13 de octubre de 2013

¡Al lado de María!



Evangelio según San Lucas 11,27-28.


Cuando Jesús terminó de hablar, una mujer levantó la voz en medio de la multitud y le dijo: "¡Feliz el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!".
Jesús le respondió: "Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican".


COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Lucas es, leído en su más profundo contenido, un halago que se hace a la Santísima Virgen al reconocer que ella ha sido la persona elegida por Dios que, tras escuchar el mensaje que el ángel le transmitió, no tuvo ninguna duda en entregar su vida y su voluntad al proyecto divino.

 Ese grito que la mujer exclama, bendiciendo el vientre que recibió en su seno al Verbo, es el que da paso al Señor para que pueda explicarnos que el verdadero valor de su Madre no fue llevarlo biológicamente durante nueve meses, y luego dar a luz; sino aceptar sin titubeos participar de la Redención de Cristo, y no medir las dificultades que su sí podía acarrearle. Es esa actitud, de total descanso y confianza en la Providencia, la que hará que Santa María esboce un “hágase” sincero y entregado que cumplirá hasta sus últimas consecuencias.

  El mérito de la Virgen fue no desfallecer jamás en todos los oscuros e inexplicables, para ella, episodios que compartió con su Hijo en esta tierra. Esa inquietud que, como Madre, debía sufrir cada vez que el Maestro salía a predicar por los caminos de Palestina; porque ella conocía perfectamente que los escribas y fariseos, buscaban su perdición. Seguro que en su corazón todavía anidaba el dolor sufrido por la pérdida de Juan el Bautista, el hijo de su prima Isabel; y en sus sueños, cuando oraba al Padre para que protegiera al Hijo, en su interior debía sentir un escalofrío al recordar que la misión de Cristo era cumplir la voluntad salvífica de Dios.

  ¿Qué debía pensar nuestra Madre, cuando contemplaba al Nazareno caer de bruces ante el peso insoportable de la cruz? ¿Cómo pudo soportar María, el dolor intenso ante la visión de su Hijo taladrado y atado a un madero, morir por todos aquellos que le escupían e insultaban? Aunque no lo entendiera, para ella todo, todo, tenía un sentido; porque así tenía que ser, si Dios lo permitía. Esa es la riqueza inmensa y el ejemplo más grande donde los hombres podemos mirar cuando nos falte la fe. Es esa fe de la Virgen la que ilumina la oscuridad a la que tantas veces el diablo nos somete.

  Nuestra Madre cree; tal vez no comprenda, pero no le importa porque, a pesar de su profundo dolor, confía plenamente en Dios. Y es esa confianza la base de su disponibilidad; de su entrega al querer divino. Cuantas veces, cuando el Señor en la oración nos deja “ver” el verdadero sentido de nuestra vocación, nos asustamos con las complicaciones que ese servicio divino puede causar a nuestros pobres intereses, y preferimos argumentar que lo que nace en nuestro interior no es la voz divina, sino la respuesta personal a nuestras inquietudes. Podemos engañarnos pero es bien cierto, y así lo sabía aquella doncella de Nazaret cuando el ángel Gabriel se presentó ante ella, que el Señor siempre nos pedirá, de una forma libre y voluntaria, que caminemos a su lado; aunque eso implique bajar hasta el fondo de valles tenebrosos, o subir hasta inaccesibles montañas. Hemos de saber que, sea como sea, debemos alcanzar con Él nuestro destino. Y lo curioso es que, al lado de María, seremos capaces de lograrlo.