1 de septiembre de 2013

¡Eclesiástico!



ECLESIÁSTICO:  


Este libro, el último de los libros sapienciales canónicos, fue escrito originariamente en hebreo y traducido, años después, al griego. Como el anterior, no forma parte de la Biblia hebrea y en los manuscritos griegos cristianos ha recibido el nombre de Sabiduría de Jesús, hijo de Sirac, o de forma breve, Sabiduría de Sirac; aunque a partir del siglo III se hizo frecuente llamarle Eclesiástico, quizás por el uso que se hacía de él en la Iglesia para la instrucción de catecúmenos o neófitos. Con todo y con eso también se le conoce como Sirácida, por su autor,Jesús Ben Sirac. El género literario es el masal hebraico, que abarca tanto la máxima como el proverbio o la parábola y es, formalmente, poesía en el sentido más amplio, por su ritmo y su número silábico, con frases breves y enfáticas.

   Una primera lectura del libro puede llevar a pensar que se trata de una colección heterogénea de máximas y sentencias sin orden, pero una observación atenta permite apreciar que tiene una estructura bien elaborada, donde subyace un plan didáctico y literario cuya idea central es que quien se aferra a la Ley alcanzará la sabiduría. De ahí que la propia estructura del libro refleje el mismo esquema de la ley comprendida en cinco partes, a semejanza de los cinco libros del Pentateuco. Cada una de las parte comienza con una introducción doctrinal, de carácter sapiencial-teológico, con reflexiones sobre la Sabiduría y su comunicación a los hombres. A continuación se han añadido una colección de consejos en forma de máximas, proverbios, etc. que vienen a constituir las enseñanzas y aplicaciones prácticas a la conducta de quien desea vivir con arreglo a la Sabiduría divina comunicada a los hombres. Esas cinco partes van precedidas por el prólogo del traductor al griego y seguidas de dos epílogos, estructurándose de la siguiente forma:

·        I-Prólogo del traductor griego.
·        II-Dios tiene la plenitud de la sabiduría (1,1-16,23)                                          a/ Introducción: Origen divino de la Sabiduría (1,1-2,23)                               b/ Enseñanzas prácticas: (3,1-16,23)
·        III- Dios infundió la Sabiduría en sus obras (16,24-23,38)                      a/ Introducción: La Sabiduría en la creación (16,24-18,14)                           b/ Enseñanzas prácticas (18,15-23,38)
·        IV- Dios concede la Sabiduría a quien guarda los mandamientos (24,1-32,17)                                                                                      a/Introducción: Sabiduría y fidelidad a la Alianza (24,1-47)                          b/ Enseñanzas prácticas (25,1-32,17)
·        V- La plenitud de la Sabiduría es el temor al Señor (32,18-42,14)                 a/ Introducción: El temor del Señor (32,18-33,18)                                         b/ Enseñanzas prácticas (33,19-42,14)
·        VI- La elección de las generaciones pasadas (42,15-50,31)  a/Introducción: Dios, Señor del mundo y de la historia (42,15-43,37)  b/Elogio d e los antepasados (44,1-50,31)
·        Epílogo (51,1-38) Himno de acción de gracias y poema sobre la búsqueda de la Sabiduría (51,18-32)


   Si recordáis, a comienzos del siglo II a C. Palestina se encontraba bajo el poder sirio de Antíoco III que promulgó varios decretos destinados a acelerar la reconstrucción y repoblación de Jerusalén, concediendo privilegios a los sacerdotes, escribas y miembros de la gerousía, o consejo de ancianos, disponiendo lo necesario para el mantenimiento de la ciudad y el Templo.  A pesar de ello, la ciudad santa fue adquiriendo una fisonomía cada vez más parecida a la de las grandes ciudades griegas que se vivía desde las campañas de Alejandro Magno por todo el Oriente Medio.

   En esta situación, las escuelas tradicionales de Judá fueron acusando el impacto de la cultura helénica, especialmente con la aparición de maestros que enseñaban a sus discípulos las diversas concepciones filosóficas debatidas en el  mundo cultural griego de entonces. No obstante, el acercamiento al mundo helenista no supuso un menoscabo en la observancia de la ley de Dios, la Thòra; por el contrario, ésta cobraba una mayor importancia, como muestra de fidelidad al Dios de los padres y como característica distintiva de la propia identidad del pueblo judío. Por su parte, ante las nuevas influencias extranjeras, los sacerdotes en el Templo hubieron de afrontar no pocas dificultades, para desempeñar dignamente sus funciones; destacando, entre ellos, Simón II, que ejerció su oficio sacerdotal entre el 219 y el 196 a. C. a quien se alaba al final del libro del Eclesiástico.

   En este contexto, en los años anteriores a la persecución de Antíoco IV Epífanes, en los que empezaban a darse las primeras manifestaciones de hostigamiento a los que se mantenían fieles a la ley y cuando la presión helenística se hacía más fuerte, fue cuando se debió escribir este libro como un llamamiento a la fidelidad a las tradiciones de Israel. Entre sus líneas se observa la veneración de su autor por el culto del Templo de Jerusalén, por la historia de Israel y por el sacerdocio, enlazando con la tradición sapiencial de Proverbios.

