24 de septiembre de 2013

¡Transmitamos la Luz!



Evangelio según San Lucas 8,16-18.


No se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.
Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada secreto que no deba ser conocido y divulgado.
Presten atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que cree tener".


COMENTARIO:

  Jesús, en este Evangelio de Lucas, nos especifica con el ejemplo de las parábolas, el verdadero sentido de la vocación. Dios nos ha llamado para que, unidos a Jesucristo, iluminemos los corazones y los caminos de los hombres para que no tropiecen en el pecado y pierdan la vida eterna. Esa luz, de la que nos habla el párrafo, es la doctrina de Cristo interiorizada y hecha vida, que está destinada a expandirse por todos los rincones de nuestra sociedad.

  Debemos calentar, con la llama del amor cristiano, el frío del desaliento y la desesperanza que el materialismo ha dejado en el corazón del hombre; provocando una vida sin futuro, repleta de necesidades, vicios e intereses. Hemos de demostrar con nuestros actos, que confirmarán nuestras palabras,  que la felicidad no se mide por el tener, el poseer y mucho menos, por el aparentar. La felicidad, justamente, se alcanza cuando no se necesita nada, porque ya se tiene todo: el amor de Dios.

  Son los ejemplos edificantes de muchos que han muerto en olor de santidad, los que nos han demostrado que la Gracia actúa y nos permite vivir lo ordinario de una forma extraordinaria y sobrenatural. Porque lo que es heroico de verdad, no es hacer grandes cosas en un momento puntual, sino vivir con sencillez y alegría las pequeñas circunstancias de lo común que nos suceden cada día: esa noticia que esperamos y no llega; ese dinero que se debe gastar para una necesidad perentoria e inesperada; ese dolor, que cruza el alma y la aprieta como si no nos quisiera abandonar… Tantas cosas que no salen como queremos y nos permiten ser ejemplo para los demás, al vivirlas con la confianza que transmite el descansar en la voluntad divina. Pero, como siempre os digo, llegar a esto no es gratuito. Nuestros atletas olímpicos consiguieron alcanzar sus medallas, porque renunciaron a sus caprichos y se sacrificaron, tonificando sus músculos en la disciplina del aprendizaje constante.

  Nosotros, como ellos, hemos de trabajar y hacer trabajar las virtudes que nos permitirán fortalecer nuestra voluntad: el orden, la paciencia, la templanza… Hemos de demostrar a nuestros hermanos que cuando uno sabe a dónde va, porque ha conocido el camino previamente; y se prepara con tesón para no desfallecer, si encima tiene la luz precisa y adecuada que ilumina las tinieblas de la noches oscura, es muy difícil que no consiga llegar a la meta trazada. Y en nuestro recorrido, hemos de animar a los que están a nuestro lado, mostrándonos con humildad como ejemplo atrayente y elocuente que invite a la imitación. No podemos guardar el tesoro que hemos recibido sólo para nosotros; ya que eso sería una falta de caridad para nuestros hermanos, los hombres. Nos hemos de complicar la vida, hablando de Dios; porque sólo Dios, con su Gracia nos permite encontrar la Luz de la fe. Y, consecuentemente, surgirá ante esto la alegría que no viene causada por algo, sino por Alguien, sintiéndonos felices hasta en la tribulación.

  Somos como esas pantallas de las lámparas, a través de las cuales se filtran los rayos de las incandescentes bombillas ¡Pobres pantallas si llegaran a creerse que la luz proviene de ellas! Sólo si tenemos en nosotros la vida divina, podremos ser capaces de iluminar la vida de los demás. Recordando que al Señor se le recibe en la Eucaristía; y es allí donde Dios penetra en la profundidad de nuestra alma para que, junto a Él y con Él, nos hagamos otros Cristos y partamos a su lado a conquistar, para su Amor, todos los caminos de la tierra.