor calado doctrinal. Entre estas últimas caben destacar dos:
1.     “Hijo de Hombre”: Se trata de un semitismo que equivale a “ser humano”, como “hijo de la pobreza” equivale a ser pobre. Pero en Ezequiel aparece 93 veces y tiene un alcance más profundo, ya que manifiesta que el profeta se considera uno de tantos, un hombre vulgar a pesar de ser portavoz de Dios y enseña que entre Dios y los hombres hay una distancia insalvable donde él se considera, ante la gloria divina, una criatura débil e insignificante.
2.     “Tú sabrás que Yo soy el Señor”: Es una fórmula que ordinariamente cierra un oráculo o que se introduce a raíz de una intervención divina; pero en Ezequiel se encuentra en 54 ocasiones y en la segunda parte de la frase “Yo soy el Señor” expresa, como en la literatura sacerdotal, la autoridad suprema de Dios que cumple lo que promete: por eso sólo Él puede imponer al hombre obligaciones indiscutibles. El Señor, que es trascendente al mundo, no es ajeno a la vida de los hombres ya que quiere que todos se salven y conozcan la verdad.

   Ezequiel era hijo del sacerdote Buzí y, a su vez, sacerdote por linaje. En el año 597, todavía muy joven, formó parte de los primeros deportados por Nabucodonosor; teniendo a los cinco años de su estancia en Babilonia una aparición junto al lago Quebar, cerca del Eúfrates, que le supuso una profunda transformación interior y que motivó que, en vez de incorporarse a sus funciones sacerdotales, comenzara su actividad profética que desarrolló con cierta regularidad.

   Poco se conoce, con certeza de su vida y de su muerte salvo que estuvo casado con una mujer, que amó con ternura, y que murió de forma inesperada. El contenido y el estilo literario del libro rompen los esquemas habituales de la profecía clásica y reflejan una personalidad compleja que le hace entristecerse hasta el abatimiento, por la muerte de su esposa o la destrucción de Jerusalén y de entusiasmarse, hasta batir palmas, dar gritos o saltar de euforia por lo que acontece a los enemigos de Israel. Ezequiel, que era intenso en todas sus emociones: alegrías, tristezas, dolores, esperanzas, desalientos e ilusiones, puso por escrito sus visiones, oráculos y vivencias más íntimas ya que, en aquel momento, el valor de la palabra escrita era creciente y, seguramente, bajo su orientación también lo hicieron sus discípulos más inmediatos.

   La condición de profeta y sacerdote de Ezequiel y la necesidad de explicar el aparente fracaso que suponía el destierro, dan razón de su mensaje específico, pudiéndose observar tres grandes temas que jalonan el libro:

1.     La santidad y trascendencia de Dios: Que se manifiesta en la teología del “Nombre de Dios”. Sabido es que el nombre designaba a la persona, pero en la cultura semita tenía especial relevancia porque conocer el nombre de alguien equivalía a tener un cierto poder sobre él. De ahí que en la tradición sacerdotal profanar el nombre de Dios, cantarlo o ensalzarlo equivalía a profanar, cantar o ensalzar a Dios mismo. En la enseñanza de Ezequiel el “Nombre del Señor” es santo y garantiza la vida del pueblo y por ello les perdonará y les hará retornar a la tierra prometida, no por sus méritos, sino sólo por el honor de su Nombre, que no permitirá que sea profanado por los gentiles.
2.     Pureza ritual y responsabilidad personal: En Ezequiel el pecado es designado con dos términos conocidos en profetas anteriores: prostitución e impureza. Bajo la imagen de la impureza y la prostitución, denuncia la idolatría y los pecados contra el culto y los preceptos rituales; ya que de todos los profetas es el que hace más hincapié en la necesidad de cumplir los preceptos y normas del Señor. Ezequiel enseña que la historia de Israel ha estado siempre teñida de pecado: tanto en Egipto como en el desierto; mostrando ese pecado como un acto de soberbia contra el Señor, soberano supremo, más que considerarlo una falta de amor. En el libro, el pecado tiene más connotaciones legales que morales, donde cada generación es responsable de sus propios actos y tendrá que cargar con el castigo inapelable que merezca; más aún, cada persona cargará con las consecuencias de su pecado, no con la de sus antepasados. Pero Ezequiel también recuerda la misericordia de Dios que, en el momento de la destrucción, salva un resto con el que establece de nuevo la Alianza.
3.     La esperanza mesiánica: La esperanza salvífica, que ya se vislumbra en algunas secciones de la primera parte, es el hilo conductor de los oráculos, visiones y signos de la segunda. Dios no volverá a establecer un rey en el trono de Israel, pero suscitará un príncipe a quien otorgará la heredad de David y al que concederá privilegios especiales, llevando a cabo una alianza de paz para vivir con sosiego. Ezequiel, por tanto, modifica la doctrina mesiánica tradicional que ponía la esperanza en un rey descendiente de David, y fomenta la esperanza en Dios mismo, que dará vida a su pueblo por Sí mismo o mediante su Espíritu.

   En tiempos de Jesús el libro de Ezequiel apenas tuvo relevancia si se compara con el de Isaías y Jeremías; y en el Nuevo Testamento no se incluye citas explícitas del profeta. Sin embargo, en la literatura y la liturgia de la Iglesia ha ido creciendo su influencia con el tiempo, ya que la visión de los huesos vivificados se ha interpretado como un anuncio de la resurrección de los muertos para el juicio final. Y en teología moral se desarrolla la doctrina de la responsabilidad personal y la necesidad de un corazón nuevo como esperanza de las bendiciones divinas.