   Gracias a los datos que nos ofrece el prólogo de esta obra, podemos situar con bastante precisión el tiempo y su autor: “Jesús ben Sirac, hijo de Eleazar, de Jerusalén” y de su nieto, el traductor griego de nombre desconocido que pasado el año 132 a. C. terminó la obra. Su abuelo, un maestro de Jerusalén que amaba la Sabiduría, se dedicó a la enseñanza de la Ley en un “bet-midrás”  -escuela para el estudio de los libros sagrados-  que regentaba y cuya experiencia docente plasmó en sus escritos, instruyendo a través de las máximas tradicionales, pero desarrollando un poco más cada una de las ideas y realizando una agrupación temática en unidades breves, concateneando unas con otras.

   Toda esta Sabiduría se va trenzando con llamadas a la fidelidad a la Alianza, que se concreta en el estudio y cumplimiento de la Ley que Dios ha entregado a Israel. El Sirácida, enraizado en la tradición sapiencial de Israel, trata de llegar, como Platón, a las “cosas de máximo valor” ya que el autor hebreo, que trabaja cuanto puede con su razón, es consciente de que las cosas más esenciales han de ser completadas a la luz de la Sabiduría divina comunicada a los hombres; esto es, con la razón iluminada por la Revelación, en un implícito adelanto de la posterior teología cristiana.

   La mayor aportación de Ben Sirac respecto a la tradición sapiencial anterior, está en integrar aquella sabiduría adquirida desde la observación de la naturaleza y la reflexión racional sobre la Sabiduría que Dios ha manifestado en la creación, en la historia de Israel y sobre todo, en su Ley. La Sabiduría, por excelencia, es la ley de Moisés, la Toràh, escrita en un libro; y sabio es quien la conoce y sabe ponerla en práctica en todas las circunstancias, aplicando el razonar humano. El libro está dividido en cinco partes con una amplísima temática que voy a intentar resumir enumerando las cuestiones principales:

1.     –En primer lugar, y como fondo del libro, la exhortación a buscar la Sabiduría divina
2.     –Luego va apareciendo el temor de Dios como principio y coronamiento de la verdadera sabiduría
3.     -El pecado y la conversión a Dios
4.     –La humildad que ha de sentir la criatura humana
5.     –La vida y la muerte
6.     –Las relaciones entre los hombres: amigos, padres e hijos, esposo y esposa, hombres y mujeres, gobernantes y súbditos, ricos y pobres
7.     –La veracidad y la mentira.
8.     –El dominio de la lengua
9.     –El libre albedrío, y otros.
10.                       -Con todo hay tres poemas que merecen una especial atención: la retribución divina; la importancia del culto y la providencia de Dios a lo largo de la historia de Israel.

   Ben Sirac afronta el tema de la retribución del justo, afirmando que Dios retribuye al justo a la hora de la muerte, sin precisar en que consiste esa retribución y sin ser ajeno al problema del sufrimiento del justo y la realidad de la muerte, que plantean los libros de Job y Qohélet. A su vez, el Sirácida, se interesa por la Liturgia del Templo porque es un modelo para la relación del hombre con Dios y sirve de guía a la vida moral. Culto y moral se relacionan entre sí, como habían subrayado los profetas de Israel: no puede existir una verdadera relación, de adoración y oración, con el Señor, sin el esfuerzo por una conducta moral recta y justa. Otra de las aportaciones, es la atención prestada a la Providencia de Dios, que otorga a su pueblo hombres fieles para guiar su historia y ser puntos de referencia para los demás por su fidelidad a la Alianza y a la Ley.

   A modo de resumen, podemos señalar que hay una enseñanza fundamental sobre la Sabiduría: por un lado es presentada en su dimensión divina y universal; es decir, la Sabiduría está en Dios mismo quién la ha infundido a los seres de la creación, la ha destinado a “toda carne” y la ha comunicado a los que le aman. Por otro lado, el horizonte de la Sabiduría en el libro, se ve limitado en beneficio del pueblo elegido, que es el destinatario privilegiado de la Sabiduría entre los hombres; ofreciéndola a todos  a través de Israel.

   En el Nuevo Testamento hay innumerables evocaciones al libro de Ben Sirac; sobre todo en las exhortaciones de las cartas de san Pablo y de Santiago. De la misma manera, la personificación de la Sabiduría, permite profundizar en la comprensión de Jesús como Sabiduría divina encarnada, presente en el prólogo del Evangelio de san Juan, o en el himno de san Pablo a la primacía de Cristo sobre toda la creación de la carta a los Colosenses. También en la carta de Santiago hay numerosas expresiones que recuerdan las del libro del Eclesiástico, entre las que destaca la exhortación a dominar la lengua, que evoca a Si 28,14SS. Los escritores eclesiásticos de los primeros siglos y los santos Padres recurrieron en muchas ocasiones a los pasajes del Sirácida para apoyar su predicación, sobre todo aquellos catequistas que se proponían educar a los cristianos en la santa doctrina moral.