27 de septiembre de 2013

¿Estamos al lado del Señor?



Evangelio según San Lucas 9,7-9.


El tetrarca Herodes se enteró de todo lo que pasaba, y estaba muy desconcertado porque algunos decían: "Es Juan, que ha resucitado".
Otros decían: "Es Elías, que se ha aparecido", y otros: "Es uno de los antiguos profetas que ha resucitado".
Pero Herodes decía: "A Juan lo hice decapitar. Entonces, ¿quién es este del que oigo decir semejantes cosas?". Y trataba de verlo.


COMENTARIO:

  En este Evangelio de Lucas, vemos como el rey Herodes siente una gran curiosidad por saber quién es este Jesús Nazareno, del que todos hablan. Hasta sus oídos ha llegado la actividad que el Señor desarrolla por toda Palestina; y cómo sus palabras mueven los corazones de los que le escuchan. No es ese, evidentemente, el motivo que mueve al tetrarca; sino el temor de encontrarse ante el Mesías prometido, que según su interpretación, podía terminar con su poder tiránico.

  Hoy nosotros, como los hombres de todos los tiempos, seguimos haciéndonos la misma pregunta: ¿Quién es Cristo?; y, como entonces, muchos siguen sin acertar con la respuesta. Como Herodes, nos mueve la inquietud ante las noticias que nos llegan por la Sagrada Escritura. Oímos hablar de Él a muchos hermanos nuestros, que dicen haberle conocido. Pero en realidad lo que ocurre es que no tenemos ninguna intención de abrir nuestros oídos a su Palabra; porque no deseamos que su mensaje, que no sólo informa sino que proforma, nos cambie la vida.

  Nos escudamos en que solamente creemos en la evidencia de lo demostrable, cuando toda nuestra existencia se sostiene en actos de fe: nos fiamos de nuestros maridos; confiamos en nuestros hijos; creemos, y por eso votamos, a nuestros políticos; y damos por hecho que la ciencia no nos miente, cuando hay innumerables teorías que el tiempo ha demostrado que eran equívocas. Vivimos de la historia, que otros nos han contado; y somos capaces de morir por defender una idea que, tal vez, ni tan siquiera existió como tal. No podemos ni ver ni tocar el amor verdadero, la confianza, la honradez o la fidelidad. Sólo podemos observar sus manifestaciones que son el resultado de haber creído en ellas, y por las que, casualmente, se mueve el mundo. Pues bien, con Jesús ocurre, hoy en día, lo mismo: el Señor nos espera para demostrarnos que con Él la vida vale la pena. Que aquel Rabbí que recorría los caminos de Galilea, sigue caminando a nuestro lado, aunque no podamos verlo, porque ha prometido no dejarnos jamás. Que todos los que murieron, comidos por los leones en la arena del circo, por las persecuciones de Nerón, no lo hicieron por una quimera, sino por la certeza de haber visto con sus ojos al Resucitado que había dado sentido a todo; hasta a la muerte. Que la historia es historia para todos, y si creemos que existió Napoleón y la batalla de Waterloo; o Isabel la Católica, o Atila, rey de los Hunos, no podemos dudar de la veracidad del Evangelio que nos transmite la realidad del Verbo encarnado, que hecho hombre murió por nosotros para salvarnos.

  Cómo Herodes, más que buscarlo para amarlo, deseamos encontrarlo para desprestigiarlo y así, poder continuar con nuestra pobre vida. Porque llegar al conocimiento del Hijo de Dios a través de la razón, que Dios ha facilitado con su pedagogía divina; y de la fe, que surge de ese encuentro donde profundizamos en el misterio a través del amor que se rinde ante el Amado, no nos permite seguir anclado en nuestros errores, en nuestro egoísmo, en nuestra desidia espiritual. Responder como Pedro, ante la misma pregunta que se hacía el mandatario judío, es aceptar a Cristo como el Mesías y entregarle nuestro ser y nuestro querer. Porque aquí tenéis ante el mismo interrogante, dos posiciones distintas que forman parte, ambas, del ser humano: el que ha seguido al Maestro, le ha escuchado y ha descubierto en la humanidad, su divinidad. Y aquel que sólo se mueve por el deseo de conocer sin comprometerse con lo Conocido. Aquel que no quiere profundizar, porque no le conviene adentrarse en la dimensión religiosa, realmente excepcional, que envuelve al Maestro de Nazaret. En vuestras manos está, si hacéis un profundo examen de conciencia, desvelar en qué lugar os encontráis; si al lado del Señor, u observando, desde la distancia, al Hijo de Dios.