11 de octubre de 2013

¡Cerremos la puerta al diablo!



Evangelio según San Lucas 11,15-26.


Pero algunos de ellos decían: "Este expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios".
Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: "Un reino donde hay luchas internas va a la ruina y sus casas caen una sobre otra.
Si Satanás lucha contra sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul.
Si yo expulso a los demonios con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces.
Pero si yo expulso a los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios ha llegado a ustedes.
Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su palacio, todas sus posesiones están seguras,
pero si viene otro más fuerte que él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes.
El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
Cuando el espíritu impuro sale de un hombre, vaga por lugares desiertos en busca de reposo, y al no encontrarlo, piensa: 'Volveré a mi casa, de donde salí'.
Cuando llega, la encuentra barrida y ordenada.
Entonces va a buscar a otros siete espíritus peores que él; entran y se instalan allí. Y al final, ese hombre se encuentra peor que al principio".


COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas vemos como el demonio, por el cual entró la enfermedad y el dolor en el mundo, ha dejado a un hombre mudo. Hemos de pensar que cualquiera de nosotros, que se encuentra en pecado mortal, está también mudo para dar testimonio y defender los planes de Dios aquí en la tierra; cada uno en su entorno y su circunstancia. Surgen en nuestro interior las vergüenzas, los respetos humanos, las dudas, las flaquezas que nos hacen incapaces de llevar a cabo la tarea que el Señor nos encargó realizar como sus discípulos, en las aguas del Bautismo. Necesitamos, para poder recuperar nuestra voz, ese encuentro con Cristo que nos salva y nos devuelve la salud a través del sacramento de la Penitencia. Allí, en su presencia, nos arrepentimos de habernos alejado de Dios y permitir que el diablo tomara posesión de nosotros. Allí, con todo el dolor de nuestro corazón por haber fallado a su amor incondicional, le prometemos luchar, con su ayuda, para evitar todo aquello que nos ha llevado a esta triste situación.

  Porque en esta vida, como bien nos dice el Señor en el texto, no hay término medio; si no estás cerca de Jesús y gozas de la plenitud de su proximidad, vives en un vacío existencial que pronto albergará, solapadamente, la presencia muchas veces imperceptible, de Satanás. Allí es donde el tentador nos coge de la mano y nos lleva a ese lugar donde uno cree que toma todas las decisiones sin ataduras; donde uno se convence que es su propio amo, cuando justamente es esclavo de sí mismo; donde goza de una libertad, que nunca toma decisiones para no tener que comprometerse; donde no se oye la voz de Dios, no porque Dios no exista, sino porque ya se encarga el demonio de hacernos sordos a su Palabra.

  Sólo con la fuerza de la Gracia anidando en nuestro corazón, seremos capaces de tener nuestra alma pletórica del Espíritu Santo y sin ningún espacio libre que pueda ocupar el maligno con sus tentaciones y mentiras. Eso es lo más importante que nos dice Jesús: que no podemos permitirnos bajar la guardia ni un segundo, ya que el demonio aprovecha aquello que está vacío para llenarlo con su presencia. Una presencia que es silenciosa, sutil y mortal para nuestra vida divina. Debemos estar plenos del amor de Dios, sobre todo mediante la Eucaristía, porque es donde el propio Hijo de Dios está presente en nosotros; y nosotros nos hacemos uno con Él. Es así como el diablo tiene la batalla perdida; no por nuestros méritos, que no los tenemos, sino por la Gloria divina de la que participamos y que nos fortalece para poder resistir su incitación a pecar. Porque Cristo ha vencido al demonio, sólo junto a Nuestro Señor conseguiremos salir airosos de esta prueba, que es la vida temporal.

  También observamos como los adversarios de Jesús acuden, ante un hecho sobrenatural que están presenciando –un milagro-, a la acusación gravísima de que el diablo actúa a través de Él. El Señor, impasible, les refuta esas palabras argumentando el absurdo de sus conclusiones. Pero lo que a mí me impresiona es pensar que entonces, como hoy, sigue ocurriendo lo mismo. Que unos hombres por no querer aceptar la Verdad de los hechos que se manifiestan ante sus ojos y que les exigen un cambio de vida, prefieren criticar, calumniar y despreciar a través del insulto fácil e infame. Sucede que reconocer que, tal vez, la historia divina es un principio que encierra en sí misma el sentido de todo lo que somos y tenemos, nos obliga a reconocer el error de vivir a espaldas de la realidad creada, donde Dios nos espera para que le entreguemos, con fe, nuestro existir.