5 de julio de 2013

¡La generosidad de Dios!



Evangelio según San Mateo 9,1-8.


Jesús volvió a la barca, cruzó de nuevo el lago y vino a su ciudad.
Allí le llevaron a un paralítico, tendido en una camilla. Al ver Jesús la fe de esos hombres, dijo al paralítico: «¡Animo, hijo; tus pecados quedan perdonados!»
Algunos maestros de la Ley pensaron: «¡Qué manera de burlarse de Dios!»
Pero Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal?
¿Qué es más fácil: decir “Quedan perdonados tus pecados” o “Levántate y anda”?
Sepan, pues, que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados.» Entonces dijo al paralítico: «Levántate, toma tu camilla y vete a casa.»
Y el paralítico se levantó y se fue a su casa.
La gente, al ver esto, quedó muy impresionada y alabó a Dios por haber dado tal poder a los hombres.



COMENTARIO:

  Este Evangelio de san Mateo manifiesta un milagro que encierra dos significados: uno, la inmensa misericordia de Jesús, que no puede pasar indiferente ante el sufrimiento humano; y dos, demostrar con obras, que Él es el Hijo de Dios.


  Sabemos, porque el Señor quiso desvelarnos esa realidad en el libro del Génesis, que el dolor y la enfermedad son fruto del pecado original. De esa desobediencia a Dios por la que los hombres, libremente, decidimos separarnos de su lado, alejándonos del Padre que es la Perfección, el Bien, la Bondad, la Salud, la Felicidad… Y, consecuentemente, debimos soportar las carencias de su distancia, la ausencia de sus propiedades: la enfermedad, el mal, la mentira… Todo lo que hace vulnerable al ser creado más amado por Dios.


  El diablo sabía que no podía atacar directamente a Dios ¡no tenía nada que hacer! Pero conocía el amor infinito del Padre a la criatura humana y sabía que hiriéndola, causaría “dolor” a nuestro Creador. Esa fue la victoria, temporal, del diablo al hacer sufrir a los seres humanos. Pero como todos conocéis, ante esta terrible realidad que debilitaba nuestra naturaleza humana, Dios, en ese momento, prometió un Salvador que devolvería a los hombres la vida eterna junto a Él. El propio Dios se hará hombre para, en su naturaleza humana, redimirnos a través del dolor y el sufrimiento, convirtiendo esas prendas del pecado, en camino de salvación; con la única condición de que decidamos aceptarlas con el mismo amor con que Jesús las soportó.


  Por eso, al curar al paralítico, el Señor hace ver a los que murmuraban contra Él, que tiene potestad –a través de su palabra-  para curar los efectos del pecado, la enfermedad. Y si eso es así, quiere decir que también tiene el poder para curar su causa, el pecado. Como sólo Dios puede perdonar los pecados, está claro que Jesucristo, al sanar al hombre perdonando sus faltas, dio a entender visiblemente, sin que hicieran falta explicaciones que ya estaban dadas, que era el Verbo de Dios.


  El final del pasaje evangélico, recoge el estupor y la admiración de la gente ante el hecho material –sanar al enfermo- que suscribe el cumplimiento de las profecías anunciadas –Cristo es el Mesías- y la manifestación de que el perdón de los pecados se ha hecho presente en la tierra. Si; al fundar la Iglesia, Jesús ha participado a sus apóstoles y sucesores, la potestad de comunicar el perdón de los pecados a todos aquellos que, arrepentidos, acudan a Él. Y es lógico que así sea, porque como hemos visto al comienzo del capítulo, el Señor no pasa indiferente ante un corazón atribulado. Por eso la Iglesia, que ha recibido los Sacramentos para hacer llegar a los hombres la salvación divina, lo transmite a través de los medios propios que Dios ha elegido para que seamos capaces de percibir esa realidad, mediante los sentidos. Perdona los pecados que oprimen al ser humano, por la intervención de los pastores que muestran ese derecho, sin ejercer el poder que sólo viene de Dios. Como dice san Ambrosio, ellos ruegan y la divinidad dona; porque el servicio pertenece a los hombres –ya que Dios ha querido que formemos parte en el plan de la salvación- pero la generosidad pertenece al poder de Dios.