22 de octubre de 2013

¡Escojamos a Cristo!



Evangelio según San Lucas 12,13-21.


Uno de la multitud le dijo: "Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia".
Jesús le respondió: "Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?".
Después les dijo: "Cuídense de toda avaricia, porque aún en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas".
Les dijo entonces una parábola: "Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho,
y se preguntaba a sí mismo: '¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha'.
Después pensó: 'Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes,
y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida'.
Pero Dios le dijo: 'Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?'.
Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios".


COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas, el Maestro nos recuerda que debemos valorar las cosas de la tierra, con los ojos puestos en el cielo. El Señor, en ningún momento nos advierte que sea malo disfrutar de los bienes conseguidos con nuestro trabajo, sino que también es necesario emplearlo en mejorar la situación de nuestros hermanos.  Hemos de recordar que algunas mujeres y varios discípulos, ayudaron con su patrimonio a la manutención del grupo que estaba con Jesús, facilitando la propagación de la Palabra. Queramos o no, en esta vida necesitamos de algunos recursos para poder llevar a cabo la misión encomendada por el Señor. Cierto es que el Padre cuida de nosotros y nos hace llegar todo lo que precisamos, pero justamente esa ayuda siempre viene precedida por la generosidad de aquellas persona que han sentido en su interior la llamada a participar de ese proyecto divino.

  El problema es, cuando el ser humano fija los horizontes de su vida en la riqueza y descansa en su posesión. Es en ese momento cuando el hombre ha perdido el Norte de su existencia. No se queja Jesús de que aquel personaje rico actúe con previsión; sino de que es la única previsión que le importa y que le aporta seguridad en sí mismo. Es, en el fondo, un pecado de orgullo donde se antepone el individuo al querer de Dios.

  Esta vida, si bien es vida, es muy poca cosa. Tendréis que reconocer conmigo que muchísimas veces parece que se nos escapa de entre los dedos, como cuando queremos sujetar un poco de agua. Que cada día descubrimos una nueva cana; y una arruga desconocida, hace acto de presencia en ese rostro que hace apenas nada, era fresco y lozano. Parece que fue ayer cuando sacamos los chupetes a nuestros hijos, y hoy estamos celebrando sus bodas. Aquellas cunitas que quedaron vacías, están otra vez ocupadas por unos nietos que nos recuerdan que ya somos la tercera generación. Si; la vida es tan corta; y en cambio es el único espacio de tiempo que tenemos para merecer, con nuestros actos, la salvación de Cristo.

  Nuestro Padre ha querido que, igual que Adán haciendo uso de su libertad se fue de su lado, también nosotros a través de un acto libre decidamos regresar a su lado. Que lo escojamos por encima de todas las posibilidades, sobre todo de las más agradables que, como dioses menores, nos exigen pleitesía. Sentirnos seguros por tener, o felices por gozar, es haber equivocado las miras humanas que, desde un punto de vista más profundo, nos arrastran inexorablemente a un final próximo y anunciado. Aunque nos parezca raro, tener presente la muerte es, en realidad, una riqueza para nuestra vida; porque sólo entonces el hombre comprende que tal vez mañana no esté. Que cuando cierre los párpados para siempre y abra los ojos del alma, se encontrará no con los seres queridos con los que comparte habitualmente su espacio, sino con el divino Hacedor que le pedirá cuentas de sus actos de amor. Actos y actitudes que nada tienen que ver con lo que uno ha cosechado materialmente, sino con lo que uno ha sido personalmente. Con esa entrega a los planes divinos que siempre ha ido, o ha debido ir, precedida por la negación de nosotros mismos. Por ese descansar en Dios, al que hemos hecho fundamento de nuestro presente y nuestro futuro,  hemos comprendido que nada hay más volátil que el poder y el dinero.

  Nada poseemos, aunque así lo creamos. Fijaros simplemente en el lugar donde vivís; hoy es vuestro y seguramente ayer fue de otro, pero lo mejor es que mañana no os pertenecerá. Disfrutamos de lo que el Señor nos permite tener, pero con la seguridad de que pronto nos lo puede quitar. ¡De eso se trata! De unir nuestra voluntad a la voluntad divina y estar dispuestos a aceptar, con alegría cristiana, que los planes de Dios, aunque incomprensibles muchas veces para nosotros, son los adecuados y los que más nos convienen para alcanzar nuestra salvación. Y este es, sin duda, nuestro Bien mayor.