26 de septiembre de 2013

¡La Iglesia es mía!



Evangelio según San Lucas 9,1-6.


Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades.
Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos,
diciéndoles: "No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno.
Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir.
Si no los reciben, al salir de esa ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos".
Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.


COMENTARIO:

  En este párrafo de Lucas podemos observar como el Señor, que ha proclamado el Evangelio con poder y autoridad, sanando enfermos y expulsando demonios, les entrega a los Doce la capacidad de realizar milagros en su Nombre  y hacer de la misión de Cristo, transmitir la salvación, el fundamento de su vida.

  Así se explica porque Jesús, durante su vida terrena, les habló incesantemente de quién era Él y porqué el Padre lo había enviado para que consumara la redención de los hombres, con su Sangre. Les hablaba, desmenuzando sus palabras, para que comprendieran cómo debía ser la conducta de aquellos que se comprometían a seguir a su Señor. Y sobre todo, les llenaba de esperanza al recordarles que el Espíritu Santo infundiría en ellos la Gracia, que los elevaría a hijos de Dios; y les daría la luz y la fuerza, para ser las columnas que iban a sostener una Iglesia universal y eterna.

  Con el envío de los Doce, por parte de Cristo, los Apóstoles darán testimonio de su fe en Jesucristo; fundarán iglesias, expulsarán demonios y devolverán la salud a los que la habían perdido. Todos ellos con la humildad de saberse instrumentos del poder divino. Y, justamente, porque el mensaje salvífico del Señor es imperecedero, el poder entregado a sus Apóstoles forma parte del tesoro de la Iglesia, que se comunica a través del tiempo y el espacio, por deseo explícito del Hijo de Dios: “atarán y desatarán”, “tomarán decisiones”,  “proclamarán el Evangelio” y “todo lo que decidan en la tierra será atado en el cielo”.  Ese Colegio de los Doce, será el retoño de donde brotarán las múltiples iglesias, descendientes de la Iglesia apostólica; y el fundamento de la verdadera doctrina, que se proclama por el mundo desde una única y verdadera fe.

  En aquellos momentos, tiempos mesiánicos, todos esperaban la llegada del Reino de Dios; de un Reino que muchos se habían hecho a su propia medida. Pero una de sus características objetivas era, justamente, la expulsión de los demonios y el sanar a los enfermos. Cristo, con sus actitudes, demuestra que en Él se cumplen todas las profecías anunciadas; pero los milagros son sólo eso: confirmación de sus palabras. Porque son las palabras del Maestro, las que deben mover a las personas a abrir su corazón al mensaje cristiano; y, fiándose –eso es la fe- del Hijo de Dios, aceptarlo como centro y fundamento de nuestra vida. El Señor devolverá la vista a los ciegos; hará andar a los paralíticos; sanará a los enfermos de lepra, pero sobre todo, dará luz y esperanza, porque vencerá a la muerte con su muerte, resucitando.

  Pero Lucas nos dice más, cuando nos hace llegar el consejo que Cristo dio a sus Apóstoles, antes de enviarlos a anunciar el Reino. Por él, los hombres deben valorar la riqueza que se les entrega con la fundación de la Iglesia. Es un regalo que Dios hace al hombre para que cada uno reciba, en el momento adecuado y en plena libertad, la salvación prometida. Por eso acoger a aquellos Doce, es asumir a Cristo en nuestras vidas. Es, siendo uno de ellos, cuidar de mantener y expandir el mensaje cristiano. ¡Somos Iglesia! Por el Bautismo formamos parte de aquellos hombres a los que Nuestro Señor envió, cada uno a su manera y en su lugar, a predicar la verdad evangélica. Por eso, el cuidado de la Iglesia nos ha sido entregado a ti y a mí por el propio Jesucristo; es una responsabilidad que tenemos como buenos cristianos.

  La Iglesia es un abanico de probabilidades, en el que cada uno encuentra su lugar para servir a Dios: Cáritas, hospitales, orfanatos, misiones, colegios, universidades… Sin pedir nada a cambio, mientras se soportan en silencio todo tipo de críticas, desinformadas y maledicentes. Tal vez se espera, con paciencia, que nos comprometamos con un deber, que es a la vez, un derecho: cuidar y defender la Iglesia de Cristo; no como si fuera mía, sino cómo mía, que es.