16 de julio de 2013

No nos quedemos sin nada!



Evangelio según San Mateo 11,20-24.


Entonces Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se habían convertido.
"¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza.
Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.
Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran hecho en Sodoma, esa ciudad aún existiría.
Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la tierra de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú".



COMENTARIO:

  San Mateo nos transmite, en su Evangelio, unas palabras de reproche y tristeza del Señor, ante la ingratitud de la gente de unos pueblos cercanos. Increpa a Corazín y Betsaida, que eran dos ciudades florecientes que se encontraban a la orilla norte del lago de Genesaret, porque habiendo predicado allí con frecuencia, y habiendo realizado muchos milagros en ellas, sus habitantes no se habían convertido.


  Esas palabras de Jesús han servido a estudiosos de la Escritura, para testimoniar que no todos los milagros que realizó el Señor han estado incluidos ni documentados, como por ejemplo nos encontramos en este pasaje. Si verdaderamente, los hechos sobrenaturales que se narran hubieran sido un invento de los apóstoles para divinizar el fracaso de un Maestro que resultó ser sólo humano, es de sentido común apreciar que se hubieran recogido todos, absolutamente todos los milagros, desarrollándolos y magnificándolos de una forma espectacular. Pero como vemos, no es así; Mateo sólo refiere la verdad de las palabras escuchadas al propio Cristo y transmite, con la sobriedad propia del que valora el hecho como una afirmación de la Palabra, la realidad de lo que ocurrió sin entrar en más detalles. No le importa lo que allí sucedió, sino que Jesús recriminó a sus ciudadanos permanecer en la indiferencia, aprovechándose de las situaciones, sin adquirir ningún compromiso.


  Jesús nos reclama, desde el Evangelio, que no le busquemos con el ánimo de servirnos de Él, acudiendo a su divina Misericordia con la esperanza de sacar un beneficio o un provecho propio. Eso no es amor; porque cuando en realidad amamos estamos deseosos de servir y hacer felices a los demás. Y es justamente eso lo que Cristo nos pide a cada uno de nosotros: la disponibilidad de unir nuestra voluntad a la suya, aunque no entendamos sus planes o no encajen con los nuestros. Si somos capaces de calibrar, con memoria histórica, todos los beneficios que hemos recibido a lo largo de nuestra vida por parte de Dios, seguramente nos sentiremos unos ingratos al olvidar, en nuestra oración, la acción de gracias para pasar, sin recatos, a la de petición.


  Desde el primer momento del día, cuando sale el sol y abrimos nuestros ojos, recibimos la oportunidad divina de disfrutar y merecer cada minuto ofreciéndoselo al Señor. Compartimos cada circunstancia con nuestros seres queridos, con alegrías y tristezas, con problemas y satisfacciones, pero juntos. Gozamos de la paz de un país que no está en guerra, pudiendo caminar con la libertad propia de los hijos de Dios, manifestando sin miedo nuestro ser y nuestro entender. Tenemos el alimento, mucho o poco, de cada día. ¡Hay tantas cosas para agradecer! Y, en cambio, sólo nos fijamos en aquello de lo que carecemos, porque somos unos desagradecidos a los ojos de nuestro Padre.


  No podemos olvidar, por nuestro bien, que el Señor no es una abuelita condescendiente a la que engañamos con cuatro carantoñas, sino que nuestro Dios es el rey de la Misericordia, pero también de la Justicia. Que abre sus brazos a lo que le claman, pero castiga con la muerte eterna, a los que de Él se olvidan. Que espera “sentado” en el sendero de la vida, para ayudarnos a superar el cansancio, cuando nos hemos puesto en marcha; pero que jamás violará nuestra libertad, viniendo a buscarnos si no hemos decidido comenzar a caminar. Nuestro Padre nos lo ha dado todo; pero no evitará, que si queremos nosotros, nos quedemos sin nada.