12 de septiembre de 2013

¡La perpectiva de Dios!



Evangelio según San Lucas 6,20-26.


Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: "¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!


COMENTARIO:

  Se inicia este Evangelio de Lucas, con un discurso del Señor que bien podría evocar la donación de la Ley que hizo Moisés en el Monte Sinaí; pero con la particularidad de que el escritor santo nos hace una especial referencia a que el Señor acostumbraba a predicar en lugares llanos y fácilmente accesibles a la muchedumbre, poniendo de relieve la cercanía de Jesús a la gente y el carácter universal –dirigido a todos- de sus enseñanzas.

  No debe extrañarnos que Lucas haya abreviado este Discurso de la Montaña, frente al que nos hace llegar Mateo; ya que como ocurre en otros lugares del Evangelio, éstos no son un dictado extraído de una misma fuente. Salvo Mateo y Juan, que fueron apóstoles de Cristo y, por ello, testigos directos de las palabras del Maestro, Marcos y Lucas han sido, respectivamente, discípulos de Pedro y Pablo. Escribieron de las historias que les oían contar y de los textos que ya se habían escritos, para no olvidar nada ni incurrir en error al transmitirlo.  Cada uno con su estilo de propagación, sintetizando lo que creían más importante para la situación y el carácter de las iglesias a las que iban a dirigir su predicación; haciendo hincapié en lo que, personalmente, consideraban de mayor importancia para judíos o para paganos. Pero sin lugar a dudas, todo ello regado con la Luz del Espíritu Santo y el hecho de que cuando se compuso este evangelio, entre el año 63-65, todavía vivían muchísimos testigos oculares del paso de Cristo por la tierra, y cualquier error hubiera sido subsanado inmediatamente por la comunidad primitiva.

  Nos  muestra Lucas cuatro bienaventuranzas que van acompañadas de cuatro antítesis o “ayes”; y en ellas Jesús nos coloca entre opciones morales decisivas que nos urgen a actuar, invitándonos a purificar nuestro corazón de todos estos instintos que tiran de nosotros y, muchas veces, nos impiden alcanzar la salvación. Hemos de buscar el amor de Dios, que debe estar por encima de todo, enseñándonos con sus palabras que a nuestra naturaleza herida le cuesta admitir, de forma natural, que la verdadera dicha no reside en las riquezas y bienes; ni en la gloria y el poder; ni en la ciencia, la técnica o incluso las artes; y ni tan siquiera en alguna criatura, que puede “robarnos” el corazón, No; sólo Dios, que es la fuente de todo Bien y Amor, puede alcanzarnos la verdadera felicidad.

   Cristo nos anima a no mirar las cosas con la perspectiva de este mundo, sino desde la perspectiva de Dios. A entender que el discípulo que es “pobre”, es aquel que, libremente, está desprendido y prescinde de todo lo que tiene y quiere; hasta de su misma persona. Debe vivir esa pobreza real de la que, sin que se note, renunciamos a cosas concretas porque queremos, haciendo de ello una profesión de fe. Y si, verdaderamente las perdemos, descansamos en el Señor convencidos de que este hecho pertenece a los planes divinos que nuestro Padre tiene estipulados para nuestra salvación. De la misma manera que se nos exige ser fieles en la tribulación, también se nos insta a ser uno más de nuestros hermanos haciendo de sus problemas y sus alegrías, los nuestros. Y esto se manifiesta compartiendo las cosas buenas que hay en el mundo y utilizando todas las creadas, que Dios nos ha dejado disfrutar, para facilitar el desarrollo económico y social de nuestros hermanos.

  Nadie puede llevarse a engaño, porque el Evangelio lo deja muy claro en innumerables ocasiones, y pensar que acompañar a Cristo será un camino de rosas. Sus palabras, que encierran una profunda verdad, nos advierten que los discípulos compartiremos las afrentas y el sufrimiento del propio Maestro. Que la cruz será el distintivo que, libremente, deberemos aceptar al recibir las aguas del Bautismo; comprometiéndonos a sujetarla con la alegría del que se sabe sostenido por el propio Jesús. Y ese convencimiento, de que todo se puede soportar porque la fuerza de Dios nos ayuda a no desfallecer, es el que logra que en el dolor participe el gozo de haber encontrado a todo, su verdadero sentido.