22 de septiembre de 2013

¡La llamada de Cristo!



Evangelio según San Mateo 9,9-13.


Al irse de allí, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: "Sígueme". El se levantó y lo siguió.
Mientras Jesús estaba comiendo en la casa, acudieron muchos publicanos y pecadores, y se sentaron a comer con él y sus discípulos.
Al ver esto, los fariseos dijeron a los discípulos: "¿Por qué su Maestro come con publicanos y pecadores?".
Jesús, que había oído, respondió: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos.
Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".


COMENTARIO:

  En este capítulo de san Mateo, el Señor nos habla de vocación. Bien sabe de eso aquel que escribe estas líneas, pues cuenta la Tradición que éste Leví, cobrador de impuestos al que fue a buscar el Maestro en su propio trabajo, es el autor del primer Evangelio Sinóptico. Ante todo, podemos apreciar como Jesús llama a los que quiere, eso es la vocación, sin hacer ningún tipo de distinción. Sólo Dios, que ve nuestro interior y nos conoce porque nos ha creado, es capaz de apreciar si de verdad estamos dispuestos para, con una entrega especial, servir al Señor. Y para esa entrega especial sólo nos exige, estar enamorados.

  Leví fue capaz, al oír las palabras del Maestro, de seguirle y abrir su corazón. Seguramente no entendió porqué entre todos los hombres, lo había elegido a él; que era un cobrador de impuestos judío que recaudaba para los romanos, mientras éstos expoliaban a su pueblo. Era un pobre pecador al que la necesidad había obligado a trabajar para los conquistadores. Pero Jesús sabe, porque lee en las conciencias, el arrepentimiento de aquel que, sabedor de sus faltas, humilla su entendimiento y su voluntad. Esa es la actitud que mueve al Maestro, porque conoce la verdadera dignidad de Mateo, que fue creado para grandes cosas; para volar muy alto, aunque él con su libertad, no haya sabido extender sus alas.

  Leví será, gracias a su encuentro con Cristo, una de las doce columnas en las que se apoyará la fundación de la Iglesia. También tú y yo, al lado del Señor, seremos capaces de grandes cosas; de enormes gestas apostólicas. Hace años vi unos pájaros que se habían posado sobre unas aguas infectadas de petróleo, y sus alas, repletas de carburante, les impedían emprender el vuelo. Pensé como a nosotros, con el pecado, nos ocurre lo mismo. No nos damos cuenta que, a través de momentos, circunstancias o personas, nuestro corazón se aparta de Dios y nuestra alma queda tiznada sin poder elevarse al lado de Jesús. Hemos de estar preparados para que eso no ocurra; y dispuestos a recurrir al sacramento del perdón si, a pesar de todo, somos débiles y fracasamos.

  Pero jamás penséis que en todas las ocasiones, buenas y malas de nuestra vida, Dios no puede llamarnos para que le sigamos. Su voz resonará en el fondo de nuestra alma una y mil veces, como una brisa suave; llamándonos a renunciar a todo lo que nos aparta de Él,  aferrándonos a la Gracia que nos da la fuerza para comenzar a caminar por los senderos de la salvación.

  También este párrafo nos tiene que servir para, como tantas veces nos advierte Jesús, acercarnos a todos aquellos que sabemos, por sus palabras o actitudes, que están en pecado mortal. Ellos nos necesitan de verdad porque, tal vez, nadie les ha hablado del amor incondicional de Cristo al hombre. Y, como Dios dijo a su profeta Oseas, quiere amor y conocimiento sobre Sí mismo más que sacrificios. Pero Cristo ya advirtió que la mies es mucha y muy pocos los trabajadores para recogerla. Unos porque piensan que son indignos para que el Maestro les llame, y cierran sus oídos a la vocación. Cuando en realidad esa falsa modestia es el producto de la cobardía y la comodidad. No somos nosotros los que conseguimos convertir a la gente, sino Dios. Sólo somos el medio para que el Señor actúe. Creerse tan importante sería, como explicaba muy bien santo Tomás de Aquino, cómo si el pincel pensara que la obra realizada era mérito suyo y no del pintor. Otros, porque no están dispuestos a abandonar su cómoda forma de vida, para ponerla al servicio de los planes de Dios. Lo cierto es que, ante la llamada de Cristo, no se nos piden grandes cualidades; sino atención para escuchar y prontitud para corresponder.